La catalanidad
Desballestada. Así se encuentra nuestra tierra catalana. Vivimos un momento de franca y clara caída. La pujanza económica y civil, la satisfacción del trabajo riguroso y de una sociedad cohesionada han dejado paso a un clima general de nubarrones y tristeza. Hay en el ambiente un aire de desánimo que lo empapa todo. Un sentimiento de derrota y una especie de indignación hacia nosotros mismos por no haber encontrado la salida del laberinto y por haber caído, una vez más, en el desastroso ramalazo de la rauxa.
Ciertamente, las responsabilidades son compartidas. Pero los hechos son los que son y hace falta que hagamos autocrítica. La realidad es que hoy tenemos una sociedad profundamente resquebrajada y una economía renqueante. La distancia entre la inversión extranjera en Barcelona y Madrid se ha multiplicado por cuatro (¡qué negocio para Madrid esto del procés!). Nos encontramos con una sociedad dividida por comunidades lingüísticas
Todo eso supone un terrible empobrecimiento colectivo. Un empobrecimiento económico. Pero, sobre todo, un empobrecimiento dramático de la articulación de nuestra identidad catalana. Hemos pasado de una concepción inclusiva e integradora de la identidad (en la que nuestra nacionalidad catalana, española y europea estaban perfectamente integradas como escaleras enriquecedoras) a una percepción disyuntiva y excluyente de nuestros sentimientos de pertenencia.
Hay que luchar con todas las fuerzas contra esta escisión de nuestros afectos y contra esta contraposición forzada de nuestra realidad. Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la conciencia de la catalanidad y la noción de un proyecto común español. Y eso sólo será posible si conseguimos construir un renovado relato de España que tenga también acento catalán.
Catalunya ha mantenido, durante siglos, una incuestionable voluntad de ser, es decir, una clara determinación por mantener una cultura propia (una lengua y una forma peculiar de organizarse socialmente). Esta voluntad de ser ha ido ligada a la demanda de reconocimiento por parte del Estado. Un reconocimiento muy bien expresado, por cierto, en la Constitución del 78. Al contrario de lo que se acostumbra a decir, la singularidad catalana está bien insertada en nuestra arquitectura institucional. Lo que hace falta ahora es que Catalunya profundice en el reconocimiento de su pluralidad interna, magníficamente recogida en el libro La otra Catalunya, de Vila-San Juan.
Esta voluntad de ser de los catalanes no se ha expresado casi nunca como un ser-al-margen-de España. Al contrario. Desde los inicios del catalanismo cultural y político, lo que se ha reivindicado es ser-una-parte-decisiva-de España. Los historiadores que impulsaron la Renaixença reivindicaban que se reconociera el papel primordial de Catalunya en la configuración de España. Es decir, que se entienda mejor España como confluencia.
Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la conciencia de la catalanidad y la noción de un proyecto común español. Y eso sólo será posible si conseguimos construir un renovado relato de España que tenga también acento catalán. Eso quiere decir, por una parte, un proyecto nacional que esté protagonizado decisivamente por catalanes. Y, por otro lado, una narrativa que se exprese y explique también con los matices propios de la mentalidad y de la lengua catalanas.
La solución al pleito político que hemos vivido no pasa por otorgar en Catalunya más competencias sobre ella misma, sino trabajar en la mejor tradición del catalanismo político, que se ha comprometido siempre con la misma intensidad por la plenitud de Catalunya y por el éxito de España. Con palabras de su tiempo, Cambó repetía que trabajaba siempre “por la libertad de Catalunya y por la grandeza de España”.
Es necesario articular de nuevo, de forma armónica, la noción de un proyecto común español