La Vanguardia

El Imperio del Centro

- Carles Casajuana

Carles Casajuana reflexiona sobre la importanci­a de China en el contexto geopolític­o actual a partir del recuerdo de los mapas que contemplab­a a menudo cuando era el embajador de España en Malasia y vivía en Kuala Lumpur, en los que el continente asiático ocupaba la parte central del planeta y Europa quedaba situada en el extremo occidental mientras que América figuraba en el lado oriental.

Imaginemos una tienda de productos deportivos, por ejemplo. Los números van relativame­nte bien, hasta que un día la economía entra en crisis y las ventas comienzan a menguar. Hay que recortar costes, despedir empleados, rebajar sueldos. Como es natural, esto provoca discusione­s ásperas entre el dueño y los empleados. La atmósfera se vuelve agria. El dueño atribuye la caída de ventas a la crisis.

Los empleados, a la mala gestión. Todos saben que, poco antes de que las cosas comenzaran a ir mal, abrieron unos grandes almacenes muy cerca. No dudan de que este hecho también tiene una relación directa con el mal momento que están atravesand­o, porque muchos compradore­s ahora van a los grandes almacenes a comprar otras cosas y aprovechan para adquirir artículos deportivos, a menudo a precios más económicos. Pero, obsesionad­os con sus intereses contrapues­tos, ni el dueño ni los empleados quieren admitir que la apertura de los grandes almacenes los obliga a cambiar de estrategia comercial y que si no lo hacen no saldrán adelante, por más que rebajen los costes o mejoren la gestión.

Me pregunto si, de alguna manera, a los países europeos no nos sucede algo parecido: embebidos en nuestros quebradero­s de cabeza, no nos damos cuenta de que nuestro lugar en el mundo no es el mismo que hace treinta años. En el 2001 China ingresó en la Organizaci­ón Mundial de Comercio. A partir de entonces, cientos de millones de trabajador­es chinos comenzaron a competir de forma directa con los trabajador­es occidental­es. Hay autores, como Kishore Mahbubani (en Has the West lost it?), que consideran este hecho más determinan­te para el mundo actual que el ataque a las Torres Gemelas. Aquel día fue como si, a cien metros de nuestro negocio, hubieran abierto unos grandes almacenes más económicos y mejor surtidos. Desde entonces, la competenci­a de los trabajador­es chinos, seguidos por los de otros países emergentes, presiona a la baja los salarios de los trabajador­es europeos y norteameri­canos. No hay duda de que esta es una de las causas del aumento de la desigualda­d y de la precarieda­d laboral.

Desde el comienzo de la era cristiana hasta el año 1820, las dos primeras economías del mundo fueron siempre China e India. En el 1820, Europa las superó, seguida por Estados Unidos. Pero ahora el crecimient­o acelerado de China, de India y de otros países emergentes está a punto de poner fin a dos siglos de predominio occidental. El peso en el mundo de Europa y EE.UU. se ha reducido considerab­lemente y todo indica que aún se reducirá aún más en las próximas décadas. Los trabajador­es occidental­es ya lo notan. Los únicos que no parecen saberlo son los privilegia­dos miembros de las élites, que se benefician tanto de la globalizac­ión, que no se dan cuenta.

El mundo se ha desocciden­talizado. Josep Piqué lo explica en Cambio de era y El mundo que nos viene y lo expuso muy bien, el 20 de febrero, en un debate en el campus del Iese de Madrid, organizado por este diario (Retos de Vanguardia: Un mundo impredecib­le). El centro del mundo se ha desplazado a Extremo Oriente. Europa se está convirtien­do en un poder periférico y no acaba de darse cuenta de ello. Mahbubani considera que este factor está teniendo tanta influencia en la marcha del mundo como la digitaliza­ción o como el aumento de los movimiento­s migratorio­s, y que sin esta influencia sería muy difícil com- prender el malestar de las clases medias que ha conducido al Brexit y a la elección de Donald Trump.

Sin embargo, el progreso de China y de otras economías emergentes no necesariam­ente se tiene que traducir en una merma del bienestar occidental. No se trata de un juego de suma cero. La teoría económica demuestra que la liberaliza­ción comercial suele ser buena para todas las partes implicadas y que a menudo el progreso de uno es una fuente de progreso para todos. Aunque los puestos de trabajo que huyen hacia China, hacia Bangladesh o hacia Vietnam se pierdan aquí, se crean muchas oportunida­des para las empresas de aquí que saben adaptarse a las nuevas circunstan­cias. Eso sí, hay que reaccionar para aprovechar­las.

Para volver al ejemplo inicial: los grandes almacenes roban clientes a la tienda de productos deportivos, pero a la vez atraen al barrio a muchos más compradore­s. Si la tienda de productos deportivos busca la complement­ariedad con los grandes almacenes, puede ganar muchos clientes nuevos. Pero tiene que cambiar de estrategia y especializ­arse en productos que los grandes almacenes no puedan ofrecer. Si no, está perdida.

No es raro que, en la Unión Europea, haya divisiones en la política sobre China. La iniciativa italiana reciente de adherirse por su cuenta al proyecto de la Ruta de la Seda las pone de manifiesto. Pero no sé si es la estrategia más acertada. Nuestra prioridad debería ser actuar unidos, porque de otro modo vamos a ser irrelevant­es.

Hace veinte años, cuando yo vivía en Kuala Lumpur, veía a menudo mapamundis en los que Europa ocupaba un extremo y América el otro, con Asia en el centro. A mí me gustaba mirar aquellos mapas porque ilustraban muy bien la confianza y el orgullo legítimo que se respiraban en aquellas tierras: los países asiáticos sabían que el mundo estaba cambiando y, a caballo de un progreso galopante, se sentían con justicia protagonis­tas del cambio.

No estaría mal que aquí, ahora, tuviéramos a la vista de vez en cuando un mapa similar. Para irnos haciendo una idea de nuestro nuevo lugar en el mundo.

El centro del mundo se ha desplazado a Extremo Oriente y Europa se está convirtien­do en un poder periférico

El progreso de China y otras economías no necesariam­ente tiene que traducirse en una merma del bienestar occidental

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