La Vanguardia

Sin salida

- Màrius Carol DIRECTOR

EL conservado­r Winston Churchill le soltó al laborista Wedgwood Benn, que había sufrido un ataque de apoplejía durante un discurso suyo: “Mi honorable y gallardo amigo no debería desarrolla­r más indignació­n de la que puede soportar”. Ciertament­e, la política británica necesita un poco de calma en nuestros días, igual que la requería en el siglo pasado. El Brexit está arruinando la existencia de los dos grandes partidos británicos. Y tiene su lógica, porque los ciudadanos no habían pedido ninguna consulta para salir de la UE, pero David Cameron metió al Reino Unido en un jardín del que los conservado­res no saben salir, como tampoco los laboristas. Lo que debía servir para unir a su partido solo consiguió dividir a su país.Tiene su lógica: Theresa May tiene ahora que defender el Brexit cuando era partidaria de quedarse y Jeremy Corbyn defendió quedarse cuando en su fuero interno deseaba marcharse. Esta esquizofre­nia está presente en la sociedad británica, hasta el punto de que en las últimas semanas ha crecido el número de partidario­s de llevar a cabo un segundo referéndum a la vista de la catástrofe que se avecina. Saben que les mintieron con las bondades de marcharse, pero son incapaces de rectificar porque les parece poco democrátic­o. Como si la mentira pudiera tener un hábitat protegido en una sociedad libre.

El partido laborista está viviendo una crisis descomunal: siete diputados han confirmado que abandonan el partido porque les parece inmoral la ambigüedad de Corbyn, que no se atreve a forzar una segunda consulta. El líder socialista está demostrand­o que es un político menor, paralizado por el miedo más que por su izquierdis­mo. Su radicaliza­ción no sólo le lleva a buscar las peores recetas del socialismo añejo, sino también a no acabar de condenar a Maduro. No queda claro que en su partido sean capaces de soportar más indignació­n, como

Churchill temía de Wedgwood.

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