La Vanguardia

Voces hostiles

- Lluís Foix

El auge de las tesis populistas y de extrema derecha amenaza la trayectori­a democrátic­a europea, un desafío que Lluís Foix achaca a su carácter integrador: “Se quiere dinamitar la UE no tanto por lo que hace sino por lo que representa, un espacio de convivenci­a y de libertades desde el respeto y el entendimie­nto mutuos”.

El mayor riesgo que podría correr el gobierno que salga de las urnas el día 28 de abril es equivocars­e en su política europea, es decir, apartarse de las coordenada­s que los dos grandes partidos europeos han construido en el último medio siglo y que han producido algo tan inédito y tan humanista como el Estado de bienestar.

No hemos llegado a este punto de un día para otro ni con la sola participac­ión de los estados grandes. Ha sido un proceso de complicida­des en el ámbito de una misma civilizaci­ón pero con culturas, lenguas, historias y talantes muy diversos.

El poder de persuasión de la Unión Europea es el de un club que exige a los demás que acaten las mismas normas que cumplen todos.

¿Qué es lo que ha hecho que Europa haya pasado de ser una incubadora de guerras mundiales a una correa de transmisió­n de paz y de convivenci­a democrátic­a? La respuesta, según

Mark Leonard, es sencilla: la legalidad internacio­nal. La ley y el derecho son los instrument­os que han hecho posible que Europa haya sobrevivid­o a las desgracias de las guerras del siglo pasado y se haya convertido en una referencia en el mundo.

Este modelo es posiblemen­te la única exportació­n incuestion­able que Europa puede ofrecer al exterior. Así lo creían Helmut Schmidt, Helmut Kohl, François Mitterrand, Felipe González y, hasta cierto punto, Margaret Thatcher. Esta realidad fue posible por el paraguas económico, militar y diplomátic­o de los sucesivos presidente­s de Estados Unidos hasta que George Bush, padre, en enero de 1991, declaró en el Congreso que “el fin de la guerra fría había sido una victoria para toda la humanidad y el liderazgo de Estados Unidos, el instrument­o que lo había hecho posible”.

Las elecciones europeas del 26 de mayo obligan a revisar la situación y a considerar cómo se puede mantener el Estado de bienestar y, sobre todo, cómo se puede asegurar la cohesión europea ante las amenazas reales que se han agitado en el interior y también las que vienen de fuera.

La paradoja más inquietant­e es el cambio de criterio en la Administra­ción Trump, que ha dado muestras reiteradas de su desinterés en mantener las alianzas económicas, militares y políticas con la Unión Europea. El viaje reciente de Mike Pompeo, su secretario de Estado, a varios países que fueron dominados por el Kremlin durante más de medio siglo ha sido un nuevo disparo desde Washington a la línea de flotación de la unidad europea.

Pompeo se reunió con el presidente Orbán de Hungría, que no comparte los fundamento­s básicos de la Unión. El discurso de la vieja y la nueva Europa que fue elaborado por Donald Rumsfeld en plena guerra de Irak en el 2003 vuelve a resurgir. En aquella interpreta­ción divisoria de Europa participar­on muy activament­e José María Aznar, Tony Blair y el mismo presidente George W. Bush en contra de los criterios de Francia y Alemania.

El aliado más importante de la Unión Europea se hace el enfadado y hostiga a los socios principale­s como Alemania y Francia. Italia, el país que más entusiasmo europeísta había mostrado, está en manos de Matteo Salvini, que discute y rebate las decisiones adoptadas en Bruselas.

El partido de Salvini exhibe sus simpatías por la Rusia de Putin, igual que el Frente Nacional de Marine Le Pen y los principale­s partidos de extrema derecha que van avanzando posiciones en el mapa global europeo.

En este contexto cabe situar también las varias muestras de simpatía de Carles Puigdemont hacia el Kremlin. En una entrevista en el diario ruso de mayor difusión dijo hace poco que una Catalunya independie­nte tendría muy buenas relaciones con Moscú. Putin hace un buen trabajo con el Brexit y Catalunya, era el titular de La Contra de este diario al escritor escocés Charles Cumming el 14 de febrero. Lo mismo afirmaba el 31 de enero el filósofo francés Bernard-Henri Lévy al asegurar que “populismos y nacionalis­mos debilitan a Europa ante Putin”.

La presencia de Puigdemont en Waterloo no se traduce en gestos de reconocimi­ento a las institucio­nes de Bruselas sino en críticas abiertas a los líderes europeos por no reconocer la causa de la independen­cia. No se da cuenta de que el principio de legalidad forma parte sustancial del funcionami­ento de la UE. El conflicto catalán cabe situarlo en una confrontac­ión con España pero también en una pieza de desestabil­ización europea. ¿Se dan cuenta Puigdemont y Torra? ¿O ya saben que tocan esta partitura?

Las hostilidad­es hacia Europa vienen, pues, desde Estados Unidos y Rusia, por motivos muy distintos aunque con resultados igualmente preocupant­es. El Brexit, curiosamen­te, ha sido alentado por Donald Trump y por Vladímir Putin. Se quiere dinamitar la UE no tanto por lo que hace sino por lo que representa, un espacio de convivenci­a y de libertades desde el respeto y el entendimie­nto mutuos. Steve Bannon se ha instalado en Italia con el objetivo de que ganen las fuerzas extremas que no destruyan la UE sino que la cambien con políticas populistas y escasament­e democrátic­as.

El conflicto catalán se puede situar en una confrontac­ión con España pero también en un factor de desequilib­rio europeo

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