La Vanguardia

¿Quim Torra, jesuita?

- JOAN DE SAGARRA

Les dice algo el nombre de Patrick Rambaud? ¿Y si les dijera que es el autor de La bataille, premio Goncourt 1997? ¿No? ¿Y si les dijera que es el autor de las famosas crónicas del reino de Nicolás I, de François le Petit y, ahora (a partir del 9 de enero en las librerías de Francia), de Emmanuel le Magnifique, las tres publicadas por Grasset? ¿Tampoco? Lo comprendo. Rambaud vendió 100.000 ejemplares de su Chronique du rêgne de Nicolas I, es decir, de Nicolas Sarkozy, pero el libro no fue traducido ni al castellano ni al catalán. Para qué. Sarkozy era el presidente de Francia y la crónica de su reinado iba dirigida a los franceses. Para redactar esa crónica, Patrick Rambaud se leía cada día una docena de periódicos franceses y se fijaba en pequeñas cosas, en detalles, que le servían para construir su personaje; detalles, que a un lector español, catalán, le eran desconocid­os y, a decir verdad, le importaban un comino.

¿Para qué traducir la crónica del reinado del primer Nicolas cuando, en España, en Catalunya, todavía no se había publicado la crónica del reinado de Juan Carlos I o de Jordi Pujol? Puede que dentro de cincuenta o de cien años, las crónicas de Rambaud se lean, en el caso de que aún haya lectores, en Europa –en el caso de que aún haya una Europa, una Unión Europea o lo que sea–, como en su tiempo se leyeron las memorias de Saint Simon o las novelas de Walter Scott, pero mientras tanto, Patrick Rambaud es, aquí, un desconocid­o. Y es una lástima. Porque lo que hizo Rambaud con Sarkozy, con François Hollande (François le Petit, el grande, claro está, era Mitterrand) y ahora hace con Macron, el Magnífico Emmanuel, es digno de ser traducido a un montón de lenguas.

¿Qué hace Rambaud con Sarkozy? Pues como que no le tiene demasiada simpatía, por no decir ninguna, y encima lo encuentra un tipo vulgar, le pone una peluca y lo pone en ridículo. Pero los fans de Sarkozy no lo ven así: la peluca les encanta, le da al pájaro esa realeza con la que Rambaud lo ridiculiza, pero que ellos se niegan a ver. Es el problema de un país, Francia, que después de haber generado una revolución y haber terminado con una monarquía se inventó una república en la que el presidente es, sigue siendo el rey. Sobre todo desde que el general De Gaulle llegó al poder en el año 1958 y se inventó la V República en la que el general era el rey de los franceses. De hecho, las crónicas de Rambaud nacen de las de André Rimbaud, quien a principios de los años sesenta publicaba en Le Canard enchaîné, su célebre sección “La Cour”, en la que De Gaulle era el rey y Malraux su cortesano.

Aquí (me refiero a Catalunya), por desgracia, no tenemos ningún Rambaud. En los años del reinado de Jordi Pujol tuvimos a un tipo genial, cuyo nombre es hoy maldito para una parte de los habitantes de este país, Albert Boadella, el jefe de Els Joglars, quien estrenó en el Lliure, en complicida­d con los chicos y chicas de Fabià Puigserver, aquel famoso e inolvidabl­e Ubú, president. Pero, al margen de este espectácul­o, que de ser Barcelona París, ese París en el que sueñan los que dicen que Barcelona será cultural o no será, hoy figuraría en el repertorio de la Comédie Française (¿Nuestro TNC?), aquí no hay una tradición que nos permita poner pelucas a nuestros honorables, molt honorables, como hace Rambaud con sus presidente­s, con sus monarcas, y convertir la Casa dels Canonges en ese Palacio del Eliseo en el que…

En su última crónica, Emmanuel le Magnifique, Patrick Rambaud afirma que Emmanuel Ma-

Aquí no hay una tradición que nos permita poner pelucas a nuestros honorables como hace Rambaud

cron es un jesuita. Entrevista­do por David Caviglioli en L’Obs (3-9 enero 2019), Rambaud afirma que lo supo desde el principio. Rambaud (1946) estudió durante siete años en los jesuitas de Lyon y tiene jesuitas en su familia, luego sabe de lo que habla. “Ese gusto, ese afán de seducir, de decir a la gente lo que ésta quiere oír; de apostar en même temps, de jugar a dos, tres, siete discursos a la vez…”, todo eso, tan ignaciano (Ignacio de Loyola), Rambaud lo ve en Macron. El Macron sonriente y a la vez brutal. Sonriente en la foto, en la selfie, y brutal en el Eliseo, entre los suyos, a los que les exige una obediencia de cadáver, perinde ac cadaver.

Emmanuel Macron, el jesuita. ¿Y nosotros qué? ¿Quim Torra el jesuita? Quim Torra también fue alumno de los jesuitas. Como yo. Torra y yo estudiamos en el mismo colegio de los jesuitas, en San Ignacio, en Sarrià. Pero fue en distintas épocas. Cuando yo estudiaba en San Ignacio, los jesuitas nos enseñaron a traicionar, a denunciar a nuestros compañeros, como recordaba, años atrás, mi querido Xavier Rubert de Ventós. Hasta tal punto que uno de los representa­ntes de los pocos chicos que hoy quedamos de mi promoción (1956) es un miembro del Opus Dei.

Entre la promoción del molt honorable Torra y la mía hay una pequeña diferencia. Yo soy de la del whiskey y él es de la ratafía. “Je voudrais être sur un océan de whisky, dans un paquebot dont les cheminées seraient des cigares…”, como dice aquel dandy en una vieja peli de Lubitsch. Y Torra es un adicto de la ratafía: “Diu que, mig torrat, un dia / va dir en Torra al Puigfugit: / ‘Tu et torres de rebel·lia, / però et veig acovardit. / Jo en canvi (ja t’ho tinc dit) / em torro de ratafia / i així soc més atrevit’”. Eso escribía Salvador Oliva en el Quadern de El País el 13 de septiembre del 2018. Lástima que Oliva no se muestre dispuesto a redactar las crónicas de la monarquía catalana. Faltaría editor, claro está. Y en catalán. Ubú, president, era en catalán.

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DANI DUCH El president de la Generalita­t obsequió al jefe del Gobierno, Pedro Sánchez, con una botella de ratafía
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