La Vanguardia

El balón no es esférico

- Xavier Aldekoa

Dirán que el balón es esférico pero es mentira: es un hilo invisible e irrompible. A Wizzy hace un siglo que no le veo. Cuando nos conocimos, su país sucumbía a la peor epidemia de ébola de la historia. Entrenaba a un equipo de fútbol en Sierra Leona y tenía tiempo: en un intento desesperad­o por contener los contagios, el gobierno había prohibido el contacto físico entre personas y cualquier ejercicio al aire libre. Wizzy no estaba fastidiado por tener que quedarse en casa, sino porque, decía, para sus chicos dejar de jugar a fútbol era una condena. Entrenaba a un equipo diferente: todos sus jugadores tenían algún brazo o pierna amputado; algunos también las orejas o la nariz. No era algo extraño en Sierra Leona. Durante la guerra civil de 1991 al 2002, los grupos rebeldes dejaban su firma al atacar aldeas simpatizan­tes del bando rival. Cortaban brazos, piernas, nariz u orejas a todos, sin importar si eran hombres, mujeres, niños o ancianos. Había miles de personas con amputacion­es por todo el país.

Wizzy era del Barça a morir y en el salón de su casa, en un barrio a las afueras de Freetown, tenía colgada una camiseta blaugrana que él juraba que era la única auténtica de todo el país. La zamarra era falsa sin duda, pero yo habría preferido una negociació­n a tres bandas con el padre de Neymar y la madre de Rabiot antes que cortarle al chaval la ilusión. Wizzy me abrió las puertas de su casa y me acompañó durante varios días mientras su país se hundía. Cuando el trabajo daba una tregua, me contaba historias de magia negra

Wizzy estaba convencido de que con un buen conjuro el Barça se llevaba tres Champions seguidas

y espíritus –estaba convencido de que con un buen conjuro, el Barça se llevaba tres Champions seguidas– y planeábamo­s la manera de ver juntos algún día un partido en el templo culé.

Desde que nos despedimos, no falta nunca a la cita. Cada fin de año me manda un mensaje para felicitarm­e el año, enviarme bendicione­s y, esto es innegociab­le, desear que el Barça gane la Liga de Campeones. Durante el resto del año, me manda fotografía­s de los jugadores que han ido al entrenamie­nto con una camiseta blaugrana –“pero es falsa, ¿eh?”, matiza– y me da una turra considerab­le con versículos larguísimo­s de la Biblia o cadenas sobre cómo un hombre debe tratar a su esposa.

Este año, me quise adelantar y fui yo quien le felicité el año primero y le vacilé diciendo que o cae ya la Champions o al final Messi se nos va a jubilar.

–Barcelona victory all the way, respondió. No dijo nada más y al cabo de unas horas, como si se hubiera arrepentid­o de su respuesta escueta, me mandó una foto suya sonriente con una camisa naranja y gafas de sol y un deseo compartido.

–Que Dios te bendiga a ti y al FC Barcelona. Os quiero a los dos. Dirán que el balón es esférico pero es mentira: a veces es más.

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