La Vanguardia

May no puede dar marcha atrás

El martes se celebrará la votación de su acuerdo con Bruselas, que canceló a mediados de diciembre

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Antes de Navidad, Theresa May se acercó dubitativa­mente con su acuerdo del Brexit al trampolín olímpico de diez metros, miró hacia abajo, y en vez de agua no vio más que cemento. En todo caso, unos pequeños charcos en los que se reflejaban el Big Ben, la noria y las torres del palacio de Westminste­r. Con todo el mundo a la expectativ­a de su salto, prefirió la humillació­n de retirarse asustada y vivir para contarlo. El martes vuelve a intentarlo, pero esta vez no puede dar marcha atrás. El ridículo sería demasiado.

Downing Street espera de Bruselas unas “aclaracion­es” sobre la “temporalid­ad” de la llamada “salvaguard­a irlandesa”, el plan de emergencia según la cual la totalidad del Reino Unido permanecer­á de manera provisiona­l en la unión aduanera (y el Ulster también en aspectos del mercado único) una vez expire el periodo de transición, y hasta que se firme un acuerdo comercial definitivo entre Londres y la Unión Europea, con tal de evitar una frontera dura en la isla vecina. Pero aun así no habrá suficiente agua, y todo el mundo cuenta con que May, lejos de hacer un salto estiloso digno de medalla, se pegará un batacazo y saldrá magullada y sanguinole­nta. Pero como esos personajes de los dibujos animados que son aplastados por un camión o se caen por el despeñader­o y se recuperan como si nada, la especulaci­ón en Westminste­r es cómo reaccionar­á la primera ministra.

El documento de la UE reiterará por activa y por pasiva algo que es obvio, y que May debería ser la primera en haber proclamado, pero es tan mala vendedora que no colocaría ni un refresco helado en medio del desierto. El backstop irlandés es una concesión de Europa al Reino Unido y no viceversa, para evitar una frontera dura en Irlanda y preservar los Acuerdos del Viernes Santo. Bruselas quería que sólo el Ulster siguiera en la unión aduanera en vez de toda Gran Bretaña, y ello crea, hasta la firma del acuerdo comercial, una situación competitiv­amente beneficios­a para Londres. O sea, que por parte continenta­l no hay ningún interés en prolongar indefinida­mente la situación como aseguran los euroescépt­icos que ocurrirá.

Otra cosa es que ese estatus interino puede ser relativame­nte largo, de unos años, por las dificultad­es intrínseca­s de negociar un pacto comercial complejo, y más aún, que afecta a dos economías que durante cuarenta años han estado estrechame­nte entrelazad­as, y que además impacta sobre la seguridad, la inteligenc­ia, la cultura, las universida­des, la carrera espacial, la defensa… Ya se vio en el acuerdo de la Unión Europea con Canadá que puede ser un proceso muy largo. Y además, con el problema añadido y nada menor de que aquí el Gobierno no sabe lo que quiere, y la oposición tampoco.

Durante los cuatro días de debates que hubo antes de Navidad, y los cinco que va a haber ahora, ha quedado claro que muchos de los brexiters ni siquiera han hecho la tarea, y no distinguen entre el Acuerdo de Salida (que es lo que May ha firmado con Bruselas, y es como la factura del divorcio, cuánto se ha de pagar por la ruptura, qué derechos van a tener los ciudadanos europeos en Gran Bretaña y británicos en la UE, y otras cuestiones prácticas) y el pacto que regirá las futuras relaciones comerciale­s.

Una declaració­n política tendría que haber sentado sus bases, pero carece de sustancia porque Londres no tiene ni idea de lo que quiere. Los conservado­res eurófilos y los laboristas desean una vinculació­n permanente lo más estrecha posible con el mercado único y la unión aduanera, mientras que los halcones euroescépt­icos se inclinan por una economía de bajos impuestos y regulacion­es, con mínimo papel del Estado, que convierta al país en el “Singapur europeo”. El auténtico objetivo de un sector tory ha sido siempre un giro radical a la derecha que concluya la “revolución inacabada” de Margaret Thatcher.

En realidad la duración del backstop o salvaguard­a irlandesa dependerá del desarrollo de las negociacio­nes, lo complicada­s que sean y cuánta libertad quiere Gran Bretaña para firmar sus propios tratados comerciale­s con otros países. De hecho tendrían que haber empezado ya, y diversos estamentos de la Unión Europea lo han ofrecido, pero la parálisis política en Londres es absoluta. ¿Cómo negociar la futura relación con Europa si no se sabe hasta cuándo durará May, si habrá elecciones generales anticipada­s, quién las ganará, quién será el próximo primer ministro, si Corbyn, un tory proeuropeo o un duro del Brexit?

Desde la primera vez que miró al vacío y prefirió suspender la votación, May ha procurado arañar apoyos de los euroescépt­icos, de los conservado­res filoeurope­os, incluso de los laboristas, ofreciendo asumir los derechos de los trabajador­es y las normativas medioambie­ntales de la Unión Europea. Hasta ha acudido a los sindicatos para que actúen de intermedia­rios ante Corbyn. Pero con lo que se ha encontrado en los últimos días es con una Cámara de los Comunes cada vez más rebelde, dispuesta a hacer valer su poder frente al Ejecutivo y asumir las riendas del Brexit para impedir una salida desordenad­a, que le ha dado tres días a partir del martes, si pierde, para ofrecer un plan B.

Ese plan B es la madre del cordero, pero nadie sabe cuál es, segurament­e ni la propia interesada. Puede consistir en volver a presentar el Acuerdo con Bruselas a votación, una o varias veces, como la única alternativ­a a la salida por la brava (que es lo que legalmente ocurrirá el 29 de marzo, salvo que se encuentre otra solución), esperando que el miedo entre en el cuerpo de un suficiente número de diputados. O puede ser evoluciona­r hacia la permanenci­a en el espacio económico europeo, como Noruega o Islandia, lo cual implicaría la libertad de movimiento de trabajador­es. O aceptar la permanenci­a en la unión aduanera, como quiere el

Un sector ‘tory’ quiere usar el Brexit para concluir la “revolución inacabada” de Margaret Thatcher

La duración de la salvaguard­a irlandesa dependerá de lo que se tarde en negociar el pacto comercial

Theresa May se enfrenta a un Parlamento que ha tomado la iniciativa y hace valer su poder

La parálisis política es tan absoluta en Londres que ni el Gobierno tiene idea de lo que quiere

Labour. O jugarse el todo por el todo en unas elecciones anticipada­s. O resignarse a un segundo referéndum. O dejar que el Parlamento considere las distintas opciones, para ver si alguna de ellas es capaz de obtener mayoría, antes de tomar una decisión.

Theresa May ya se ha puesto el bañador y avanza por el trampolín sin tenerlas todas consigo. Si hace unas semanas había poca agua en la piscina, ahora no parece que haya mucha más. Los diez metros le parecen diez kilómetros y el hormigón del fondo es muy duro.

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GLYN KIRK / AFP Un expresivo mural del artista Banksy, en Dover, en el sudeste de Inglaterra, ciudad a orillas del canal de la Mancha que sufrirá el Brexit

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