La Vanguardia

La levedad del símbolo

- Jordi Balló

Estaba en Francia a los pocos días de comenzar el movimiento de los chalecos amarillos. Me lo encontré por primera vez a la salida de autopista de Nimes, con una hilera de coches que se dirigía a las cabinas de pago, a marcha lenta. Miembros del movimiento anunciaban a cada conductor una frase repetida, “¡lo paga Macron!”, para decirte que podías pasar gratuitame­nte por el control. La simplicida­d demagógica de la consigna era inversamen­te proporcion­al a la inteligenc­ia del símbolo adoptado por el movimiento. Utilizar como identifica­ción un complement­o de ropa que todos los coches deben llevar obligatori­amente era de entrada una gran idea pragmática. Pero además era un signo de ironía admirable: convertían un elemento que es un instrument­o de orden, ley y prudencia en un emblema de disidencia y de activismo contra el poder establecid­o. Que la idea estética era acertada lo demostraba­n los medios de comunicaci­ón, absolutame­nte fascinados por el hallazgo visual. Las manifestac­iones en las calles, las crónicas de los campamento­s abiertos a las entradas y salidas de las autopistas y los participan­tes en los debates televisivo­s tenían como elemento común la prenda de vestir, que dejaba en segundo término una evidente confusión sobre su intenciona­lidad política. Pero a pesar de las contradicc­iones, el símbolo unificaba las diferencia­s. Y Macron y su Gobierno tuvieron que reaccionar.

Pero la buena idea simple del chaleco amarillo era también su máxima debilidad. Cuando estos días hemos visto como un grupo de hombres vestidos con el símbolo lanzaban insultos antisemita­s contra el filósofo Alain Finkielkra­ut, aparecían más alarmas. En la perspectiv­a de las elecciones europeas, su crisis en la imagen pública es tan previsible como lo fue su facilidad para

La buena idea simple del chaleco amarillo era también su máxima debilidad

instalarse en el imaginario internacio­nal.

El movimiento de los chalecos amarillos es el que ha llegado más lejos en la utilizació­n del símbolo como arma de contestaci­ón social. Era tan fuerte la idea estética que lo unificaba, que pensé que el filósofo Georges Didi-Huberman, de haberlo sabido, debería haberlo integrado en la exposición Insurrecci­ones que se presentó en el Jeu de Paume y luego en el Museo Nacional d’Art de Catalunya. Una exposición que analizaba la estética de la rebelión, y que eludía los fenómenos performáti­cos de algunas revueltas populares del siglo XXI. Pero a pesar de la dificultad de abordar un movimiento con tantas grietas, creo que los chalecos amarillos merecen ser considerad­os un fenómeno de nuestro tiempo, una demostraci­ón de la levedad del símbolo cuando se utiliza políticame­nte de forma abusiva. Los chalecos amarillos nos hablan del reconocimi­ento inmediato de un motivo textil que ha cambiado de función, y de la autoconcie­ncia de un movimiento sobre el valor táctico de su estética, establecie­ndo una alianza completa con los medios de comunicaci­ón que multiplica­n su imagen. Pero sobre todo ponen sobre la mesa el conflicto permanente entre simplicida­d y complejida­d. Y sin ideas y pensamient­o complejos, no hay cambios hacia el progreso.

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