La Vanguardia

El pequeño Kabul de Moscú

La capital rusa concentra la mitad de los 100.000 afganos huidos a Rusia por la violencia en su país

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Atravesar las quejumbros­as puertas metálicas del centro comercial Sebastopol, con su recio diseño de líneas rectas, factura soviética y cemento en todas sus esquinas, es sin embargo entrar en un mundo diferente. En la época soviética, este complejo de cuatro edificios era un hotel, pero la enorme comunidad afgana que durante un cuarto de siglo ha huido de la guerra de su país lo ha transforma­do en su centro neurálgico, su lugar de reunión y de trabajo.

Entre las insignias en darí (farsi) que decoran algunas tiendas y el leve aroma a especias orientales que se escapa de algún sitio, este podría ser el único lugar (salvo tal vez en las universida­des) donde podríamos encontrar a más titulados y doctores por metro cuadrado de Moscú. “Aquí se dedica a los negocios la flor y nata de nuestra intelligen­tsia. Nosotros mismos hemos levantado nuestro propio centro”, explica Najibulá Takdir, que estudió Cine y Televisión y hoy, con 49 años, comercia con complement­os de piel, bisutería o artículos de manicura.

Tras la retirada soviética, de la que se han cumplido 30 años el 15 de febrero, “y sobre todo después de 1992 (cuando los muyahidine­s encadenaro­n otra guerra civil), la mayoría de la gente que estaba en el poder se vino a Rusia, porque habíamos estudiado aquí”, explica el exgeneral Mohamed Yalal Ghulam, que llegó a ser gobernador de Kunar durante el gobierno de Mohamed Nayibulah en los años ochenta y hoy es el jefe de la diáspora afgana en Moscú. En la capital rusa vive la mitad de los más de 100.000 afganos que conforman la diáspora afgana del país, la más numerosa después de las de Pakistán e Irán.

El recrudecim­iento del conflicto sorprendió a muchos estudiante­s afganos en las universida­des soviéticas. Es el caso de Hasan Sherhasan, médico de 56 años que apenas ejerció su profesión unos meses. “Terminé medicina en Dushambé y allí me ofrecieron trabajar, pero entonces comenzó la guerra civil de Tayikistán y me trasladé primero a San Petersburg­o y luego a Moscú. Entonces el sueldo era de cien dólares, pero tenía que pagar 400 por el alquiler. Así que no pude seguir”, explica. Se dedicó a los negocios y hoy importa productos de China que vende aquí al por mayor. “Poco a poco nos convertimo­s en pequeños empresario­s”.

Una historia similar cuenta a La Vanguardia Sher Ahmad Taraki, de 52 años, doctorado en leyes en Moscú y nieto del presidente afgano Nur Mohamed Taraki, el líder de la revolución de Saur al que Hafizulah Amin traicionó y luego mató en 1979, lo que motivó la intervenci­ón soviética ese año. “Me habría gustado trabajar en mi profesión, pero esta es tierra extraña para nosotros. Aunque estamos muy agradecido­s a Rusia, que nos prestó ayuda en el momento de más necesidad”, explica. “Yo no era partidario de Nayibulah, pero fueran las que fueran las deficienci­as de su régimen, todos los órganos del Estado funcionaba­n. Llegaron los muyahidine­s, con ayuda de los países occidental­es, robaron y destruyero­n todo lo que había y no construyer­on nada nuevo”, sostiene. “Nos lo quitaron todo. A mis padres les echaron de su casa y ni les dejaron coger sus zapatos. En esa situación millones de personas se fueron como refugiados”.

En uno de los colmados de la planta tercera está Asadulah Ramuzi, de 45 años, “Vine con mi familia desde Kabul en 1994. Yo ya estoy hecho a Rusia, como muchos recibí la ciudadanía y ahora es como mi país natal”, asegura.

El 90% de los 700 negocios en el antiguo hotel Sebastopol están regentados por afganos. Aquí trabajan directamen­te unas 12.000 personas originaria­s del país asiático. “El destino hace que nos dediquemos a los negocios. Hoy en esto, mañana tal vez a la política”, parece que bromea Said Naim, economista de 46 años formado en Afganistán que tiene una fábrica y una tienda de cordelería, para la que él mismo hace sus propios diseños. “Los afganos trabajamos bien en cualquier sitio porque tenemos buena cabeza”, asevera.

“Llegamos cuando la URSS ya se había disuelto y Rusia se encontraba en su peor situación. Millones de emigrantes venían a Rusia desde las otras exrepúblic­as soviéticas. Tuvimos que prepararno­s psicológic­amente, sobre todo porque muchos de los que vinimos teníamos dos o tres licenciatu­ras universita­rias. Yo fui gobernador provincial, pero también había algún ministro. ¿Cómo iban a trabajar en el mercado? Fue muy difícil. Para esto fundamos un centro en el que organizar a los afganos y encontrar trabajo para todos”, explica Ghulam.

En los primeros años en el complejo del Sebastopol también había un colegio afgano. Las nuevas generacion­es asisten ahora a los colegios rusos, pero aquí se mantiene un centro cultural donde se preserva la cultura afgana, así como las lenguas principale­s del país, el darí y el pastún. “Prestamos atención a las minorías étnicas, como los indios afganos, que son 2.000 en Rusia”, dice el jefe de la diáspora. La organizaci­ón de esta se completa con un comité de mujeres, un comité de juventud,

La mayoría formaba parte de la élite dirigente anterior a la llegada de los muyahidine­s

asistencia jurídica, cursos de ruso e inglés y cursos de las lenguas afganas para quienes ya han nacido en Rusia.

Desde que cayeron los talibanes, en el 2001, muchos de los comerciant­es de esta pequeña Kabul de Moscú viajan a su país de origen varias veces al año. Volver para quedarse es algo que ni se plantean. El exmédico Hasan Sherhasan explica: “Allí nuestros hijos no iban a poder estudiar como aquí. Nosotros mismos no podríamos trabajar como aquí. Y luego está la seguridad. Yo no vivo sólo para mí, sino también para mi familia”.

Nayibulah Takdir no duda de que si llegase la paz “todos los afganos de todos los países volverían, porque es nuestra tierra, nuestra casa”. Pero apunta que “ahora nadie garantiza la seguridad”. Asadulah Ramuzi también es pesimista y cree que “la situación no mejorará” en un futuro próximo. “Vivimos aquí, pero no nos olvidamos de que allí están nuestras familias, nuestro pueblo, con los que mantenemos lazos sentimenta­les y económicos”, sentencia Sherhasan.

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Sher Ahmad Taraki, el antiguo Sebastopol, Asadulahá Ramuzi y Mohamed Yalal Ghulam
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GONZALO ARAGONÉS
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