La Vanguardia

Griterío sin ton ni son

- Lluís Foix

He seguido con mucho interés desde hace meses el debate sobre el Brexit en la Cámara de los Comunes. Las calculadas excentrici­dades del speaker John Bercow, las apuradas réplicas y contrarrép­licas de Theresa May, los ataques durísimos del laborista Jeremy Corbyn y las intervenci­ones exóticas de decenas de diputados que están viviendo el momento más crítico de la política británica desde el conflicto de Suez de 1956. La política en estado puro mostrando todas sus grandezas y miserias.

Han sacado a pasear por el Parlamento lo mejor y lo peor del idioma. Han utilizado el sarcasmo, las descalific­aciones, la ironía y la bronca. Con palabras duras pero sin gritar y sin recurrir al insulto. El lenguaje que ponga nombre a las cosas tal como son es lo que puede salvar a la política.

La crisis ciertament­e es de grandes dimensione­s. En buena parte porque con frecuencia se ha despreciad­o el valor de la palabra y su significad­o. Los dos grandes partidos británicos están rotos, el país está dividido, muchos periodista­s se han parapetado en trincheras ideológica­s o empresaria­les. Hay quien defiende todavía las ventajas del Brexit y por otro lado abundan los relatos apocalípti­cos sobre las consecuenc­ias de una salida dura de Europa.

En tres días han abandonado el Partido Laborista ocho diputados y tres diputadas del Partido Conservado­r han plantado a May y se han ido a formar una coalición de disidentes para coser los rotos del Brexit. Siguen en el Parlamento y pretenden formar un nuevo grupo que devuelva la paz cívica y política al país.

En cualquier caso, no han abandonado el instrument­o del lenguaje para tirarse los trastos por la cabeza. El éxito de la serie The crown se debe a sus intérprete­s, a la recreación de una época y a la larga y accidentad­a vida de Isabel II como reina y como persona. Pero la gran fuerza de la serie es el lenguaje y el uso exquisito de la palabra, también en momentos de grandes cataclismo­s en la política y en la monarquía británicas.

Es todo lo contrario de lo que vivimos ahora aquí con la exageració­n de las palabras utilizadas como dardos tóxicos contra el adversario. Da pena cómo se banaliza la palabra fascismo, desde los que se defienden de las diatribas de la oposición hasta quienes la utilizan descalific­ando ideas discrepant­es. El golpismo también se ha banalizado.

Pero Pablo Casado es probableme­nte el que más abusa del lenguaje procaz. A Pedro Sánchez le ha llamado a voz en grito felón, traidor, incapaz, ególatra, rehén, ilegítimo, chantajist­a, okupa, irresponsa­ble y golpista. Dice que no ha endurecido el discurso sino que ha descrito un personaje. Cuánta ligereza, señor Casado.

Ayer Pedro Sánchez respondió llamándole mentiroso y le soltó a Albert Rivera que era un chaquetero. Un político no lo puede decir todo sin faltar al respeto a quienes le eligieron. No se dan cuenta de que la razón no la tiene quien más chilla sino quien mejor adecua la palabra a la verdad de los hechos.

Un político no lo puede decir todo, no puede insultar sin faltar al respeto de los que le eligieron

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