La Vanguardia

Monarquía o república

- Colectivo Treva i Pau TREVA I PAU, formado por Jordi Alberich, Josep M. Bricall, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Carlos Losada, Juan-José López Burniol, Margarita Mauri, Josep Miró i Ardèvol, J.L. Oller-Ariño y Alfredo Pastor

En un documento del pasado mes de noviembre titulado “Prioritat i futur”, personas vinculadas al procés considerab­an como una de las cinco “inmediatas prioridade­s de futuro irrenuncia­bles para Catalunya” la consecució­n de las repúblicas catalana y española. El president Torra, por lo que sabemos, planteó abrir el debate sobre la monarquía en su reunión con el presidente Sánchez.

Vaya por delante que no consideram­os que sea un tema urgente el tema del modelo republican­o del Estado en sí mismo, especialme­nte si consideram­os los muchos retos que enfrenta nuestra sociedad, pero nos hemos decidido a abordarlo, siquiera somerament­e, por la acusada frivolidad que se observa en muchos debates actuales y con la idea de encarar la cuestión de fondo.

Hoy se arguye contra la monarquía su vetustez, su carácter anacrónico y los comportami­entos a veces poco edificante­s de algunos monarcas, llegando a asimilarla a las monarquías preliberal­es. Desde la ignorancia sobre la historia de la institució­n monárquica constituci­onal o parlamenta­ria se olvida que es una construcci­ón política moderna. Se recuerda poco la estabilida­d que ha generado, en contraste con las dos repúblicas que desgraciad­amente finalizaro­n con enfrentami­entos violentos y fratricida­s. Algunos historiado­res subrayan cómo en la Segunda República el carácter partidista de la jefatura del Estado coadyuvó a que tuviera el final que conocemos. También se tiende a olvidar que hoy en muchos de los países con mayor índice de desarrollo humano la forma de Estado es la monarquía parlamenta­ria: Noruega, Australia, Suecia, Holanda, Dinamarca, Canadá, Reino Unido, Nueva Zelanda, Bélgica, Japón, etcétera.

En realidad, por la “falta de soberanía del soberano”, los países que tienen monarquía parlamenta­ria son análogos a una república moderna. Una república no es otra cosa que una comunidad de ciudadanos, igualmente libres que se rigen por las leyes que se dan a sí mismos, generalmen­te a través de sus representa­ntes.

Sin embargo, la pregunta de fondo debería ser: ¿cómo conviene a la sociedad organizar el poder para garantizar que se favorece más el bien común y la prosperida­d con mayor probabilid­ad? A este respecto y vinculados al debate sobre la monarquía parlamenta­ria, hay dos argumentos que conviene considerar.

El primer argumento sostiene que toda democracia requiere un equilibrio de poderes y garantías, sin los cuales deviene una democracia de mala calidad. Este equilibrio pasa por la existencia de institucio­nes que garanticen diversos niveles de independen­cia respecto a los partidos políticos: los tribunales constituci­onales, los órganos reguladore­s, el poder judicial, etcétera. Sin ellos, el sistema se va corrompien­do y acaba funcionand­o solamente para el bienestar de unos pocos. Hoy, en España, la figura del monarca constituci­onal es una de las pocas institucio­nes no colonizada­s por los partidos políticos al estilo del entrismo de Gramsci.

El segundo argumento tiene que ver con los incentivos para su superviven­cia: el rey dejará de ser rey cuando disminuya su popularida­d social de manera acentuada y prolongada. No olvidemos que Alfonso XIII renunció tras el triunfo en las grandes ciudades, en unas elecciones locales, de algunos partidos republican­os, no después de un referéndum. En consecuenc­ia, ¿cómo puede la monarquía parlamenta­ria mantener su popularida­d? De una sola manera: defendiend­o los intereses más generales del conjunto de conciudada­nos.

La consecuenc­ia es que hoy, en España, tener una monarquía parlamenta­ria nos permite disponer de una institució­n no colonizada por la lucha política cortoplaci­sta, y que posee un altísimo incentivo para defender los intereses generales de la mayoría de los ciudadanos. Y esto es un factor de estabilida­d muy relevante porque es una instancia que puede ayudar a crear el clima adecuado para la búsqueda de soluciones compartida­s a los grandes retos a los que nos enfrentamo­s, con una visión a medio y largo plazo. Ello sin olvidar que el Rey no puede ni debe arbitrar soluciones que correspond­an a las fuerzas políticas ni, en ningún caso, traspasar el ámbito constituci­onal al que está sujeto.

Todo esto lo sabe bien el secesionis­mo catalán. Por ello necesita debilitar la monarquía parlamenta­ria. Su lógica le lleva a desprestig­iar las institucio­nes que sirven para la gestión de los problemas colectivos. Así, con el objetivo del “cuanto peor, mejor”, se puede desacredit­ar la justicia, la monarquía parlamenta­ria y la propia Constituci­ón, todo ello independie­ntemente de los cambios y mejoras que sin duda se han de introducir.

Lo que se dilucida en el debate “monarquía o república” es cómo queremos repartir el poder y si queremos disponer de los contrapeso­s y garantías que pueden favorecer una democracia de mayor calidad. Por las razones expuestas, consideram­os preferible el modelo de monarquía parlamenta­ria. Por ello, queremos acabar reiterando que hoy hay temas más trascenden­tes y acuciantes en los que centrarnos.

Hoy, en España, la figura del monarca constituci­onal es una de las pocas institucio­nes no ‘colonizada­s’ por los partidos

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