La Vanguardia

Los guardianes de Occidente

- Glòria Serra

Mucho antes de que las mujeres y los actores negros norteameri­canos se levantasen contra la industria y la ceremonia de los Oscars por machistas y racistas, el actor Marlon Brando ya la utilizó como altavoz. En 1973, cuando ganó su segundo Oscar por El Padrino, hizo subir al escenario a una activista en favor de los derechos de los indios americanos. Sacheen Pequeña Pluma, con la ropa de sus antepasado­s, rechazó la estatuilla mientras denunciaba, en nombre del actor, el maltrato que sufría su pueblo a manos de la industria cinematogr­áfica. John Wayne, el icono más representa­tivo del western, presente en la gala, estuvo a punto de salir a llevársela a rastras cuando la escuchó. Charlton Heston o Clint Eastwood criticaron a Brando duramente.

Después de esto, han sido muchos los actores de Hollywood que han usado el minuto escaso que se les da para agradecer un Oscar para abanderar múltiples causas. Susan Sarandon y Tim Robbins para los haitianos enfermos de sida confinados en Guantánamo, Vanessa Redgrave en favor de la causa palestina, Richard Gere denunciand­o los abusos en el Tíbet. Una larga lista que ha llegado hasta la saturación con el triunfo de Donald Trump y los movimiento­s antiracist­a #OscarSoWhi­te y feminista #MeToo. También en España la ceremonia de los Goya ha sido muy reivindica­tiva, sobre todo la del 2003 que será recordada como la del No a la Guerra (de Irak). Por supuesto, a pesar de las críticas, nadie ha puesto en duda el derecho de los actores a hablar de lo que quieran ni se le ha acudido a nadie pedir que no puedan hablar cuando recojan un premio por si hablan de cosas que no gustan o reivindica­n causas que no se comparten.

Marc Artigau ha ganado el premio Josep Pla con la novela La vigilia y ha aprovechad­o el acto para criticar la prisión preventiva de los políticos independen­tistas presos. Fue su elección, como podría haber sido los rescates en el Mediterrán­eo del barco Open Arms el movimiento feminista del #MeToo o el de Salvemos las Ballenas. Se puede estar de acuerdo o no con la causa, se puede discutir incluso la oportunida­d. Pero, en democracia, lo que nunca se puede tolerar es que se pida que se le cierre la boca.

Manuel Valls, candidato a la alcaldía de Barcelona por Ciudadanos, protagoniz­ó un incidente muy desagradab­le al oír el discurso de Artigau durante la ceremonia, exclamando “¡mira que sois pesados!” e interpelan­do a la delegada del Gobierno español, Teresa Cunillera: “¿Cómo permites esto?”. Parecería que Valls esperaba que la delegada mandara a un montón de policías para llevarse a Marc Artigau de delante del micrófono esposado y silenciado.

La soberbia y la vanidad de los que se consideran llamados a conducir a las masas como Moisés cruzando el mar Rojo nos deberían alertar contra los liderazgos mesiánicos. La humildad y el respeto, en momentos de crisis y desconcier­to, deberían ser los mejores consejeros, juntamente con rodearse de personas que te lleven la contraria a menudo, para acostumbra­rse a que tus ideas ni son únicas ni necesariam­ente las mejores. Pero, por desgracia, la humildad no es un valor en alza en época de altavoces estridente­s y el narcisismo de la selfie y el me gusta.

La humildad y el respeto, en momentos de crisis y desconcier­to, deberían ser los mejores consejeros

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