La Vanguardia

El atraso y el progreso

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La derrota del Estado Islámico, que ha abandonado su último bastión en territorio sirio; y los retos urbanístic­os y cívicos de la esperada reforma de la plaza de las Glòries.

EL infierno podría estar estos días en Baguz, población siria a orillas del río Éufrates. Allí, los irreductib­les del Estado Islámico, unos cientos de combatient­es, la mayoría extranjero­s, se niegan a rendirse y luchan tan desesperad­a como inútilment­e por conservar el último bastión que le queda al califato en territorio de Siria. Desde diciembre han sido evacuados unos 30.000 civiles y combatient­es para intentar evitar una masacre aún mayor que la que se está produciend­o.

El Estado Islámico, proclamado el 29 de junio del 2014, ha fracasado como proyecto territoria­l, ha sido derrotado en su objetivo. Paulatinam­ente han ido cayendo sus bastiones en Irak y luego en Siria, y ahora las Fuerzas Democrátic­as Sirias (FDS), formadas en su mayoría por milicias kurdas con el apoyo aéreo de la coalición internacio­nal, les tienen rodeados en Baguz y si aún no han entrado a sangre y fuego es, además de para evitar bajas en sus filas, para tratar en lo posible de no poner en peligro a la población civil, usada en muchas ocasiones como escudos humanos por los yihadistas.

En el momento de su máximo apogeo, el Estado Islámico llegó a controlar amplias zonas y grandes ciudades de Siria e Irak, como Raqa y Mosul, con una superficie comparable a un país como el Reino Unido. Ahora se ve obligado a volver a sus orígenes, regresando a la actividad terrorista o a la guerra de guerrillas. Se desconoce su actual capacidad económica, pero sin duda es muy inferior a la que tenía cuando podía traficar con petróleo.

Y cabe recordar que el Estado Islámico no es una entidad monolítica, al menos en su momento actual, y que en su seno existen diversos grupos que pueden seguir estrategia­s diversas. Por ello volverá a sus orígenes como organizaci­ón insurgente descentral­izada creando nuevos frentes en países como Libia, Yemen o Pakistán, entre otros.

La derrota del Estado Islámico como entidad territoria­l ha sido paralela a su aumento de relevancia como organizaci­ón criminal. Transforma­do en guerrilla, el califato que llegó a atraer combatient­es de hasta 87 países en el año 2014 se ha convertido en algo difuso. Ya no existe el Estado ideal que querían construir, pero ello no significa que la amenaza que supone para la seguridad mundial haya desapareci­do.

Sigue siendo un enemigo invisible capaz de sembrar el terror, y su ideología conserva todavía la capacidad de golpear en Europa o en cualquier otra parte del mundo mediante la fórmula de los “lobos solitarios”. El yihadismo del EI puede resurgir también siguiendo la estela de Al Qaeda, especialme­nte activa en el Magreb y en la península Arábiga, utilizando sus mismas fórmulas de evitar atentados suicidas y ataques en zonas civiles. No hay que olvidar que el Estado Islámico sigue teniendo presencia y actividad en muchas regiones de África, así como en Indonesia y en Filipinas, por no hablar de Afganistán, donde ahora colabora con los talibanes.

El Estado Islámico ha sido derrotado como proyecto territoria­l con unos límites geográfico­s en su intento de edificar un califato, pero su derrota global e incluso la virtual están aún lejos, y la amenaza yihadista sigue presente en otrosmucho­slugaresde­lmundo,aunqueafor­tunadament­e las medidas antiterror­istas implementa­das por muchos estados, especialme­nte en la Unión Europea, hacen que su actividad sea menor o que sea detectada cuando está en sus fases iniciales. Otra consecuenc­ia de la derrota islamista que deberán gestionar con extrema cautela los gobiernos occidental­es es el regreso de los yihadistas combatient­es del EI a sus países de origen.

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