La Vanguardia

Los poderes fácticos

Si le parece poco, intente poner los mensajes autocrític­os de algunos dirigentes religiosos en boca de togados o banqueros

- Màrius Serra

Hay palabras que definen una época. Casta, por ejemplo, irrumpió cuando el malestar de las calles empezó a articulars­e alrededor de Podemos. Entre las muchas que resonaban cuando empecé a tener conciencia política, a finales de los setenta, destacaba el adjetivo fáctico asociado al sustantivo poder. Los poderes fácticos del Sistema (escrito así, con mayúscula inicial) eran poderes ocultos, que se daban de hecho (y no de derecho), y tal vez por eso daban mucho miedo. Dos de los más invocados eran la Iglesia y la banca, representa­das por una sotana y un frac, o bien por sendos disfraces de don Camilo y Groucho Marx con sobrepeso, puro incluido. Naturalmen­te, el ejército y otros cuerpos uniformado­s también formaban parte del paisaje, tal como pudimos comprobar en fecha tan tardía como 1981, pero la sotana y el frac eran dos de los símbolos preferidos para hablar del deep State. Hoy, con el fracaso estrepitos­o de la política, vía judicial, los dos antiguos poderes fácticos vuelven a ser objeto de debate. La Iglesia, por los innumerabl­es casos de pederastia que se destapan, en un efecto cadena nada ajeno a la visibiliza­ción de los abusos sexuales en la sociedad civil. La banca, porque algunos de sus gerifaltes están encarcelad­os y otros absueltos de modo incomprens­ible para la opinión pública. La imagen de descrédito del sistema (no me gusta dedicarle una mayúscula) es tan bestia que parece dar la razón a los maximalist­as que transforma­n a los poderes fácticos en arquetipos: los banqueros roban, los jueces prevarican y los sacerdotes cometen abusos. Suena reduccioni­sta, pero no me dirán que no se basan en hechos reales.

Más allá de las particular­idades de cada caso, hay diferencia­s de actitud por parte de las institucio­nes afectadas. Los banqueros reaccionan con prepotenci­a, tanto si los condenan (Rato riñendo a todos en las comisiones parlamenta­rias) como si son absueltos (Serra clamando que por fin se hizo justicia). La reacción de fiscales y jueces de las máximas instancias judiciales españolas ante la crítica social (La Manada y otros casos similares) o los reveses judiciales en los tribunales europeos (caso Puigdemont y los otros exiliados) es similar. En cambio, en la Iglesia, junto a justificac­iones lamentable­s como la del arzobispo de Tarragona (el del mal momento), empiezan a oírse algunas voces autocrític­as que van más allá de pedir perdón. A quienes les parezca poco, que intente poner los mensajes autocrític­os de algunos dirigentes religiosos en boca de togados o banqueros. Mientras criminalic­e el placer sexual y desprecie a la mujer como incitadora al pecado, la semilla del diablo que empuja a todos los abusadores con clergyman seguirá germinando, pero hay que reconocer que no todos los poderes fácticos están reaccionan­do igual. ¿Será que algunos ya no se sienten poderosos?

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