Los poderes fácticos
Si le parece poco, intente poner los mensajes autocríticos de algunos dirigentes religiosos en boca de togados o banqueros
Hay palabras que definen una época. Casta, por ejemplo, irrumpió cuando el malestar de las calles empezó a articularse alrededor de Podemos. Entre las muchas que resonaban cuando empecé a tener conciencia política, a finales de los setenta, destacaba el adjetivo fáctico asociado al sustantivo poder. Los poderes fácticos del Sistema (escrito así, con mayúscula inicial) eran poderes ocultos, que se daban de hecho (y no de derecho), y tal vez por eso daban mucho miedo. Dos de los más invocados eran la Iglesia y la banca, representadas por una sotana y un frac, o bien por sendos disfraces de don Camilo y Groucho Marx con sobrepeso, puro incluido. Naturalmente, el ejército y otros cuerpos uniformados también formaban parte del paisaje, tal como pudimos comprobar en fecha tan tardía como 1981, pero la sotana y el frac eran dos de los símbolos preferidos para hablar del deep State. Hoy, con el fracaso estrepitoso de la política, vía judicial, los dos antiguos poderes fácticos vuelven a ser objeto de debate. La Iglesia, por los innumerables casos de pederastia que se destapan, en un efecto cadena nada ajeno a la visibilización de los abusos sexuales en la sociedad civil. La banca, porque algunos de sus gerifaltes están encarcelados y otros absueltos de modo incomprensible para la opinión pública. La imagen de descrédito del sistema (no me gusta dedicarle una mayúscula) es tan bestia que parece dar la razón a los maximalistas que transforman a los poderes fácticos en arquetipos: los banqueros roban, los jueces prevarican y los sacerdotes cometen abusos. Suena reduccionista, pero no me dirán que no se basan en hechos reales.
Más allá de las particularidades de cada caso, hay diferencias de actitud por parte de las instituciones afectadas. Los banqueros reaccionan con prepotencia, tanto si los condenan (Rato riñendo a todos en las comisiones parlamentarias) como si son absueltos (Serra clamando que por fin se hizo justicia). La reacción de fiscales y jueces de las máximas instancias judiciales españolas ante la crítica social (La Manada y otros casos similares) o los reveses judiciales en los tribunales europeos (caso Puigdemont y los otros exiliados) es similar. En cambio, en la Iglesia, junto a justificaciones lamentables como la del arzobispo de Tarragona (el del mal momento), empiezan a oírse algunas voces autocríticas que van más allá de pedir perdón. A quienes les parezca poco, que intente poner los mensajes autocríticos de algunos dirigentes religiosos en boca de togados o banqueros. Mientras criminalice el placer sexual y desprecie a la mujer como incitadora al pecado, la semilla del diablo que empuja a todos los abusadores con clergyman seguirá germinando, pero hay que reconocer que no todos los poderes fácticos están reaccionando igual. ¿Será que algunos ya no se sienten poderosos?