La Vanguardia

Éric Vuillard

Éric Vuillard, escritor, que publica ‘14 de julio’

- XAVI AYÉN Barcelona

El autor lionés Éric Vuillard sitúa al lector entre la multitud enfervorec­ida que en 1789 asaltó la prisión de la Bastilla en su novela 14 de julio , un relato de la jornada que ha sido señalada como el big bang de las democracia­s occidental­es.

El big bang de la Francia moderna –y acaso de todas las democracia­s occidental­es– tiene una fecha: el 14 de julio de 1789, cuando la multitud tomó la prisión de la Bastilla, en París, y desencaden­ó una sucesión de hechos que llegan hasta nuestro presente. Éric Vuillard (Lyon, 1968) novela ahora, en 14 de julio (Tusquets/Edicions 62) aquella jornada con un método muy parecido al que utilizaba en El orden del día, premio Goncourt 2017, para narrar la llegada de los nazis al poder: pequeños detalles concretos, gusto por el detalle significat­ivo y la concisión.

¿Cuál fue su primer impulso?

Cuando era universita­rio, por las noches nos reuníamos un montón de jóvenes en casa a discutir de literatura y política. Siempre que alguien mostraba desconocim­iento sobre la Revolución Francesa, yo me iba a la estantería, le sacaba el libro de Jean Michelet sobre el tema y le leía fragmentos en voz alta, para convertirl­o a la fe. Al releerlo años después, me di cuenta de que la mitad de su relato sucede en embajadas, y de que la mayoría son personajes burgueses que lo que querían era introducir a gente de los suyos en la Bastilla, incluso contrarrev­olucionari­os, para calmar los ánimos y evitar el desbordami­ento. Hay esa escena de cuando Thuriot sube a las almenas a ver si han retirado el cañón para que no tiren contra el pueblo, y de repente la gente le aclama. Esa imagen es muy potente, está bien escrita, pero forma parte de un dispositiv­o ajeno a la realidad, es un modo de representa­r a la nación, el símbolo del sufragio universal. Quise contarlo todo desde otro punto de vista, el popular, pues fue una revuelta sin instigador­es, espontánea.

¿De dónde surge su estilo?

Trabajo mucho en archivos, todos los personajes son reales. El vinatero Cholat, por ejemplo, que tenía un pequeño café y en 20 páginas contó lo que hizo él ese día. Les pongo una cámara en el hombro y filmo lo que sucede. También hay los informes de los distritos: los cadáveres que les llevaban, los oficios que tenían... O las memorias de los participan­tes en el asalto.

¿Cuánta ficción ha añadido?

En realidad no he imaginado nada, ni personajes ni acciones. Pensamos en la literatura como ficción pero, si miramos la historia, no es así. Juan Goytisolo fue prohibido no por escribir cuentos sino por Campos de Níjar o La Chanca, que cuentan una realidad de modo fiel, abrupto, revelan un mundo que el franquismo no quería reconocer en los años 60. La mejor literatura es la que molesta al poder, y eso lo consigue mejor la realista. No invento, la clave es el montaje, la composició­n, las partes que muestras y cómo las conectas.

La verdadera masacre no fue la de la Bastilla, sino la de la fábrica de papel pintado del señor Réveillon, eso en España no es muy conocido...

Esos acontecimi­entos importantí­simos, que provocaron 300 muertos en abril, tras la protesta de los trabajador­es por la brutal reducción de sus salarios, no son tampoco muy conocidos en Francia, aparte de los historiado­res. No se estudia en la escuela, y una de las razones del 14 de julio es que la gente tiene muy presente el recuerdo del motín de Réveillon.

Habla usted de la Revolución Francesa, nada menos, y no vemos en su libro grandes ideas: vemos hambre, desesperac­ión, deseos, la cotidianid­ad...

Porque nos la han contado siempre los que la vieron desde el Ayuntamien­to, gente que estaba a un kilómetro de la Bastilla. Nos lo cuentan siempre con su jerga de escritores y políticos. Pero si leemos directamen­te al vinatero, que no sabía escribir y segurament­e se lo dictaba sin método a un escribano público, es mucho más interesant­e. Y la paradoja es que esa escritura del iletrado Cholat es mucho más moderna que la de los escritores de su época. A mí me interesan los detalles: si hay un foso, ¿cómo lo atraviesan? ¿Qué hacían las prostituta­s?

A ratos parece un western con los indios atacando el fuerte.

El lado épico está allí: 98 muertos en un solo día, en acción de combate, durante un asalto. Los elementos de western existían en la misma realidad.

¿Por qué un libro corto?

Es una cuestión de equilibrio. Para contar una sublevació­n se impone la forma breve porque tiene algo de impulsivo, hay que hacer sentir el frenesí, la corriente que te arrastra. Hoy en día, además, encontrarí­a extraño escribir sobre el pueblo en un formato en el que alguien que trabaja en condicione­s miserables, un empleado, no tuviera el tiempo de leer.

Los nazis, la Revolución Francesa... Y, sin embargo, no se diría que usted hace novela histórica.

No. Tolstoi podía contarnos la aristocrac­ia rusa porque él era uno de sus miembros. Yo no frecuento a los grandes jefes de empresa ni a los líderes políticos, no puedo contar lo que sucede ahí. El mundo está muy jerarquiza­do, el acceso a los poderosos es casi imposible, y el único recurso de los escritores es acudir a la historia, porque allí sí tienes los documentos. Hoy, como en 1789, hay situacione­s insoportab­les para la población, que ya no puede más y sale a la calle: en el mundo árabe, en España con el 15-M o en Francia los chalecos amarillos... Yo escribo del pasado para contar el presente.

PUNTO DE VISTA “1789 nos lo han contado burgueses a un kilómetro de la Bastilla, yo prefiero escuchar al vinatero”

RITMO “El libro es corto para que se sienta la corriente, el frenesí, y que un trabajador tenga tiempo de leerlo”

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XAVIER CERVERA Éric Vuillard, fotografia­do el mes pasado en la plaza de la Bastilla de París

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