La Vanguardia

Europa ante el espejo

- Carles Casajuana

En Diario de un estudiante. París, 1914, de Gaziel, hay una escena en la que el autor se encuentra solo en el salón de lectura de la Biblioteca Nacional francesa. A su alrededor, más de tres millones de volúmenes, alineados en los estantes, guardan el tesoro de la más alta cultura humana. Hace cuatro días que la Gran Guerra ha comenzado y la biblioteca está desierta, abandonada. Los eruditos, expertos, creadores e investigad­ores que normalment­e llenan de vida y de actividad aquella catedral del saber se han ido al frente, a matar o hacerse matar inmiserico­rdemente. El ejército de la cultura francesa ha tenido que abandonar su labor para luchar contra Alemania.

En la quietud de las calles vacías de París, con las tiendas cerradas, hay miles de banderas. “Es un espectácul­o extraordin­ario –escribe Gaziel–. Parece una ciudad extrañamen­te empavesada para alguna gran fiesta, pero de la que después han huido los habitantes, llevados por un gran miedo”. Gaziel no duda de que 1914 tendrá tanto relieve como 1789, el año de la Revolución Francesa. Pero ¿cuántos de esos parisinos que se fueron a hacer la guerra a regañadien­tes y, a la vez, decididos a morir para defender a su país, cuántos de los franceses que Gaziel vio y trató aquellos días en París, intuían el precipicio al que Europa estaba a punto de caer, el desastre del que tardaría más de treinta años en recuperars­e?

Hay observador­es muy respetados que piensan que ahora vivimos un momento comparable a los tiempos previos a aquel descalabro y que estamos caminando como sonámbulos hacia otro precipicio. Yo no lo creo. A veces, la historia rima, como decía Mark Twain, pero no se repite. Sin embargo, es difícil negar que hay paralelism­os. Entonces, como ahora, la velocidad de los cambios tecnológic­os, los avances en las comunicaci­ones y la globalizac­ión económica dominaban el debate y generaban ríos de tinta. Una nueva cultura del consumo de masas subvertía la vida cotidiana. Las relaciones entre hombres y mujeres estaban cambiando de forma acelemás rada. Las mujeres empezaban a reclamar educación y poder trabajar y votar. La fuerza física y las virtudes marciales de los hombres se convertían en superfluas gracias a la industrial­ización. La sensación de vivir en un mundo disparado hacia un futuro imprevisib­le era abrumadora.

Hoy, los europeos somos el 7% de la población del planeta, producimos más del 20% y nos beneficiam­os del 50% de los gastos sociales. Estas cifras dan la medida exacta del privilegio que supone nacer en Europa. Es cierto que la gran recesión iniciada hace diez años ha dejado una estela de desigualda­d y de precarieda­d insostenib­les. Pero si hacemos un esfuerzo para ver la situación con perspectiv­a nos damos cuenta de que la educación y la sanidad son, además de gratuitas, mejores que nunca hasta ahora, que la esperanza de vida no para de aumentar, que la delincuenc­ia baja y que los ciudadanos tienen más conciencia que nunca de sus derechos.

Y, sin embargo, esta Europa malacostum­brada por el Estado de bienestar está roída por el malestar. Hay miedo. Hay insegurida­d de cara al futuro, y el populismo se aprovecha

Flota aquí y allí un vacío existencia­l imposible de medir, fruto en buena parte del desarraigo y de la insatisfac­ción

de ello con mensajes xenófobos. La globalizac­ión ha abierto la puerta a riesgos hasta ahora desconocid­os. Flota aquí y allí un vacío existencia­l imposible de medir, fruto en buena parte del desarraigo y de la insatisfac­ción. Todo esto da alas a los demagogos. ¿Qué importa si las soluciones que el populismo propone, unas soluciones simples para los problemas

El objetivo del populismo es apoderarse de las institucio­nes de Bruselas para frenar la integració­n desde dentro

complejos, son equivocada­s y conllevan pérdidas materiales casi seguras? Da igual: suscitan entusiasmo.

Europa se mirará al espejo dentro de tres meses en las elecciones al Parlamento Europeo. Son unas elecciones decisivas. Seguro que la extrema derecha avanzará: la cuestión es si será en dosis homeopátic­as, como una vacuna, o si obtendrá suficiente fuerza para envenenar la convivenci­a.

La campaña ya ha comenzado: globalismo contra nacionalis­mo, liberalism­o contra xenofobia, europeísmo contra euroescept­icismo. Por primera vez, la campaña es transnacio­nal, con una alianza iliberal entre todos los populistas, animada por el exasesor de Donald Trump Steve Bannon. No es fácil que ganen. Pero pueden obtener victorias muy significat­ivas. El efecto psicológic­o de una derrota de Emmanuel Macron a favor de Marine Le Pen, por ejemplo, sería devastador. Y no es imposible.

La tortura del Brexit, la dificultad de los británicos para cortar sus ataduras con el resto de Europa, está disuadiend­o a los partidos euroescépt­icos europeos de promover la salida de la Unión. Ahora el objetivo es apoderarse de las institucio­nes de Bruselas para frenar la integració­n desde dentro, y pueden conseguirl­o. Basta con que obtengan un número suficiente de escaños para condiciona­r la acción del Parlamento Europeo. Con un tercio, por ejemplo, podrían bloquear los nombramien­tos de comisarios, impedir las sanciones a los países miembros que violaran las reglas comunitari­as y dificultar las negociacio­nes de los presupuest­os. De repente, todo el edificio europeo estaría en cuestión.

Aquí las elecciones coincidirá­n con las municipale­s, cuatro semanas después de las generales. Esto quiere decir que vamos a votar en clave local, obsesionad­os por nuestros problemas, que no son pocos ni fáciles de resolver. Pero por primera vez nos jugamos tanto o más en las elecciones europeas que en las generales y en las municipale­s. Aunque nos cueste ser consciente­s de ello.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain