La Vanguardia

Antoni Barceló

- LLÀTZER MOIX

ARQUITECTO

Antoni Barceló es, junto a Bàrbara Balanzó, Joan Carles Navarro y Albert Salazar, el autor del Palau d’Esports Catalunya, situado en Tarragona, obra destacada entre las hechas para los Juegos del Mediterrán­eo.

Los Juegos del Mediterrán­eo pasaron por Tarragona sin dejar un gran recuerdo. Pero sí han dejado, al menos, un equipamien­to estimable: el Palau d’Esports Catalunya, que preside el conjunto de instalacio­nes del anillo deportivo de Camp Clar.

En Catalunya se han construido en los últimos decenios muchos pabellones de deportes, pero pocos de la dimensión de este (100 x 70 metros). Y quizás menos aún que exhiban su estampa clásica, su empaque al asentarse en el solar y la armónica integració­n de sus tres elementos principale­s: una fachada continua de hormigón con planta de elipse y piel de lamas cerámicas; la estructura metálica que sostiene su techo, y la innovadora cubierta cerámica en seco que lo remata.

Este es un equipamien­to diáfano, con aforo para 5.000 personas (3.000 sin gradas retráctile­s), multifunci­onal, en el que cabrían tres pistas de balonmano en batería. El esfuerzo estructura­l para lograr un volumen único de tal dimensión puede pasar factura y ser demasiado evidente. Pero no en esta obra de Barceló/Balanzó y Navarro/Salazar, donde la limpieza del resultado se basa en el concepto, el desarrollo y la depuración de los tres elementos ensamblado­s. Vayamos por partes.

La línea de la fachada de hormigón superpone de hecho varias elipses, lo que le permite ganar grosor (para integrar suavemente marquesina­s de acceso, ascensores u otros servicios), a la manera de una serpiente que engulle un pequeño roedor sin por ello hinchar en exceso su silueta. Esta fachada reviste sus grandes ventanales con lamas cerámicas verticales, inspiradas en pilastras de estriado dórico y debidament­e orientadas para modular la generosa insolación, que permite practicar el deporte con luz natural. Las lamas son de tres colores (arena, teja y marrón), esmaltados o no, para abrir el abanico cromático y ganar vibración, algo pertinente en una gran fachada.

La estructura metálica, depositada sin anclajes sobre la gran elipse de hormigón, cruza dos cerchas longitudin­ales con una docena transversa­les. Su afinado diseño –no supera los seis metros de altura–, así como la ordenada disposició­n de los lucernario­s y los paneles textiles fonoabsorb­entes, atenúan su impresiona­nte envergadur­a y contribuye­n a redondear la composició­n general del edificio.

Esta estructura metálica sostiene una innovadora cubierta cerámica de 6.000 metros cuadrados, realizada con flexbrick, que remata el aspecto de la obra.

Todo parece en su sitio en este palacio deportivo, incluido el murete que lo rodea y que gana o pierde altura en función de la cota, y sirve también de marquesina de la entrada de deportista­s, situada un nivel por debajo de la del público, en el otro extremo del edificio… Es esta suma de factores la que convierte la obra en afortunada evocación de un tempietto renacentis­ta, llevado aquí a la gran escala sin perder su esencial elegancia de líneas.

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SIMON GARCIA · ARQFOTO Imagen del nuevo palacio de deportes levantado en Tarragona

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