La Vanguardia

Causas y efectos

- Daniel Fernández

Semana de alta tensión emocional y profundo aburrimien­to, como correspond­e a estos tiempos desabrocha­dos y ambiguos. Muchos nervios, bastante tristeza, algún bostezo y la pompa de una sala y un juicio filtrados por el ojo inmiserico­rde de las cámaras. Buena y mala dicción de los letrados, las caras de los acusados, sus saludos entre ellos o la falta de estos, esa foto tan ilustrativ­a del president Torra, al fondo, agitando la manita… El aspecto de protomárti­res (que san Esteban me perdone) de algunos encausados. Y un rumor de helicópter­os en el centro de Barcelona el pasado martes, fiesta de Santa Eulàlia. Eran los Mossos, pero seguía siendo un remedo y un recuerdo de Apocalypse now. Nuestro Vietnam, ¡qué exageració­n! Tal vez, como mucho, el fin del principio…

El pasado sábado, el mismo Oriol Junqueras, que es sin duda el actor principal en este juicio, publicaba un artículo en este diario. Melifluo y murri a la vez, avisando de que todo esto va para largo, pero invocando repetida y hasta insistente­mente la causa. Una república factible, nos decía, junto con la palabra más repetida en ese texto: la causa. Contra nuestra causa catalana, la causa general española en contra de la democracia directa. Un mantra que ya conocemos y que olvida a una parte notable del país por el camino: ¿un tercio? ¿la mitad? ¡Qué más dará! En estos días se libra la batalla de la propaganda, evidenteme­nte. Y el recuerdo de la causa general contra

Junqueras, pese a ser doctor en Historia del Pensamient­o Económico, no acepta otras tesis más que las suyas

la dominación roja en España no hace más que conseguir que repiquen de nuevo los ajados parches de los tambores de la guerra civil. La causa: la independen­cia de Catalunya, convertida en la causa de la libertad. Sin más matices. Sin pararse ni en las causas del juicio ni en los efectos que tuvieron las decisiones de un grupo humano ahora dividido y disperso, pero que se constituyó como un notable hatajo de irresponsa­bles.

Junqueras, vuelvo a él, ha asumido los efectos sin asumir las causas. Y pese a su doctorado en Historia del Pensamient­o Económico, no acepta otras tesis más que las suyas. Su causa. Su destino. Hay algo de grandeza y también algo de locura en cómo está afrontando este tiempo legal. Y parece obvio que su pasión política no se ha extinguido, ni su capacidad de liderazgo, aunque sólo haga una década que milita en ERC. Pero su artículo de hace semana y pico revela una profunda desconexió­n de la realidad compleja y plural de un país que se niega a ver. Ahí sí hay una causa y parte de los múltiples efectos de división, parálisis, enfrentami­ento y excusas que seguimos viendo. La causa primera es cosa de creyentes, como aceptar o negar la existencia de Dios, pero la política y mucho más todavía la gestión de la cosa pública exige parámetros y criterios humanos. Algo menos trascenden­te, menos supremo. El juicio acabará, más temprano que tarde pese a todo. Y habrá entonces que reconstrui­r y retejer, y esa sí será la causa de nuevos líderes y de otros comentaris­tas. Pero los efectos de esto que estamos viviendo perdurarán en el tiempo. Y no creo que nos hagan ni mejores ni más felices. Va a hacerse muy largo.

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