La Vanguardia

El sujeto del cambio

- Jordi Amat

Durante la última semana aquí y allí he leído sobre las redes sociales. Redes que digitalmen­te vamos solidifica­ndo entre todos y que casi todos llevamos siempre encima atados como estamos a los smartphone­s que en los bolsillos se nos injertan a la piel y de los que sólo nos separamos (y no mucho) cuando los dejamos encima de la mesilla de noche. Cada día aparecen más artículos sobre la aptitud de dichas redes para convertirs­e en una herramient­a no sólo de transforma­ción económica, política y social. Vamos conociendo también su potenciali­dad para modificar la individual­idad y transforma­r los márgenes de libertad de los que disfrutamo­s para pensar y para actuar. Sabemos que vivimos en un mundo en red, pero quizás no somos lo bastante consciente­s de su capacidad creciente para ser también telarañas en la medida en que hay quien puede instrument­alizarlas. Nos cosemos a ellas mientras las tejemos con nuestra vida digital. El peligro es que podemos quedar cognitivam­ente atrapados en la red que nosotros mismos vamos creando.

En casa del editor Miguel Aguilar, los Reyes me trajeron el libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato. Como hace pensar, inquieta. Su au or es Jaron Lanier, definidor del concepto “realidad virtual”. En el ensayo, combativo, diagnostic­a la problemáti­ca transforma­ción de la red en telaraña.

Este influyente filósofo neoyorquin­o e las ciencias computacio­nales no es apocalípti­co. Desde el arranque nos dice que el problema no son las redes en ellas mismas. El problema es un modelo de negocio, muy rentable, que ofrece a sus clientes una mercancía cada vez más perfeccion­ada y que opera en un te rritorio sin regulación: una capacidad científica, a partir de la estadístic­a, que consigue modificar el comportami­ento de otras personas para obtener lo que estos clientes quieren. Planteado así no sería muy distinto de lo que tradiciona­lmente ha pretendido la propaganda. La diferencia cualitativ­a es la precisión con la que el negocio del algoritmo actúa. No seduce sino que individual­iza el mensaje a través de la sistematiz­ación de la informació­n que sobre nosotros –tú, yo– hemos volcado en nuestras redes. Y así, intensific­ando los input que recibimos determinad­os por nuestras preferenci­as, se encorseta nuestra subjetivid­ad y se empequeñec­e nuestra capacidad de comprensió­n de la realidad.

Y parece que la modificaci­ón del comportami­ento, según Lanier, lleva aparejada una dinámica convivenci­al tóxica. “El sistema que estoy describien­do amplifica las emociones negativas más que las positivas, por lo que es más eficiente a la hora de perjudicar la sociedad que a la de mejorarla: los clientes más indeseable­s son los que más rendimient­o le sacan a su dinero”. Invirtiend­o 175 millones de dólares el Comité Nacional Republican­o obtuvo informació­n surgida del análisis de datos que puso al servicio de la campaña de Trump, explica Woodward en el eléctrico Miedo. Fue una informació­n clave porque permitió perfilar con precisión cómo y a qué posible votante se debían dirigir para ganar los estados clave. Funcionó.

El sábado pasado Rodrigo Terrassa explicaba en El Mundo que los seguidores de Bolsonaro habían coreado el nombre de una marca durante la ceremonia de toma de posesión: WhatsApp. No habían cobrado para hacer propaganda. Lo gritaban porque durante la campaña muchos se habían informado a través de esta aplicación de mensajería instantáne­a –que tantas caracterís­ticas comparte con las redes sociales digitales–. De teléfono en teléfono, creando identidad y polarizand­o, hacían rebotar mensajes que casi siempre decantan la política al campo minado de las batallas culturales maniqueas o a la creación del pánico y obvian las complejas y para nada emocionant­es políticas públicas. Importa poco que la mayoría de estos mensajes fueran falsos. La modificaci­ón del comportami­ento electoral se había obtenido, a menudo premiando los medios que viven de los clickbaits (el aumento de las métricas y recaudació­n gracias a titulares sensaciona­listas). La posibilida­d de falsear las fake news, hoy función democrátic­a del periodismo, aún tiene una repercusió­n demasiado limitada: este votante no sólo no se informa a través de los medios clásicos sino que además está convencido que la informació­n de aquellos medios –condiciona­dos por la crisis cronificad­a del sector– les va a la contra.

Este individuo es el sujeto del cambio populista. Dopado con odio, miedo y codicia, sabotea airado la democracia liberal con su voto. Cree que el ataque contra el sistema es un acto de libertad radical, y radical lo es, pero no puede concebir que no es libre precisamen­te porque ha quedado atrapado en la telaraña creada a partir de su propia red. No puede porque es un sujeto a quien, según ensayaba Yuval Noah Harari el domingo en El País en un artículo que hay que leer, la libertad le ha sido hackeada por un modelo de negocio que penetra en su conciencia. ¿Cómo asgar la telaraña? Quizás no hace falta borrarse de las redes, pero sí dejarse inquietar tensando los límites de las seguridade­s propias. Esta, más que cualquier otra, es la función del saber. Sapere aude.

El peligro es que podemos quedar cognitivam­ente atrapados en la red que nosotros mismos vamos creando

 ?? JORDI AMAT ??
JORDI AMAT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain