Imran Jan avisa a India de que Pakistán responderá si es atacado
Nueva Delhi culpa del atentado en Cachemira a Islamabad, que exige pruebas
Narendra Modi se apresuró el jueves a apuntar a Pakistán como responsable del atentado que acababa de despedazar a 44 gendarmes en Cachemira. Y dio carta blanca a su ejército, furioso tras su peor revés en lo que llevamos de siglo, para devolver el golpe a su antojo.
La respuesta al primer ministro indio llegó ayer, en boca de su homólogo pakistaní, Imran Jan. “Si India nos ataca, responderemos”, espetó el antiguo capitán de la selección de cricket. “Pero a continuación, qué”, añadió, “podemos empezar una guerra pero sólo sabe Dios sabe cómo acabará”.
Sin embargo, Jan tendió la mano. “Si India nos presenta pruebas, actuaremos. Aquí no hay lugar para atentar contra terceros, quien lo haga es nuestro enemigo, porque este es un nuevo Pakistán”, dijo, admitiendo implícitamente el uso de la guerra asimétrica por parte de los servicios de inteligencia pakistaníes, ISI, por lo menos en el pasado.
Pero “a India le hierve la sangre”, según Modi. Y su Gobierno ya ha replicado a Jan, afeándole además que no condenara el atentado: “Jaish-e-Mohammed ya ha reconocido la autoría del atentado y todo el mundo sabe que su líder, Masud Azhar, vive en Pakistán”.
Con efectos inmediatos, los aranceles a los productos pakistaníes han aumentado un 200%. Y los actores y técnicos pakistaníes han sido boicoteados en Bollywood. El Gobierno ha eliminado la escolta de cinco dirigentes independentistas que, en realidad, nunca la habían pedido. Un general ha conminado a las madres cachemires a que obliguen a sus hijos a rendirse porque van a matar a todo aquel que haya empuñado una pistola.
Azhar fue uno de los tres terroristas excarcelados por India en 1999, tras el secuestro de un avión de Indian Airlines que fue llevado al Kandahar de los talibanes. Al año siguiente fundó Jaish-e-Mohammed, con Cachemira como foco y el coche bomba como marca de la casa. Ninguna otra organización, excepto Lashkar-e-Toiba, se ha alineado de forma tan perfecta con la guerra asimétrica marcada por el cuartel general de Rawalpindi.
El problema para el dedo acusador de Modi es que el autor del atentado era un joven de veinte años del mismo distrito de Pulwama. Y que la enormidad de explosivos utilizada –trescientos kilos– difícilmente pudo llegar desde Pakistán. Asimismo, sin que sirva de excusa, exactamente dos meses atrás, en la misma Pulwama, la policía armada había asesinado a siete manifestantes y herido a otros cuarenta. En una línea de mano dura, marca de la casa, que ha convertido el valle de Cachemira en un polvorín desde el acceso al poder del chovinismo
Modi quiere renovar su mandato en mayo y Jan le advierte contra los juegos de guerra como arma electoral
hindú del BJP de Modi. Un problema añadido es que, desde hace tres o cuatro años, el reclutamiento de jóvenes dentro del mismo valle se ha multiplicado, con un perfil típico de universitarios con gran poder de seducción en las redes sociales.
Como agravante, el control de Cachemira por parte de Nueva Delhi es, desde hace veinte meses, literal, tras la caída del último gobierno de coalición, un encaje de bolillos entre el nacionalismo cachemir de la primera ministra Mehbuba Mufti y el BJP de Modi, que terminó retirándole su apoyo. Desde entonces, el Estado ha pasado a ser regido por el gobernador y, ahora, por el gabinete del presidente de India.
Nada de ello ha contribuido a pacificar el valle, de población musulmana y lengua cachemir (mientras que en Ladakh son budistas y en Jammu hindúes). El resto viven bajo Pakistán o China.
El año pasado la ONU publicó por primera vez un informe sobre los derechos humanos en Cachemira, que dejaba en mal papel al Estado indio. Su fuente confidencial, el director del diario Rising Kashmir, caía asesinado el mismo día de la presentación.