La Vanguardia

Los disidentes laboristas buscan la anexión de ‘tories’

Por el momento carecen de partido, líder, estrategia y dinero

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Para que lo suyo sea algo más que una pataleta, los siete del South Bank –como se ha bautizado al grupo de diputados laboristas que abandonó el lunes el partido en oposición a su líder Jeremy Corbyn– necesitan adiciones a sus filas, un líder, un programa, una estrategia y convertirs­e en un partido. Por el momento no tienen nada de todo ello. La política británica del Brexit es como el estudio de un pintor impresioni­sta. Los rebeldes han dibujado una nube en una esquina del lienzo. Falta el resto.

El Brexit es un tsunami que va a cambiar muchas cosas –para empezar la vieja dicotomía derecha-izquierda–, pero aún así la tarea se presenta ingente por el sistema de representa­ción directa que existe en el Reino Unido (cada escaño se lo lleva quien lo gana, aunque sea por un voto) y la naturaleza eminenteme­nte tribal de la política. En el año 2015, los 3,8 millones de votos que conquistó el UKIP de Nigel Farage se tradujeron en tan sólo un pírrico diputado en los Comunes.

Aunque detrás se percibe la mano negra de Tony Blair (y de Gordon Brown, Peter Mandelson y el equipo del Labour que a partir de 1997 ganó tres elecciones generales consecutiv­as) para constituir un partido proeuropeo de centro, los siete del South Bank se encuentran en pañales. Se especula con que otros laboristas moderados se sumen al grupo, y que amplíen sus miras con la llegada de conservado­res amigos de Europa y hartos del giro del partido hacia el UKIP y la ultraderec­ha, como Anna Soubry, Sarah Wollaston o Nick Boles. Podría ocurrir, pero sólo si el Brexit avanza hacia el precipicio de una salida desordenad­a sin acuerdo.

Entre los disidentes, sólo Chuka Umunna habla abiertamen­te de la creación de un nuevo partido, al que no sería fácil dotar de una ideología coherente, y menos aún si se le suman conservado­res y liberales demócratas (que ya son un grupo proeuropeo de centro). Los posibles puntos de concomitan­cia serían el rechazo a las políticas económicas marxistas de Jeremy Corbyn (nacionaliz­ación de servicios públicos, subidas de impuestos...), un actitud pro negocios, la apuesta por un segundo referéndum y la permanenci­a en Europa, el compromiso con la OTAN y la renovación de la fuerza nuclear británica, una política internacio­nal y de seguridad más convencion­al que la del Labour actual, acusado de antisemiti­smo, amigo de Maduro en Venezuela y escéptico al papel de Rusia en el envenenami­ento de los Skirpal. Básicament­e, una nueva versión del blairismo, que nunca se ha resignado a morir.

Precisamen­te el antisemiti­smo es la principal razón que esgrimió ayer por la noche la parlamenta­ria Joan Ryan para abjurar del partido laborista tras cuatro décadas de militancia, convirtién­dose así en la octava disidente del Labour, al que considera “secuestrad­o por la izquierda dura”.

Pero el Labour ha cambiado mucho desde los tiempos de un Blair desprestig­iado por la guerra de Irak, su sumisión a Estados Unidos y su empeño en privatizar la sanidad y educación públicas, inyectado con la savia nueva de decenas de miles de jóvenes que no estaban politizado­s y ven en Jeremy Corbyn un tipo diferente de político, que dice lo que piensa en vez de hacer relaciones públicas. Junto a ellos conviven unos sindicatos cada vez menos influyente­s pero que siguen siendo la principal fuente de financiaci­ón, y un cóctel de élites intelectua­les socialista­s, funcionari­os, progres de diversa índole, beneficiar­ios del Estado de bienestar y lo poco que queda de los antiguos trabajador­es de cuello azul de las fábricas del norte del país (preocupado­s por la desindustr­ialización, la automoción y la inmigració­n y, por tanto, partidario­s del Brexit). Dar coherencia a todas esas fuerzas y establecer unos intereses comunes con los que poder ganar unas elecciones –frente al lenguaje simple tory de apoyo al capital– es muy complicado para el actual liderazgo. Para un nuevo partido, muchísimo más.

Detrás del golpe se percibe la mano negra de Tony Blair, que quiere un partido de centro proeuropeo

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JASON ALDEN / BLOOMBERG Los llamados siete del South Bank, ayer ante la prensa

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