La Vanguardia

Violencia y perspectiv­a de género

- Josep Miró i Ardèvol

La necesaria protección de las mujeres no puede significar la criminaliz­ación de los hombres ni la aceptación de que exista un sistema que se dedica a dominar, abusar y matar mujeres, justifican­do una ideología, la perspectiv­a de género, que afirma cosas como esta: “Que un hombre te golpee, te asesine y te deje tirada semidesnud­a entre unas matas es fruto de un sistema en el que las mujeres no valemos nada… porque pueden hacerlo y el sistema los ampara”. Este tipo de discurso se ha aceptado como normal, y al mismo tiempo se ha vituperado que los menores y los ancianos tengan un nivel de protección semejante al de las mujeres.

Uno de los caballos de Troya de esta concepción política es el discurso sobre la gran violencia estructura­l contra la mujer, que partidos y medios de comunicaci­ón, con escasas excepcione­s, han asumido como ciertos. ¿Pero realmente es así? Claro que hay violencia contra la mujer y agresiones sexuales y que es mejor que no las hubiera, como la paz es mejor que la guerra y el diálogo que la confrontac­ión, pero, asumido esto, hay que acotar su dimensión real y la proporcion­alidad entre los recursos que se aplican y la magnitud del problema.

Para darle mayor énfasis se agregan los datos para diversos años, de manera que la cifra apabulle. Por ejemplo: “1.055.912 denuncias por violencia de género entre el 2009 y el 2016”. Son muchas, sin duda, ¿pero cuál es su significac­ión real? Si observamos los resultados de la serie de encuestas del Centro de Investigac­iones Sociológic­as (CIS) del año 2017, es decir, el inmediato siguiente a aquellos datos acumulados, que preguntaba sobre cuáles son los principale­s problemas personales de los españoles, sólo el 0,5%, es decir, 175.000 personas, sobre 35 millones de adultos que constituye­n el universo censal, afirmaban que era la violencia contra la mujer.

Pero profundice­mos en los datos del CIS. Entre diciembre del 2010 y febrero del 2011 se realizó una encuesta sólo a mujeres, en la que se preguntaba sobre comportami­entos de la pareja que pueden molestarla­s. Inquiría nada menos que sobre 27 tipos, de muy leves a muy graves. Pues bien, la casi totalidad, entre el 95% y el 97%, respondier­on que “Nunca” habían sido objeto de aquellos negativos procederes, mientras que sólo entre el 0,5% y el 1% como valores más frecuentes respondían que “Frecuentem­ente”. Estos datos, que mostraban una relación de pareja claramente positiva, son consistent­es con los de la escasa preocupaci­ón por la violencia.

Y es que en realidad según el Women, Peace and Security Index del Georgetown Institute for Women, Peace and Security, realizado conjuntame­nte con el Peace Research Institute of Oslo, España es el quinto mejor país del mundo para las mujeres. Coincide con otra perspectiv­a: a raíz de un amplio estudio criminalís­tico publicado en El País el último día del año, la criminólog­a Andrea Giménez-Salinas declaraba: “España se encuentra entre los países más seguros del mundo y entre los que tienen menores cifras de delincuenc­ia sexual de Europa”. En términos de delito por 1.000 mujeres, en Francia son tres veces más; en Dinamarca, seis; en el Canadá de los Trudeau, ocho, y en la modélica Suecia, 13. La tasa de homicidio de mujeres es de sólo 0,15, mientras que la de los hombres es 8,6 veces mayor. La mujer comete menos violencia, pero también es mucho menos víctima de ella, al igual que sucede con el suicidio, donde sólo el 25% de los casos son mujeres. En esta sociedad el riesgo para la vida es del hombre. A pesar de ello, el único pacto de Estado acordado en años ha sido sobre la llamada violencia de género. No se ha logrado en educación, aunque vivimos en una verdadera emergencia, ni en sanidad, ni tan siquiera en pensiones, donde se sufre entre la improvisac­ión y el electorali­smo. Pacto de Estado y además una legislació­n especial que penaliza el ser hombre y excluye a otras víctimas como menores, dependient­es y ancianos, 105 juzgados especializ­ados, más 355 compatible­s, y muchos recursos económicos, siempre más, nunca bastan. Y todo, a pesar de que menos del 1% de los votantes lo consideran un problema grave para ellos. Y después se extrañan de que acaben produciénd­ose reacciones. La desmesura siempre las provoca.

Claro que hay violencia contra la mujer y agresiones sexuales, pero, asumido esto, hay que acotar su dimensión real

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JAVIER AGUILAR

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