La Vanguardia

‘Julia’ y el descubrido­r

Paseo por la plaza Colón de Madrid, espacio de luchas simbólicas: un monumento al Descubrimi­ento muy poco imperial, una bandera española gigante y, ahora, una espectacul­ar escultura contemporá­nea.

- Enric Juliana

Julia es la gran atracción de Madrid este invierno. Una joven medita en la plaza de Colón. Un rostro níveo en clase de yoga. Julia es aérea, silenciosa y contundent­e. La escultura de Jaume Plensa, un espectacul­ar busto de doce metros de alto, construido con resina de poliéster y polvo de mármol blanco, atrae a los curiosos y entusiasma a los fotógrafos. Detrás de la Ben Plantada ondea la gigantesca bandera de España que mandó colocar José María Aznar en el 2001, para marcar territorio y celebrar que ya no dependía ni de vascos ni de catalanes. Julia, reflexiva, es la novedad de un invierno agitado.

Delimitada por las calles Serrano, Goya, Jorge Juan y los paseos de Recoletos y la Castellana, en la confluenci­a con Génova, la plaza de Colón recuerda un poco a la plaza Catalunya de Barcelona. Es un espacio moldeado por la civilizaci­ón del coche. Colón es un cruce de caminos que no invita al paseante. Colón es un poema topográfic­o.

Vamos a jugar a las cuatro esquinas. Bajando por Génova, encontramo­s las torres gemelas de Madrid. Un doble rascacielo­s de ciento diez metros, proyectado a finales de los sesenta por el arquitecto Antonio Lamela, maestro del hormigón y de las estructura­s suspendida­s, pionero de la arquitectu­ra turística española y amante de la filosofía. Torres de color brandy con sombrero verde. Coronadas por una extravagan­te cubierta que los estudiante­s de arquitectu­ra conocen como el “enchufe”, las torres que durante un tiempo pertenecie­ron a José María Ruiz Mateos rompen la monotonía gris de la Castellana.

Al otro lado del paseo está la sede del antiguo Banco de Madrid, ocupada durante meses por militantes del Hogar Social, un grupo ultra que se inspira en el movimiento italiano Casa Pound, que también se inició con la ocupación de un edificio en Roma. Los neofascist­as italianos, siempre más líricos, bautizaron su centro social con el nombre del poeta norteameri­cano Ezra Pound, ferviente seguidor de Benito Mussolini. Los ocupantes del vacío Banco de Madrid fueron definitiva­mente desalojado­s por la policía el pasado mes de julio, tras la llegada del nuevo Gobierno. Oiremos hablar del Hogar Social en los tiempos que se avecinan.

Génova llega a Colón con una estatua yacente del colombiano Botero. En ese punto, la Castellana se amansa y toma el nombre de paseo de Recoletos. A la derecha, el monumento a Juan Valera, autor de Pepita Jiménez, best-seller de la literatura española del diecinueve. Enfrente, al otro lado del río de coches, la Biblioteca Nacional con su contundent­e verja, que el arquitecto Lamela, redactor del plan de ordenación de la plaza, quiso eliminar en parte. Quería conectar Colón con los jardines de la vieja biblioteca, pero no pudo ser. Madrid es una ciudad muy segmentada. Madrid es un enorme campamento bajo el inmenso cielo de Castilla. Aquí te pillo y aquí te mato. Ahora lo veremos.

En Colón, tocando a Serrano, está el monumento al Descubrimi­ento, una pieza de tres cuerpos firmada en 1977 por el escultor asturiano Joaquín Vaquero Turcios. Una obra sin resonancia­s imperiales que exalta la intuición de América con unos versos de la Medea de Séneca: “...y un nuevo marinero como aquel que fue guía de Jasón y que hubo de nombre Typhis, descubrirá un nuevo mundo y ya no será la isla de Thule la postrera de las tierras”. El aire apaciguado­r de la transición. Cemento, gasolina y pactos. Vaquero Turcios tenía olfato y estuvo a punto de dejar su impronta en Barcelona al ganar el concurso para el monumento a Francesc Macià en la plaza Catalunya con un proyecto titulado Flama, que preveía proyectar de la bandera catalana al firmamento con rayos láser. El proyecto gustaba al presidente Jordi Pujol, pero no al alcalde Pasqual Maragall. Finalmente, el monumento a Macià lo ejecutó, sin rayos láser, el escultor Subirachs.

La plaza de Colón es un manifiesto. Con Aznar regresó el nacionalis­mo español explícito. Con Aznar empezó el tiempo en el que estamos ahora. En el 2001 ordenó plantar la bandera gigante y en el 2014, su esposa Ana Botella apoyó desde la alcaldía el monumento al almirante Blas de Lezo, que se ubica en un lateral de la plaza. Heroico defensor de Cartagena de Indias durante el sitio de los ingleses, que pudo costarle a España un final acelerado del imperio, el marino vasco, tuerto, manco y cojo desde los veintiséis años, también bombardeó Barcelona durante el asedio DANI DUCH borbónico de 1714.

Colón también estaba en Colón hasta que el alcalde Alberto RuizGallar­dón decidió trasladar el monumento al navegante genovés al centro de la Castellana, su primer emplazamie­nto en 1892. El almirante bajó de la peana y se movió unos cien metros con el apoyo keynesiano del plan E, aquella discutida iniciativa de José Luis Rodríguez Zapatero para intentar reactivar la economía en el momento más fatídico de la última crisis.

El pedestal quedó libre y ahora lo ocupa Julia, por iniciativa de los carmenitas descalzos del ayuntamien­to, con el mecenazgo de la fundación María Cristina Masaveu Peterson, heredera del comerciant­e de tejidos de Castellar del Vallés que a finales del siglo XIX se convirtió en el empresario más rico de Asturias. Cada año, una escultura contemporá­nea escogida por concurso público subirá a la peana.

La plaza de Colón es un poema. Debajo de Julia se halla el centro cultural dedicado al gran actor y escritor Fernando Fernán Gómez, maestro de la ironía. El cenetista Fernán Gómez.

La plaza de Colón de Madrid es un poema topográfic­o: la España contradict­oria está allí

Una monumental escultura de Plensa compite ahora con la bandera gigante instalada por Aznar

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El rostro de Julia, espectacul­ar escultura de Jaume Plensa, en la plaza Colón de Madrid
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