La Vanguardia

“Si aparecen, profanaría­mos los restos de Lorca con selfies”

Tengo 57 años. Nací en Artà (Mallorca) y vivo en Barcelona. Soy actor. Me he casado hace medio año. No tengo hijos. ¿Política? Anarquista utópico. ¿Creencias? Lamentable­mente, no creo en Dios. Me gusta tocar la guitarra y cantar. La herida de la guerra aú

- VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET VÍCTOR-M. AMELA

Cómo fue su niñez en Artà? Los niños jugábamos por las calles a nuestro aire, y al poco ya pisabas tierra entre algarrobos y almendros... ¿Un paraíso terrenal? Sí, y lo era la costa del faro de Capdepera... hasta que... “y el pueblo es otro, el monstruo de la política le quitó su virginidad y su luz”, como dijo Lorca de su Fuentevaqu­eros.

¿Cuándo quiso ser actor?

Había en el pueblo un pequeño teatro, de herradura, de tres pisos, con palcos. Mi abuelo, de joven, había actuado...

¿De casta le viene al galgo?

Con seis años, sentado a su lado junto al fuego, me impresiona­ba verlo declamar con voz poderosa, transfigur­ado...

¿Qué textos?

El hombre que yo maté, de Maurice Rostand, que representó en Buenos Aires en los años veinte: allí había emigrado su familia.

¿Y él regresó?

Por amor a una prima: se casaron en Artà.

Bonita historia.

Con once años me llevó al teatro: ¡qué oscuridad! Al fondo, cayó una luz sobre los personajes... Esa experienci­a me conmocionó.

Y quiso hacer teatro.

Sí, y un profesor puso en mis manos, a mis 16 años, una obra de teatro cuyo autor había dejado dicho que era irrepresen­table hasta que pasaran veinte años...

¿Qué obra?

El público, de Federico García Lorca.

Siempre Federico.

Mi abuelo admiraba a Lorca, me contó su martirio final... La tremenda fuerza poética de El público me sacudió hondamente...

¿Dónde se form ó co mo actor?

A los 18 años me vine a Barcelona, al Institut del Teatre. Impartían clases Fabià Puigserver, Lluís Pasqual, Albert Boadella...

Resúmame su carrera teatral.

Todo lo que he interpreta­do ha sido por gusto, porque he querido.

¿No por dinero?

No. Nada. He ido buscando con los años mi fórmula para narrar historias en escena, y ya la tengo. Luego vienen las dificultad­es...

¿Qué dificultad­es?

Diseño un montaje teatral, busco apoyos, hago llamadas, envío e-mails... y nadie me responde... o me mienten. No importa el prestigio que merezcas por lo que tengas hecho...

¿No? Cada nueva propuesta me supone empezar de cero. Y cada vez es más difícil recibir ayudas, lograr que te programen...

Otros actores son contratado­s, y punto.

Si quiero escenifica­r lo que yo deseo..., debo producírme­lo yo mismo. Y eso es lo que he hecho con la obra y figura de poetas que me han guiado y enseñado a vivir.

Ahora, Federico García Lorca, ¿verdad?

Me inspiró el prólogo a El público de Rafael Martínez Nadal: muestra a Federico García, esa persona por debajo del mito Lorca, con sus miedos, sus pesares..., que contrastan con el vitalismo y la alegría que ya le conocemos.

¿Qué ve usted en ese Federico García?

Alguien de una sensibilid­ad extrema para todo, para lo bueno y lo malo, y capaz de captar realidades complejas con mucha facilidad y hacerlas inteligibl­es a los demás... ¿Ha leído Teoría y juego del duende?

Sutilísimo ensayo...

Si me obligasen a elegir un texto lorquiano..., hoy eligiría ese. ¡Cuánta inteligenc­ia!

¿Qué más ve usted bajo el poeta?

Federico García es un chico de pueblo, frágil, vulnerable, absorbe los saberes de gentes de la tierra..., y sabe del sufrimient­o humano, de la hostilidad de la vida... y procura protegerse tras su vitalismo y su cultura.

¿Lucidez extrema, por tanto?

Decía Anna María Dalí que a veces Federico miraba hacia dentro, con ojos inexpresiv­os, oscuros..., pero brillantes. Cada parte de su alma será un personaje en El público...

Le obsesionab­a la muerte, también...

Convivía con ella dentro, y Dalí lo explicaba: “Federico habla siete u ocho veces al día sobre la muerte”. Lorca, incluso, se representa­ba a sí mismo muerto. Y lo hacía tan bien... que eso espantaba a Salvador Dalí.

¿Qué idea sobre Lorca querría subrayar con su montaje teatral?

Que no sabemos lo que hemos perdido. Lo dijo él bien: “Tengo mucho e interesant­e que decir. Mi obra apenas está comenzada. La veo a lo lejos, como un orbe denso, con firmeza de pulso, para acercarme a ella”.

Qué pena...

Sí, porque Lorca llevó con La Barraca nuestro mejor teatro a las aldeas más pobres... ¿Por qué España no ha seguido su ejemplo?

¿Qué diría Lorca de esta España?

Si levantara la cabeza... volvería dónde esté.

¿Aparecerán sus restos?

Si apareciese­n, profanaría­mos su sepultura con selfies. Por eso la familia no quiere: quizá se lo llevaron... El misterio va con Lorca, cuya muerte nunca cesa. Por eso el público, al final de mi obra..., ¡siempre aplaude en pie!

¿Y por qué será eso?

Porque, aunque uno mismo no sea consciente de ello, revive una herida familiar, una herida heredada... que sigue aún supurando.

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MANÉ ESPINOSA
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