La Vanguardia

La montaña de las oportunida­des perdidas

- Niki Lauda Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

Una tarde de invierno, en los accesos a los museos de la parte alta de Montjuïc hay tramos casi espectrale­s

La montaña de la cultura no requiere un plan faraónico: sólo más luz, carteles, seguridad y un MNAC ampliado

Barcelona es una ciudad propensa a alejar del centro los equipamien­tos culturales para después abandonarl­os a su suerte. Montjuïc es buena muestra de ello. La que podría ser una montaña mágica de la cultura y el deporte es la evidencia de un fracaso colectivo. Pero el desaguisad­o tiene remedio.

Dice mucho en favor de la vocación cultural de Barcelona (la de los residentes fijos y la de los temporales) que museos tan remotos como el MNAC o la Fundació Miró sean capaces de atraer a 900.000 y a 350.000 visitantes al año. Es la prueba de que existe un fuerte vínculo con el arte. Lo que sugiere una pregunta abierta: ¿hasta dónde podrían llegar estos centros culturales de primer nivel si la administra­ción convirtier­a ese arrabal lúgubre que es Montjuïc en un parque urbano bien comunicado, razonablem­ente iluminado y rediseñado para el disfrute de la cultura y el deporte?

Es necesario conocer el alcance del problema antes de plantearse cuál debería ser el remedio. Una opción posible es acercarse al MNAC, el Museu Etnològic o la Fundació Miró en horario de cierre en una fría tarde de enero, entre las 18.00 y las 19.00 horas.

Es una experienci­a reveladora.

La sensación de desamparo no empieza en el Palau Nacional, sino avanzando unos metros en cualquier dirección. En las mismas escalinata­s, la tarde del jueves hay una cincuenten­a de personas que desafían la ola polar para ver cómo cae la noche sobre la ciudad. Un músico callejero interpreta Hey Jude . El bar y la tienda que el museo ha emplazado en el exterior ayudan a crear ambiente.

Pero las dudas surgen a la hora de regresar a casa o al hotel. En el MNAC no hay parada de taxis y el autobús más cercano pasa junto al Etnològic. Para cogerlo hay que atravesar un camino oscuro y expuesto y una curva que un día formó parte de un circuito de Fórmula 1. Hay automovili­stas que aún la toman como si fueran

en 1975. No es fácil aparcar. Las paradas de metro de Palau Nacional y Anella Olímpica nunca pasaron de proyecto de una línea 2 jamás prolongada, porque los gobiernos de CiU no lo considerar­on prioritari­o. Así que la más cercana es la de Espanya de las líneas 1 y 3, a 900 metros de distancia y 50 de desnivel por unas escaleras mecánicas que no siempre funcionan.

La ruta está muy mal iluminada y contiene tramos espectrale­s, como la plaza de la Font Màgica. No corre el agua. No hay nadie. Ha habido días en que los responsabl­es del MNAC han trasladado en sus propios coches a personas mayores que habían asistido a algún acto vespertino. Los empleados de los museos suelen esperarse para bajar acompañado­s. En Montjuïc se registran atracos y violacione­s.

Igual de sombrío será el panorama cuando, el mismo jueves, salgan a las 21.00 horas de la Miró los asistentes a una charla sobre moda y género. Pero al menos en este museo sí hay parada de taxi. El funicular, la que había de ser la gran alternativ­a para la movilidad de la montaña, no está ni se le espera hasta mayo, cuando concluya una nueva revisión técnica. El acceso a pie al Poble-sec está mal iluminado. El autobús 150, lo más parecido a una lanzadera, pasa cada 15 minutos desde las siete. A partir de las nueve, el 55 lo hace cada 18.

Y si este es el panorama en los museos, qué decir del anillo olímpico, presidido por un estadio fantasmagó­rico que languidece de puro aislado. La incomparec­encia de Barcelona en el calendario del atletismo internacio­nal tampoco ayuda.

Pese a todo, no puede decirse que al Ayuntamien­to no le preocupe Montjuïc. Este diario avanzó el miércoles los resultados de un proceso participat­ivo que debe sustanciar­se en un nuevo plan municipal. La seguridad y la iluminació­n figuran entre las prioridade­s de actuación. Se supone que estas mejoras tendrán también como beneficiar­ios (haría falta un auténtico plan de choque) a los visitantes de los museos. Preocupa también mucho el descanso vecinal, pero no se constata por ahora entre las necesidade­s de la zona la de dinamizar sus institucio­nes culturales.

Constituye­n una valiosa aportación los procesos participat­ivos en los que se anima a vecinos y a entidades a aportar ideas no para cubrir un trámite, sino para democratiz­ar de verdad la toma de decisiones. Pero hay temas en los que se impone que los gobernante­s a los que la gente ha confiado su voto tomen decisiones que tengan en cuenta los intereses de todos. Y Montjuïc es un asunto estratégic­o. De ciudad: cientos de miles de personas se instruyen en sus museos o en sus instalacio­nes deportivas. Garantizar el descanso de los vecinos es importante, pero aún lo es más fomentar el uso de la cultura como motor de cambio social.

De haber voluntad de corregir esa ausencia de discurso cultural para Montjuïc, habría que aplicar un plan basado en el sentido común. Sin necesidad de una costosa revolución urbanístic­a.

Una medida clave sería ampliar el MNAC en uno de los pabellones superiores de la Fira. Esto permitiría no sólo su relanzamie­nto, sino crear un foco de centralida­d en el corazón de la montaña del que se beneficiar­ían tanto los museos de las cotas más altas (la Miró, el Etnològic o el Olímpic) como los de la parte baja (Arqueològi­c, Van der Rohe, CaixaFòrum, Galería Taché o Poble Espanyol). Porque se podrían organizar exposicion­es conjuntas y porque se desplazarí­a hacia la plaza el eje de la oferta cultural.

La falta de una auténtica lanzadera desde el centro de la ciudad; la ausencia de una oficina en la misma plaza Espanya que sirva de puerta de todos los equipamien­tos culturales de la zona o de espacios publicitar­ios cedidos en el metro para anunciar las exposicion­es es tan evidente que no habría ni que mencionarl­a. Pero, ¿qué puede esperarse de una ciudad que permite que sus museos queden casi incomunica­dos cuando la Fira corta las calles de acceso mientras celebra algunos de sus salones?

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MIQUEL MOLINA El viaje al fin de la noche de los visitantes del MNAC: 900 metros separan a esta pareja del metro
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