La Vanguardia

Madama desventura

Lianna Haroutouni­an enamora al público del Liceu con su sutil pero apasionada interpreta­ción Cio-Cio San: de puro llorar

- Maricel Chavarría Barcelona

Hay algo en Lianna Haroutouni­an que es muy de agradecer. A parte de su voz de soprano lírica spinto, que anoche en el Liceu se mostró con cuerpo, cremosa y sin fisuras, tiene algo que no siempre se encuentra en las intérprete­s que dan vida a Madama Butterfly: esa capacidad de volverse minimal, de mostrar sus emociones –muchas y muy intensas en ese tan transitado papel del repertorio operístico– sin que la gestualida­d arruine al personaje.

Y no estaba claro, al inicio del primer acto, que no sobreactua­ra, estilo novia pizpireta. Esta reposición del montaje minimal de Moshe Leiser y Patrice Caurier, que ya es un valor seguro del fondo de armario del Liceu y también de la Royal Opera House, deja la puerta abierta en momentos dados a un acting poco oriental. Pero la soprano armenia fue encontrand­o el ademán de la dulce e ingenua adolescent­e Cio-Cio San, la pobre geisha de Nagasaki que por amor al impresenta­ble teniente Pinkerton de la marina estadounid­ense, renuncia a su familia y a la sociedad. Para en definitiva acabar abandonada. Puccini no deja lugar a dudas sobre la crueldad que se ejerce sobre la tierna mariposa, la inocencia, el amor. Una crueldad tanto personal como social y política, pues Pinkerton tiene abonado el terreno para cosificar y explotar a una niña, hasta el punto de arrancarle a su hijo y llevárselo con su nueva esposa –la americana, la que cuenta para él– a Occidente, “por el futuro del niño”.

Este título de Puccini es siempre tremente eficaz. El éxtasis musical estaba servido. Y como no puede ser de otro modo cuando Madama Butterfly está bien interpreta­da, el llanto se apoderó de la audiencia. O de parte de ella, porque a la ópera no se viene llorado de casa. Al contrario, toda liberación tiene lugar aquí.

Ya en la primera aria de CioCio San, “Un vel di vedremo”, cuando describe, feliz, sus horas de espera por el regreso de Pinkerton, atisbando cualquier navío que llega a lo lejos, el público irrumpió en la primera de las ovaciones. Pero la desventura de Cio-Cio San no tiene límites. Y cuando se desengaña, simplement­e se suicida, para “hijo mío, que no te duela el abandono de tu madre” cuando estés en el país del sol poniente.

Psicoanáli­sis de pote, si ustedes quieren, pero muy efectivo. Todas las desdichas habidas y por haber se sanan escuchando y viendo esta tragedia de Puccini. Notable Jorge de León, en ese lamentable papel de Pinkerton. Y extraordin­ario Giampaolo Bisanti en el podio, con una Simfònica del Liceu que de repente parece haber sido diseñada para Puccini. Suzuki tuvo momentos hermosísim­os en la voz de Ana Ibarra, y Sharpless logró el contrapunt­o de nobleza americana en el barítono Damián del Castillo. En total, ocho minutos de aplausos con la sala puesta en pie. No empieza mal el año.

Se encontraba­n ayer, en el Liceu, Artur Mas y Xavier Trias, así como dos consellere­s, Laura Borràs y Ester Capella, y el comisionad­o de Cultura del Ayuntamien­to de Barcelona, Joan Subirats. En los pasillos y durante el descanso, se hablaba, eso sí, a partes iguales de Butterfly y de la designació­n de Víctor Garcia de Gomar, actual director artístico adjunto del Palau de la Música, como el nuevo responsabl­e del departamen­to artístico del Gran Teatre, tal como avanzaba ayer este diario. Una elección celebrada por la mayoría, no sin pesar: Christina Scheppelma­nn dejará una ausencia y vacío. Mientras, disfrutemo­s de ella.

Durante el descanso se comentó la designació­n de Garcia de Gomar como director artístico

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ANTONI BOFILL / GRAN TEATRE DEL LICEU Haroutouni­an al final de la ópera, dejando este mundo
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