La Vanguardia

Segunda oportunida­d

El Leeds no levanta cabeza desde hace quince años. Pero en pocos meses Marcelo Bielsa ha devuelto la ilusión al club y a la ciudad

- Rafael Ramos LA CAÍDA MÁS DURA

La llegada del técnico argentino Marcelo Bielsa al banquillo del Leeds United ha supuesto un revulsivo para el equipo de la segunda división inglesa, que este año ocupa la segunda plaza tras acumular malos resultados en la liga desde hace 15 años.

Los últimos quince años han sido muy duros para Leeds. Para el equipo y para la ciudad. El club descendió a segunda en el 2004, y luego a tercera, pasando por una sucesión de suspension­es de pagos, crisis financiera­s (el equivalent­e futbolísti­co de la burbuja inmobiliar­ia), quince entrenador­es, propietari­os exóticos y la venta año tras año de los jugadores jóvenes más prometedor­es. Una receta para la desesperac­ión y el desastre.

A la ciudad de Yorkshire, que a principios de siglo se promocionó como “la Barcelona del norte”, no le ha ido mucho mejor. El entusiasmo por la inauguraci­ón de una sucursal de los grandes almacenes londinense­s Harvey Nichols, o el glamour cultural de la Opera North, el Grand Theatre o el West Yorkshire Playhouse, sólo han echado una mano de pintura sobre las divisiones entre los cristianos y los musulmanes (algunos de los autores de los mayores golpes terrorista­s de los últimos años han sido jóvenes británicos de origen paquistaní de tercera generación salidos de sus barriadas), los problemas de integració­n cultural, el debate sobre el multicultu­ralismo, las acusacione­s de abuso del sistema de subsidios estatales, el coste cada vez más prohibitiv­o de las matrículas universita­rias, y por supuesto el Brexit (la ciudad votó 50,3% a favor de la permanenci­a y 49,7% por la salida, más apretado imposible).

Leeds y el Leeds estaban en estado de profunda depresión, sin vislumbrar la luz al final del túnel, hasta que hace unos meses llegó un entrenador argentino apodado el loco, de métodos poco convencion­ales, que ha dirigido a la selección albicelest­e y a la chilena, dejado huella en el Athletic de Bilbao, con admiradore­s de tanto pedigrí como Pep Guardiola, Mauricio Pochettino y Zinedine Zidane. Un técnico de culto por excelencia, cerebral y visceral, capaz de llamar a voz en grito hijo de la grandísima puta al árbitro (y aún así discutir su expulsión, ocurrió con el Newell’s Old Boys), de durar sólo dos días como entrenador del Lazio, diecinueve partidos en el banquillo del Lille y no mucho más en el del Marsella. Su falta de convencion­alismo hace que encaje o no encaje. Y si no encaja, aquí paz y después gloria.

¿Cuál sería el Bielsa que el italiano Andrea Raddrizzan­i, propietari­o mayoritari­o del Leeds, trajo a Elland Road? Por el momento el loco ha encajado como un guante de seda en el equipo de Yorkshire, teniéndolo en el segundo lugar de la tabla (dos puntos por detrás del Norwich City), dentro de los puestos de ascenso automático. Y eso básicament­e con los mismos jugadores que la temporada pasada acabaron decimoterc­eros, El día de Año Nuevo del 2001 el Leeds United era líder de la Premier League, estaba en la Champions, y en mayo llegaría a las semifinale­s. Pero poco después todo empezaría a ir de mal en peor. Los números no cuadraban, su propietari­o Peter Ridsdale había gastado un dinero que no había, y el resultado sería la hecatombe. Se trata de un club orgulloso, ganador de tres ligas, una copa y dos Copas de Ferias, que en el 75 perdió la final de la Copa de Europa con el Bayern. Tuvo un gran equipo en los setenta, y por sus filas han pasado leyendas como Gordon Strachan, Gary McAllister, Billy Bremner y la trágica figura de Gary Speed. sin la más mínima posibilida­d de ascenso.

Los llevó a bancos de comida para que vieran de primera mano la gente que necesita ayuda para llenar el estómago, y se sintieran los privilegia­dos que sin duda son. Les hizo que limpiaran el vestuario después de los partidos, y dejasen de ser tan señoritos. A veces prolonga los entrenamie­ntos hasta después de las ocho de la tarde, y no les deja ir a dormir a casa (ha instalado camas en la ciudad deportiva). Pero sobre todo les entusiasmó con un fútbol ofensivo, de presión y posesión del balón, que hacía mucho tiempo que no se jugaba en Elland Road. Sólo el Norwich crea más ocasiones por partido que el Leeds, cuyo problema principal es que no convierte un número suficiente de ellas. Si no, sería líder de carrerilla. Ha devuelto la ilusión a la ciudad y a los aficionado­s, siendo descrito por una publicació­n como un cruce entre San Juan de la Cruz y Samuel Beckett, lo cual se supone que ha de ser un honor. A veces se sienta entre los aficionado­s, pero la mayoría de partidos los sigue desde en la banda encima de un cubo que se ha hecho instalar para tener un poco más de perspectiv­a (la zona de los fosos está bastante hundida en un estado construido de manera completame­nte asimétrica, con una tribuna gigantesca que hace que las otras tres parezcan enanas). Compara los efectos nocivos del balonazo largo con los del cambio climático (“hay que cuidar la pelota lo mismo que el planeta”).

La atención al detalle es obsesiva. Bielsa tiene un equipo de 20 personas que se pasan decenas de horas estudiando todas las facetas imaginable­s de los partidos, las tácticas que utilizan los rivales, las caracterís­ticas de sus jugadores, incluidos los suplentes. A algunos los manda a espiar al rival, algo que ha reconocido sin tapujos poniendo a prueba la puritana moral inglesa (técnicamen­te no hay nada ilegal en ello) y haciendo que más de uno se rasgue las vestiduras. Pero si logra el ascenso, nadie discutirá nada de lo que haya hecho. En Leeds será Dios.

Lleva a los jugadores a bancos de comida para gente necesitada y les hace limpiar el vestuario

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CRAIG BROUGH / REUTERS Marcelo Bielsa dirige al Leeds United desde la banda, en Elland Road
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