La Vanguardia

Un libro para gobernante­s

- Jordi Llavina

Me gustan los libros antiguos que se proponen educar a las personas. Más aún si sus protagonis­tas son animales. La rareza inicial de oír hablar a una gallina, un caracol, un chacal o una jirafa cambia enseguida en emoción cuando los ves razonar como el más juicioso de los hombres o la mujer más fetén; o, por el contrario, cuando asistes a su bárbaro talante, que emula al más despiadado, al más abyecto, al más vil de nuestra especie. En este sentido, una de las obras que más me han hecho disfrutar de la propia tradición es la Disputa de l’ase, de Anselm Turmeda.

Fra Anselm, hombre sabio y muy preparado, formado en las dos universida­des más prestigios­as del siglo: París y Bolonia, deja caer un día que los humanos “somos de mayor nobleza y dignidad que vosotros, los animales”. Algunos de los aludidos lo han escuchado y, como es lógico, se mosquean (o cabrean, que todo es muy animal). Entonces, tras consultar al león, el rey, deciden retar al fraile a defender, ante un jurado animal, su controvert­ida tesis. La ironía empieza con la elección del oponente de Anselm: el asno, que no puede considerar­se el más penetrante entre los cuadrúpedo­s, que digamos. Y, aun así, el asno derrotará implacable­mente al hombre en las dieciocho primeras cuestiones a debate. Sólo en la última, de carácter teológico, gana el religioso, lo que le hace merecedor del laurel final. En el prólogo, Tanutrofa Esal –anagrama de l’Ase Afortunat– ya dejó escrito lo siguiente, en referencia al libro: “Veréis mejor reflejada que en espejo ninguno la debilidad, la imbecilida­d y la impotencia del hombre”.

La editorial Adesiara —¡eso sí es una auténtica estructura de Estado!— acaba de sacar un libro magnífico, un clásico de la literatura india: Pantxatant­ra (“Cinco tratados sobre el arte del buen gobierno”), traducido del sánscrito por Aleix Ruiz Falqués. Se atribuye la compilació­n de los relatos al brahmán Vixnu Xarma. ¡Qué despliegue de fábulas encadenada­s –o en estructura como de muñecas rusas–, y de poesías sapiencial­es, sobre los buenos y los malos consejeros, sobre la justa manera de afrontar las opciones que nos depara la vida...

¡Qué gozada de libro! ¡Ojalá pudiera leerlo el juez Marchena!: “No se puede ir con un carro por el agua / ni surcar la tierra con un barco”. ¡Ni mucho menos calentarno­s, como esos monos tan pardillos, al fuego de una luciérnaga!

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