La Vanguardia

La catalanida­d

- Josep Ramon Bosch Codina J. R. BOSCH CODINA, presidente de Sociteta Civil Catalana.

Desballest­ada. Así se encuentra nuestra tierra catalana. Vivimos un momento de franca y clara caída. La pujanza económica y civil, la satisfacci­ón del trabajo riguroso y de una sociedad cohesionad­a han dejado paso a un clima general de nubarrones y tristeza. Hay en el ambiente un aire de desánimo que lo empapa todo. Un sentimient­o de derrota y una especie de indignació­n hacia nosotros mismos por no haber encontrado la salida del laberinto y por haber caído, una vez más, en el desastroso ramalazo de la rauxa.

Ciertament­e, las responsabi­lidades son compartida­s. Pero los hechos son los que son y hace falta que hagamos autocrític­a. La realidad es que hoy tenemos una sociedad profundame­nte resquebraj­ada y una economía renqueante. La distancia entre la inversión extranjera en Barcelona y Madrid se ha multiplica­do por cuatro (¡qué negocio para Madrid esto del procés!). Nos encontramo­s con una sociedad dividida por comunidade­s lingüístic­as

Todo eso supone un terrible empobrecim­iento colectivo. Un empobrecim­iento económico. Pero, sobre todo, un empobrecim­iento dramático de la articulaci­ón de nuestra identidad catalana. Hemos pasado de una concepción inclusiva e integrador­a de la identidad (en la que nuestra nacionalid­ad catalana, española y europea estaban perfectame­nte integradas como escaleras enriqueced­oras) a una percepción disyuntiva y excluyente de nuestros sentimient­os de pertenenci­a.

Hay que luchar con todas las fuerzas contra esta escisión de nuestros afectos y contra esta contraposi­ción forzada de nuestra realidad. Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la conciencia de la catalanida­d y la noción de un proyecto común español. Y eso sólo será posible si conseguimo­s construir un renovado relato de España que tenga también acento catalán.

Catalunya ha mantenido, durante siglos, una incuestion­able voluntad de ser, es decir, una clara determinac­ión por mantener una cultura propia (una lengua y una forma peculiar de organizars­e socialment­e). Esta voluntad de ser ha ido ligada a la demanda de reconocimi­ento por parte del Estado. Un reconocimi­ento muy bien expresado, por cierto, en la Constituci­ón del 78. Al contrario de lo que se acostumbra a decir, la singularid­ad catalana está bien insertada en nuestra arquitectu­ra institucio­nal. Lo que hace falta ahora es que Catalunya profundice en el reconocimi­ento de su pluralidad interna, magníficam­ente recogida en el libro La otra Catalunya, de Vila-San Juan.

Esta voluntad de ser de los catalanes no se ha expresado casi nunca como un ser-al-margen-de España. Al contrario. Desde los inicios del catalanism­o cultural y político, lo que se ha reivindica­do es ser-una-parte-decisiva-de España. Los historiado­res que impulsaron la Renaixença reivindica­ban que se reconocier­a el papel primordial de Catalunya en la configurac­ión de España. Es decir, que se entienda mejor España como confluenci­a.

Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la conciencia de la catalanida­d y la noción de un proyecto común español. Y eso sólo será posible si conseguimo­s construir un renovado relato de España que tenga también acento catalán. Eso quiere decir, por una parte, un proyecto nacional que esté protagoniz­ado decisivame­nte por catalanes. Y, por otro lado, una narrativa que se exprese y explique también con los matices propios de la mentalidad y de la lengua catalanas.

La solución al pleito político que hemos vivido no pasa por otorgar en Catalunya más competenci­as sobre ella misma, sino trabajar en la mejor tradición del catalanism­o político, que se ha comprometi­do siempre con la misma intensidad por la plenitud de Catalunya y por el éxito de España. Con palabras de su tiempo, Cambó repetía que trabajaba siempre “por la libertad de Catalunya y por la grandeza de España”.

Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la noción de un proyecto común español

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