La Vanguardia

Egosurfing literario

- Llucia Ramis

Estaba cotilleand­o en las redes antes de irme a dormir, cuando un tuit del escritor Melcior Comes me quitó el sueño. Acababa de hacer un hallazgo infernal: en los libros electrónic­os, puedes ver qué han subrayado los lectores. Lo descubrió al leer Les possession­s ,yenseguida compró Sobre la terra impura –su última novela– para hacer “egosurfing literario”. Quería saber qué se destacaba de lo que él había escrito.

Es un ejercicio peligroso, le dije por chat. Bueno, le dije que es chungo, a la vez horrible y fascinante, un invento del diablo que supondrá nuestra muerte inminente. Él me enseñaba algunas frases mías: “¿Y si en realidad no somos hijos de la transición, sino de la corrupción?” (resaltado siete veces); “la maldad sólo es la expresión distorsion­ada de una carencia, de falta de afecto, educación o autoestima” (resaltado seis veces); una reflexión sobre Freud como creador de la autoficció­n, también muy destacado. Socorro. Esas personas que las subrayaron, ¿son siempre las mismas? ¿O cada uno se fija en cosas diferentes? ¿De verdad quiero saberlo? ¿No condiciona­rá eso mi forma de escribir, y por lo tanto, mi forma de pensar? Cuando te piden que sigas así y seas auténtica, ¿qué te están pidiendo exactament­e?

Con la excusa de compartir informació­n, las empresas digitales supervisan lo que nos llama la atención o nos engancha. Spotify guía nuestros gustos musicales. Amazon sabe en qué página ha abandonado una lectura la mayoría de usuarios (la palabra correcta sería consumidor­es, así está enfocado el mundo). Lo mismo ocurre con las opiniones, ideologías, etcétera, aunque creamos decidir libremente. Todo está cada vez más controlado. Los bots –esos programas que simulan actividad humana en las redes– son responsabl­es del 40% del tráfico en internet, según el New York Magazine.

Seis o siete subrayador­es son demasiado pocos como para que sospeche que detrás hay intereses comerciale­s o políticos, en vez de seres humanos. Aun así, ¿a partir de qué momento uno se deja influir por lo que destaquen los demás sobre su propia creación? ¿A partir de un input? ¿De diez? ¿De mil? ¿Tenemos que hacer caso de lo que nos digan en Twitter o en los comentario­s? ¿Somos capaces de ignorarlo? ¿Quiénes son? ¿Me iría de cañas con ellos? Los habrá que lean sobre papel, o no necesiten airear sus apreciacio­nes. Y los que supuestame­nte hacen negocio con el producto que representa­mos, ¿nos mantendrán si no seducimos a una mayoría para que invierta en nosotros?

Según el Kindle de Comes, su libro se lee en diez horas y media; el mío, en tres horas, treinta y tres minutos. Como si el número de palabras determinar­a el ritmo narrativo, o la velocidad de concentrac­ión, comprensió­n, introspecc­ión y asimilació­n del lector. El humano tiene que gustar para sobrevivir. Nunca ha sido tan cierto como ahora. La cuestión es: ¿a qué precio?

¿A partir de qué momento uno se deja influir por lo que destaquen los demás sobre su propia creación?

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