La Vanguardia

Ni un asiento libre en el Mercat con el fin de fiesta de Ohad Naharin

El coreógrafo israelí muestra su última pieza como director de la Batsheva

- MARICEL CHAVARRÍA

La enérgica Batsheva Dance Company, uno de los más excitantes conjuntos del panorama dancístico internacio­nal, regresa al Mercat de les Flors (de hoy al sábado) con la última creación de Ohad Naharin. El que ha sido gurú y director artístico de la compañía israelí durante las últimas tres décadas abandonó el cargo el pasado agosto para concentrar­se en la creación y las clases de Gaga, el método que define su trabajo y que unifica a su variopinta troupe de bailarines. Aunque no parece que el cambio se haya notado.

Con Venezuela, que así se titula el trabajo que hizo en el 2017 para 17 bailarines (que pueden ser menos), Naharin propone al espectador una misma coreografí­a de 40 minutos mostrada con músicas distintas, intérprete­s distintos y luces distintas. Dos partes idénticas coreográfi­ca-

mente pero que tienen un efecto opuesto en el público. Naharin parte de un punto de referencia para acto seguido darle la vuelta al calcetín, ponerse en los zapatos del prójimo, observar desde otro punto de vista... Una suerte de manipulaci­ón.

Lo que primero se perciba al son de música gregoriana, se escuchará después a ritmo de rock o rap. De modo que la compañía, que incluye gente de distintas edades, nacionalid­ades y background­s dancístico­s (del ballet al hip-hop), está representa­da en toda su variedad.

“En Venezuela hay compresión y descompres­ión. De tener poca informació­n en escena se pasa a una avalancha de movimiento­s y de informació­n visual, que luego Ohad quita. Él es bueno jugando con la tensión entre esos elementos: movimiento, luz, sonido, es pura alquimia”. Quien habla es Luc Jacobs, di- rector de ensayos de la Batsheva. Alguien con una visión muy cercana del genio israelí y de su contribuci­ón al mundo de la danza...

“Su trabajo es muy visceral, palpable. Y tiene un efecto inmediato en el estado de ánimo: no necesitas llegar a casa para pensar en ello, no es un ejercicio intelectua­l. Su contribuci­ón también tiene que ver con el placer del movimiento, la celebració­n, y la inutilidad del baile, que es a su vez su belleza. Además es muy inclusivo: todo puede ser transmutad­o en danza, ya sea nuestra locura, nuestra tontería emocional... nada es despreciad­o”.

Jacobs recuerda la primera vez que vio un espectácul­o de Ohad Naharin. Él bailaba, vivía en Amberes. Y en un viaje se topó con un espectácul­o de la Bathseva. “No recuerdo qué vi, pero sí cómo me hizo sentir: totalmente conmovido. Tomé nota y no escatimé esfuerzos para no perderme sus piezas. Oí rumores de cómo trabajaba, de cómo de distintas eran las imágenes que usaba para transmitir lo que buscaba. Yo venía del ballet, con reglas y estéticas estrictas, y aquello me intrigaba. Así que audicioné para él en Dinamarca y me cogió para algo breve. En un fin de semana aprendí más de danza y movimiento que en diez años”.

Jacobs quiso proponerse para la compañía, pero la muerte de la esposa de Naharin estaba muy reciente. No quiso insistir. Al año siguiente lo volvió a intentar. “Creo que me gustaría trabajar contigo”, cuenta que finalmente le dijo Naharin después de observarle fijamente y en silencio un buen rato. Jacobs le imita una voz grave y afectada. Al mes siguiente –en el año 2002– se mudaba a Tel Aviv. Y al entrar en el estudio vio a la compañía trabajando en una pieza con música árabe... “Oh, dios mío, aquello era increíble. Fue como si Naharin hubiera creado todo un mundo alrededor de las respuestas a las preguntas que yo tenía sobre danza y movimiento”.

No es el único creyente del universo Naharin. Aunque la relación con el genio se fue volviendo más real. Menos sujeta a la fascinació­n. Para Jacobs, en todo caso, este es el hombre que le enseñó a bailar.

Respeto a su renuncia a la dirección artística de la Batsheva, Jacobs opina que no es que estuviera cansado, sino que ya tenía un equipo creado con figuras clave para que la organizaci­ón funcione sin él. Quiere crear y hacer gaga. Aunque no sé si podrá mantenerse al margen, pues es un auténtico controlado­r.

‘Venezuela’ consiste en dos partes: una idéntica coreografí­a se ve con intérprete­s, luces y músicas distintas

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Una escena de Venezuela, pieza que Naharin creó en el 2017
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