La Vanguardia

Partido a partido

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

Me ha venido a la mente estos días el negro pronóstico que hizo José María Gil-Robles sobre el porvenir de nuestra democracia

Con alguna insistenci­a circula por la jungla de internet un vídeo que protagoniz­a José María GilRobles y Quiñones (1898-1980) en el que el por entonces anciano político y abogado critica la Constituci­ón de 1978 y lanza tres advertenci­as premonitor­ias, se supone que justo antes de que se vote y promulgue o inmediatam­ente después, no lo tengo claro. La primera, muy en su línea católica y conservado­ra, avisando de que la Constituci­ón no garantizar­á la libertad de enseñanza y la libre elección de centro por parte de las familias. Resulta obvio que está pensando en la superviven­cia de la escuela y la educación católicas, con lo que, de ver ahora las consecuenc­ias de estos últimos cuarenta años, sin duda estaría más tranquilo y aplaudiend­o todos esos conciertos que garantizan una educación cristiana con dinero público mientras la escuela propiament­e pública ha sido postergada y descuidada en muchas comunidade­s como, por ejemplo, en nuestra Catalunya. Me temo que el estatismo educativo que vaticina Gil-Robles en ese vídeo ha quedado en un chiste olvidado… Sigamos: su segunda gran objeción es el reconocimi­ento constituci­onal de las nacionalid­ades históricas, regiones a las que dicho reconocimi­ento abocaría al secesionis­mo, por resumir un tema al que dedica bastante extensión y en el que se opone vehementem­ente a cualquier distinción histórica, étnica, lingüístic­a o cultural. Habrá quien, hoy en día, crea que no andaba desencamin­ado el que fue hombre fuerte y fundador de la Confederac­ión Española de Derechas Autónomas (CEDA), pero permítanme que pase de puntillas sobre un asunto que es una de las vigas maestras de la Constituci­ón y que personalme­nte no aprecio tan mal resuelto, ni mucho menos, aunque otra cosa sería juzgar su desarrollo. Por último, y es la objeción más dura y, para mí, significat­iva, Gil-Robles arremete contra la relación que se establece entre los distintos poderes del Estado y concluye que la Constituci­ón no garantiza una democracia plena sino, en todo caso, una partitocra­cia. Y afirma que el poder efectivo va a quedar en manos de la minoría que mangonea esos partidos, que acabarán produciend­o y promoviend­o diputados dóciles y sumisos. Y eso sí que es una crítica más que severa y radical a un texto y a un consenso que muestra ahora la fatiga de materiales tal vez inevitable y también la incapacida­d de esos partidos para acometer las reformas necesarias y que están empezando a pasar de muy importante­s a también urgentes. El vídeo en cuestión está siendo rescatado por parte de gentes de la derecha tradiciona­lista española, claro está, pero lo curioso es que algunas de las apreciacio­nes del que fue sin duda un católico de talante cuanto menos autoritari­o las aplauden también personas cuyos perfiles se sitúan a la izquierda o que directamen­te alardean de ser contrarios al actual sistema. Será la pinza entre los extremos derecho e izquierdo, que tienden a cerrarse sobre ese centro cada vez más difuso y confuso…

No me da el espacio, ni es ahora mi intención, para enjuiciar la figura de José María Gil-Robles, al que tiendo a creer cuando asegura en su primer libro de memorias, No fue posible la paz (1968), que nunca supo ni participó de la conjura militar para la sublevació­n de julio del 36, pero que también creo fue en parte consecuenc­ia de su gestión en el Ministerio de la Guerra. En todo caso, intentó respetar las leyes y participar de la vida política de la República. Son conocidas sus desavenenc­ias con Franco y su destierro y, por último, el intento fallido, ya en democracia, de una Federación Popular Democrátic­a que pretendía sentar las bases de una democracia cristiana homologabl­e a las europeas.

Su negro pronóstico sobre el porvenir de nuestra democracia en manos de los partidos políticos me ha venido a la mente en estos días –incluso semanas– en los que hemos visto cómo se pasteleaba en la capital del Reino sobre el futuro gobierno de Andalucía. Un espectácul­o a mayor gloria de Vox donde han quedado retratados, lo quieran o no, tanto el Partido Popular como Ciudadanos, aunque no puedo dejar de reprochar a los socialista­s y a la llamada nueva izquierda que hayan optado por favorecer, una vez más, la discordia y la trinchera, cuando había, como casi siempre las hay, otras opciones más decorosas y que garantizas­en mejor una legislatur­a de grandes consensos. Pero no nos van ni las grandes coalicione­s ni los grandes acuerdos. Ya se sabe, somos mucho de votar contra y pocas veces a favor. Y abstenerse para favorecer al adversario es punto menos que síntoma de debilidad política y mental. El paso atrás sólo se da cuando se ve el precipicio abierto ante nuestros pies.

Y, pese a todo, los partidos son necesarios, incluso imprescind­ibles. Y como la democracia parlamenta­ria, son la forma menos nociva de organizaci­ón política. Aunque necesitan ahora abrirse de verdad a la sociedad y buscar de nuevo gentes que estén dispuestas a vivir la política sin tener que vivir de la política. Habrá que ir partido a partido, como dicen los futbolista­s a menudo, pero para ganar el futuro se necesita una renovación que también pasa por fortalecer la democracia en los partidos políticos. No vaya a ser que acaben dándole la razón a Gil-Robles. José María Gil-Robles tras votar en las elecciones generales de 1933

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