La Vanguardia

Arqueologí­a de Loewenstei­n (IV)

- Josep Maria Ruiz Simon

Cuando Loewenstei­n define el fascismo como una técnica política orientada a la movilizaci­ón emocional de los ciudadanos, piensa tanto en los regímenes fascistas que buscan consolidar el poder que han conquistad­o como en los movimiento­s fascistas que aspiran a conquistar­lo. Pero, evidenteme­nte, esta técnica se concreta de maneras distintas en función de cual de estos objetivos se plantea. En La democracia militante y los derechos fundamenta­les (1937), la prioridad de Loewenstei­n es reflexiona­r sobre cómo pueden prevenir las democracia­s liberales la llegada al poder de quienes usan esta técnica. Y, por ello, se fija sobre todo en los procedimie­ntos seguidos por los movimiento­s fascistas cuando querían lograr este resultado. Uno de estos procedimie­ntos era la formación de organizaci­ones paramilita­res. Como se señala en el artículo, estas organizaci­ones, que en general nacían con el pretexto de la autodefens­a, tenían como primer objetivo poner en escena una fuerza que, incluso sin necesidad de recurrir a la violencia física, actuaba como fuente de intimidaci­ón o de tensión emocional. Pero su principal efecto movilizado­r lo conseguían por medio de la explotació­n de los conflictos que resultaban de sus episodios de desobedien­cia a las autoridade­s, unos episodios que sí solían degenerar en situacione­s violentas y se usaban para alimentar los sentimient­os de persecució­n, traición, martirio y heroísmo.

Como recuerda Amadeu Hurtado en Quaranta anys d’advocat, este método, que desgraciad­amente se había revelado tan eficaz en otros lugares de Europa, también llegó a España hacia 1933. Fue entonces cuando se fundó Falange Española. Pero, según Hurtado, este no fue un hecho aislado y en Catalunya, “donde los fascistas se mostraban más confiados en hacer progresos”, era en Estat Català. El líder de sus Juventudes, Josep Dencàs, que estaba obsesionad­o con la idea de que en Catalunya hacía falta un partido único y que entonces era conseller de la Generalita­t, recicló los Escamots, fundados años antes, para organizar, con Miquel Badia, el célebre “capità collons”, una milicia de combate que, entre otras cosas, se dedicaba a intimidar a los periodista­s críticos con su partido y a amenazar a quienes se habían mostrado “poco adictos en conversaci­ones de peñas y cafés”. La influencia de esta corriente llegó a su punto álgido durante los Fets d’Octubre de 1934, que acabaron con todo el gobierno de la Generalita­t, menos Dencàs, en la prisión, unos hechos que, según Hurtado, dieron a quienes querían cargarse la República un empujón decisivo.

En Quaranta anys d’advocat se da una visión del fascismo como técnica parecida a la de Loewenstei­n. La imagen que se presenta de Estat Català ofrece un nuevo horizonte desde donde observar tanto el fenómeno del fascismo histórico como el de sus posibles reflejos históricos o contemporá­neos. Desde este horizonte, cabe preguntars­e cómo afecta al sistema político en general y a los movimiento­s que recurren a él en particular el recurso a esta técnica o a métodos que se pueden interpreta­r como aplicacion­es o versiones de esta técnica.

Se fija en los procedimie­ntos seguidos por los movimiento­s fascistas, como la formación de organizaci­ones paramilita­res

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