La rémora del pasado

El Barça lleva tres años sin ganar fuera de casa en una eliminatoria de Champions. El dato no es baladí. Es tan frío como preciso. Tan rotundo como significativo. En esta cifra se encierran muchos de los problemas del equipo azulgrana en la competición desde que la levantó por quinta vez en el 2015. Una estadística demoledora. Vencer a domicilio en Europa cuando hierve la Copa de Europa de verdad, la de los cruces, nunca es sencillo. Pero un conjunto con el pedigrí y los mimbres del Barça no puede estar tanto tiempo sufriendo una rémora que azota con fuerza, en especial a Suárez.

Una acumulación de desazones que se transforman en ansiedad. Anoche no hubo déficit de ardor, como en Roma. Ni descontrol, como en París y Turín. Pero sí un punto de precipitación e imprecisión a la hora de tomar las decisiones y de ejecutarlas. Corría demasiado Dembélé. Demasiado para el resto de delanteros, claro. Había ganas. Muchas. Hasta demasiadas. Costaba encontrar la pausa cuando había que engatillar o habilitar al último hombre. Pesaba la mochila de derrotas que los jugadores tienen en la memoria. Fiascos que se han instalado en la psique como una muralla mental.

¿Qué Barça se vería? Esta era la pregunta de la previa. ¿El de Wembley y San Siro o el timorato de los últimos partidos? Pues una versión híbrida, ni lúcida como la de Londres y Milán ni tan sosa (hubiera sido casi imposible) como la de la noche del Valladolid. Una mezcla, como la de Sergi Roberto, ayer centrocampista. El equipo de Valverde, previsible en unas sustituciones que no sorprenden a nadie, se creía y se sabía superior al ramillete de jóvenes impulsivos del Lyon pero la rendija del gol no hubo manera de encontrarla.

Se puede afirmar que el Barcelona completó su partido más potable fuera de casa en eliminatorias continentales de las últimas temporadas, pero la racha negativa se mantiene. No hay mal que cien años dure. Pero este da la sensación de que no tiene fin.