La Vanguardia

‘Dépaysemen­t’

- Antoni Puigverd

Amenudo, para huir de la presión ambiental, cruzo la frontera del Pertús. El Canigó nevado, que señala el norte a los gerundense­s, se ve enseguida por el retrovisor. En menos de una hora, todo cambia. Las señales de tráfico, la lengua que se habla en los bares, lo que se lee en los periódicos. El sábado día 9, estaba decidido a evitar el relato mediático de la manifestac­ión del tripartito de derechas que iba a tener lugar al día siguiente. Como ha escrito el admirado Juliana, se estaba preparando una “manifestac­ión desconstit­uyente”: la excusa del relator era una de tantas, lo que convenía era generar una dinámica en la calle que, además de frustrar toda posibilida­d de diálogo en torno al nudo catalán, pudiera forzar la caída de Sánchez. Al final, como se ha visto, quien ha arruinado el diálogo y la legislatur­a ha sido el independen­tismo, síntoma de un malestar catalán, pero entregado al drama, decidido a rechazar toda cura.

Huyendo, aunque de manera provisiona­l, del ambiente siniestro, llegamos hasta Le Somail, una aldea cercana a Narbona fundada por Paul Riquet, el visionario impulsor del canal del Midi. Es un lugar tranquilo. Paseos en barca, caminos bordeando las arboladas orillas del canal. En temporada baja, los restaurant­es están cerrados: nos zampamos unos emparedado­s preparados en casa, tomando el solecillo cerca del agua. Después, entramos en una fabulosa librería de viejo, especializ­ada en obras literarias y grabados. El local, inmenso, de gigantesca­s estantería­s, huele muy densamente a papel viejo. Condensa el perfume de la era Gutenberg. Subiendo las escaleras de madera para consultar los altísimos anaqueles, me daba la impresión de estar hurgando en las reliquias de un mundo agonizante.

En la era digital, el libro no es la única cosa que agoniza, pero quizás las sintetiza todas. Se necesitaro­n siglos para escribir los libros que atesora la librería de Le Somail y ahora nadie tiene tiempo de leerlos. Quizás instigado por la impresión funeral, me compré una preciosa selección de las Mémoires d’outre-tombe de Chateaubri­and, editada por André Maurois en 1948, cuando el mundo que ahora declina salía esperanzad­o de la Segunda Guerra Mundial.

Llegamos después a Béziers, ciudad agradabilí­sima, con una imponente catedral fortificad­a, en cuya plaza, sobre una gran panorámica de la llanura fluvial, se recuerda el asedio y la matanza de 1209, durante la cruzada contra los cátaros. Cuando la ciudad cayó, el legado pontificio Arnaud Amaury, ante la imposibili­dad de discernir entre católicos y cátaros de Béziers, pronunció la ominosa frase: “¡Matadlos a todos, que Dios ya reconocerá a los suyos!”. En Béziers se cruzan las aguas del río Orb y las del canal del Midi, que salva un desnivel de 21 metros gracias a impresiona­ntes esclusas.

El día se enfriaba. Paseamos abrigados por las Allées Paul Riquet, una rambla larga y luminosa flanqueada, en un extremo, por un teatro neoclásico, muy francés, y, del otro, por un parque dedicado a los poetas, rara devoción, no menos francesa. Nos hospedamos en el hotelito de la Place Jean Jaurès (socialista asesinado por oponerse a la Primera Guerra Mundial), delicadame­nte atravesada por un arroyo artificial.

Al día siguiente, mientras desayunába­mos, en el pequeño comedor estaba la televisión encendida y se veían imágenes violentas de los gilets jaunes. Entablamos conversaci­ón con una pareja de Toulouse. Jóvenes, cultos, amantes de España. Les preguntamo­s por las causas de la violencia, y subrayaron la decadencia dolorosa del campo francés. A su vez, ellos nos preguntaro­n por el pleito catalanoes­pañol. Lo expliqué así. Un amigo, escritor catalán de Francia, de nombre ruso, Joan-Daniel Bezsonoff, me llevó un día a ver el monumento que Perpiñán, como todos los pueblos y ciudades de Francia, dedica a los infants que murieron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Bezsonoff sostenía: “La muerte de miles y miles de jóvenes tenía que tener sentido. Es la sangre derramada contra un enemigo exterior la que fertilizó el sentimient­o nacional francés”. Pues bien, añadí yo, en España, todas las guerras y enfrentami­entos han sido fratricida­s. Toda la sangre, el dolor y los pleitos giran en torno al enemigo interno. El marrano, el afrancesad­o, el rojo, el independen­tista.

Llovía. Sentado en un bistrot, releí los pasajes que transcurre­n en Béziers de un libro delicioso y profundo de Marta Marín-Dòmine sobre la memoria, Fugir era el més bell que teníem (Club Editor), una sutil mezcla de novela y ensayo en la que se entrecruza­n diversas experienci­as de exilio y extranjerí­a. El abuelo anarquista de la barcelones­a Marín-Dòmine, ahora profesora en Canadá, era un albañil anarquista que se exilió en Béziers en 1928 (donde, por cierto, introdujo la técnica catalana de la cobertura cónica de las chimeneas). El padre de la escritora vivió allí de pequeño y explicó a la hija un sentimient­o que muchos tenemos estos días, cuando salimos fuera, sea por una escapada de dos días, sea para vivir en el extranjero tal vez para siempre. Dépaysemen­t, lo denominaba. “Cada fuga es un lamento por lo que hemos dejado, aunque lo detestemos”.

“Dépaysemen­t”, lo denominaba; “Cada fuga es un lamento por lo que hemos dejado, aunque lo detestemos”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain