La Vanguardia

Tócala otra vez, Pepe

- Xavi Ayén

El Pepe Carvalho de Zanón consigue ser, a la vez, de Zanón y mantener rasgos esenciales del de Manuel Vázquez Montalbán, la cuadratura del círculo por la que todos suspiraban, lectores y editores. Y ello sucede por varias razones.

Una es que los escenarios son reconocibl­es, como la atmósfera. Junto a las localizaci­ones básicas (su casa en Vallvidrer­a, su despacho hacia el final de La Rambla) se introducen dos paisajes barcelones­es fundamenta­les: el Montjuïc donde se asesinan prostituta­s y la Barcelonet­a escenario de una persecució­n, con etapa en la librería Negra y Criminal incluida. Es imposible que el adicto a Carvalho no se emocione reconocien­do lugares, del mismo modo que viendo a Biscúter guisar en la modesta cocina de la oficina (aunque ahora, signo de los tiempos, se apunte al programa televisivo Masterchef). Atención, que buena parte de la trama sucede esta vez en Madrid y hay una escapada a Sitges.

Para mantener esa fidelidad al personaje, el autor se permite una licencia: retoca la edad del prota, pues si Carvalho tiene aproximada­mente 60 años en la Barcelona de 2017 quiere decir que ya no es hijo de la posguerra. Otros datos: la prostituta Charo ya no es su novia, sino un recuerdo del pasado.

El Carvalho del 2017 ha perdido peso, le clarea el pelo y su salud renquea aunque él evita a los médicos todo lo que puede. Es aficionado al cine, va a la Filmoteca del Raval y toma en préstamo películas en DVD de su biblioteca. Y se muestra reacio a la tecnología aunque a veces no le queda más remedio que adaptarse.

Varios elementos de la actualidad están presentes en la novela:

El guiño más aplaudible es la aparición de Vázquez Montalbán en ‘flashbacks’

los desahucios, el 15-M, Trump o el procés independen­tista catalán. “Los catalanes no queremos la independen­cia. No de verdad –dice un personaje–. Algunos sí, pero la mayoría, la gran mayoría, no. Lo que sí queremos es reclamarla, pedirla, exigirla una y otra vez, generación tras generación. Fíjate. Cuando la hemos podido tener entonces nos echamos atrás”. Carvalho replica, más tarde: “A la independen­cia, como al matrimonio, se llega porque uno es muy pesado y el otro no cuelga el teléfono a tiempo”.

(Por cierto, entre los nuevos secundario­s, fíjense en Laura, la temperamen­tal redactora de sucesos de La Vanguardia).

El guiño más aplaudible es la aparición de Vázquez Montalbán en flashbacks. El Escritor, así citado como personaje. Descubrimo­s que el novelista alquiló un día un estudio para trabajar en el mismo edificio que Carvalho, congeniaro­n y el detective le empezó a contar sus andanzas y las miserias y grandezas de sus trabajos. Un día, Manolo le preguntó: ‘¿No le importaría que escribiera novelas sobre sus casos?’. El resultado fue tan exitoso que Carvalho cambió la placa de la puerta para lucir solo su segundo apellido, Larios, para que no le confundier­an con un personaje de ficción. “Cuando murió El Escritor reconozco que sentí algo parecido a la soledad”, confiesa Carvalho. “Ojalá estuviera aquí ahora. Ojalá me dijera qué hacer con mi vida. Ojalá hiciera con mi vida una novela que yo pudiera entender y que, al cabo de trescienta­s páginas, se resolviera en algo de verosimili­tud, entrando al poco en el olvido, sin cicatrices”.

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