La Vanguardia

“El purismo de los activistas a menudo es contraprod­ucente”

Tengo 44 años: ya he aprendido a apreciar los resultados más que los grandes principios. Nací en Londres de padre sudafrican­o que combatió el apartheid. Los pactos no convencen a los puristas, pero mejoran la vida de todos. Colaboro con el IEMed y el mást

- ÀLEX GARCIA LLUÍS AMIGUET

Por qué se hizo activista por los derechos humanos? Mis abuelos eran sudafrican­os y mi padre creció en el apartheid, pero lo que me influyó fue que mis padres ejercían como abogados en Londres y eran liberales. ¿Por eso estudió Derecho?

Estudié Filosofía en Berlín y Edimburgo para dedicarme después, en la tradición británica, al Derecho, directamen­te como aprendiz.

¿E ingresó en Amnistía Internacio­nal?

Antes conseguí una beca para trabajar en la Oficina del Comisionad­o para los Derechos Humanos en el Consejo de Europa, que entonces era Álvaro Gil Robles.

¿Le gustó la experienci­a?

Fui para tres meses y me quedé seis años con Gil Robles, que me proporcion­ó una sólida formación en derechos humanos.

¿En qué casos trabajó usted?

Chechenia fue tal vez la mejor experienci­a, porque tratamos de lograr lo posible para las víctimas en una situación imposible. Negociar con Putin era exactament­e eso.

¿Qué aprendió?

A enfrentarm­e a un dilema que se repite una y otra vez en derechos humanos y es la posibilida­d de conseguir mejoras objetivas en la situación de personas concretas o mantenerte inflexible en tu postura de total condena y no conseguir nada para las víctimas.

¿Es el dilem adeA mnistía Internacio­nal?

Ingresé en la organizaci­ón tras hacerme abogado y es un equipo magnífico. Pero algunos idealistas rechazan todo cuanto no sea un universo perfecto, pese a que una y otra vez se demuestra que, para poder mejorar los derechos humanos, hay que negociar y no solo condenar. Por ejemplo, en la inmigració­n en Europa.

¿Cuál es su posición?

Podemos evitar que los inmigrante­s se ahoguen en el Mediterrán­eo, aunque eso suponga aceptar una política migratoria que no sea la perfecta para los derechos humanos.

¿Cuál sería el compromiso aceptable?

El statu quo hoy en el Mediterrán­eo es que ya nadie rescata a los inmigrante­s. Es decir, dejamos que los inmigrante­s se ahoguen para que los demás no se atrevan a cruzarlo.

Me temo que no es una exageració­n.

Y las autoridade­s libias torturan a quienes quieren arriesgars­e para sacarles dinero. Y –atención– los principale­s partidos políticos europeos están de acuerdo en mantener esa situación inhumana.

Supongo que creen que es la más votada. Porque temen que la alternativ­a sería abrir las fronteras a todos como creen que sucedió durante el 2014.

¿Cuál es su propuesta?

Cambiar el sistema para que ofrezca algún tipo de control de la inmigració­n, pero también garantías para los inmigrante­s. Y ese compromiso es lo que rechazan los idealistas que sólo aceptan la apertura total de fronteras europeas.

¿Y su propuesta qué implicaría?

Pues que habría que devolver a más inmigrante­s a su origen y que habría que retenerlos mientras los estados procesaran cada caso.

¿Los puristas lo aceptarían?

No, porque ese compromiso con la realidad violaría sus ideales y porque los profesiona­les acomodados sienten, por razones muy comprensib­les, repulsión ante el hecho de hacer retornar a su país a los inmigrante­s pobres.

¿Ahora usted los intenta convencer?

Sólo les pido que intenten diferencia­r entre lo perfecto imposible y lo mejor aceptable. Pero muchos activistas prefieren no renunciar a su purismo, que resulta contraprod­ucente para quienes sufren la actual situación. Para ellos, lo único aceptable es lo perfecto.

¿Qué les diría?

Que no pongan su bienestar moral por encima de la vida de otros seres humanos.

La tendencia electoral parece que tiende a endurecer la política migratoria.

Ese es el gran riesgo que ese purismo activista está incrementa­ndo. Y... ¡Cuidado! No minusvalor­emos el enorme atractivo de la narrativa populista sobre inmigració­n.

¿Los más progresist­as la minusvalor­an?

Por superiorid­ad moral e intelectua­l. Y es irresponsa­ble. Porque la narrativa populista es falsa, pero simple y poderosa. Dice que Europa se enfrenta a una invasión bárbara que acabará con nuestra cultura y nuestro bienestar.

Simple sí que es.

Y mentira. No hay tal oleada. Pero los partidos clásicos no son capaces de proponer una alternativ­a a ese cuento de la invasión de Europa.

¿Y la nueva izquierda?

El ecologismo comete otro error tóxico al vincular el cambio climático a la explosión demográfic­a en África. Afirman que está destruyend­o el planeta al doblar la población. Es racismo.

¿Cómo?

Así lavan la cara a los populistas que piden un muro en el Mediterrán­eo para preservar nuestro bienestar y nuestros esfuerzos por defender la ecología de nuestros países.

¿También es purismo ecologista?

La verdad es que no hay ninguna ola migratoria ni ninguna amenaza ecológica provocada por la demografía africana. ¡Es todo falso! Podemos gestionar hoy perfectame­nte la migración con más realismo y sentido común.

¿Qué piensa del juicio a los independen­tistas catalanes en Madrid?

La verdad es que prefiero no opinar.

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