Christophe Castaner
Los graves disturbios en París y el alud de críticas fuerzan a cambiar la estrategia
MINISTRO DEL INTERIOR FRANCÉS
Las medidas tomadas por el Gobierno francés para frenar los actos vandálicos de los chalecos amarillos más radicales se han demostrado claramente insuficientes. La alcaldesa de París, ya harta, pedía explicaciones a Castaner.
La orden del presidente Emmanuel Macron fue tajante. El sábado por la noche, tras regresar precipitadamente a París desde una estación de esquí en los Pirineos, instó al Gobierno a preparar “medidas fuertes” para frenar la violencia. Según el jefe de Estado, la devastación que sufrieron los Campos Elíseos en el decimoctavo sábado de protesta de los chalecos amarillos rebasó cualquier límite porque actuaron “personas que quieren destruir la República, a riesgo de matar”. Macron no hizo distinciones: “Todos los que estuvieron allí se hicieron cómplices”.
Un gabinete de crisis, formado por el primer ministro, Édouard Philippe, y los titulares de Interior, Justicia y Economía, se reunió ayer para estudiar la nueva estrategia. Hoy la presentarán a Macron, para que dé el visto bueno, y por la tarde los ministros Castaner (Interior) y Le Maire (Economía) la explicarán ante el Senado.
Tras la reunión de urgencia, no hubo ningún comunicado ni rueda de prensa. Sí se hizo saber que se había considerado “insuficiente” el dispositivo policial del sábado y que había habido “disfunciones”. Ese mea culpa era un modo de responder al alud de críticas de la oposición, así como de los comerciantes afectados y de la patronal, muy inquietos por el impacto económico y de imagen para la capital. Desde las páginas del diario Le Parisien, la alcaldesa, Anne Hidalgo, había pedido “explicaciones” al Gobierno, en un tono de hartazgo. “Necesitamos salir de esta pesadilla –insistió–. Esta vez ya basta”.
Los Campos Elíseos fueron un desfile de parisinos y turistas para observar y fotografiar los daños. La mayoría de los locales presentaba impactos de proyectiles en sus escaparates, cuando no su destrucción total, lo que obligó a protegerlos con planchas de madera. Fueron atacadas tiendas muy diversas, de ropa, de artículos electrónicos, joyerías, chocolaterías, sucursales bancarias, oficinas de compañías aéreas. Algunos propietarios hubieron de contratar a agentes privados de seguridad para proteger las tiendas durante la noche y evitar que fueran objeto de pillaje.
El restaurante Fouquet’s, un clásico, frecuentado por políticos y artistas, congregaba a mucho público en la acera. El sábado fue saqueado y su toldo rojo incendiado Sus propietarios cubrieron por completo la terraza. No podía verse nada del interior, como si sintieran pudor de mostrar el ultraje sufrido. El día anterior, algunas botellas de champán robadas se usaron como armas contra la policía.
Frente al Fouquet’s, en el quiosco de prensa, se formó un corrillo espontáneo para comentar la situación. Todos destacaban que, mientras París ardía, el presidente Macron esquiaba en los Pirineos. El quiosquero se alegraba de que su establecimiento no hubiera sido incendiado, como otros.
–¿Usted cerró o siguió trabajando?
–Cerré, por supuesto. ¡Era la guerra! Cuando llega la guerra, se deja de trabajar.
“Necesitamos salir de esta pesadilla; esta vez ya basta”, se enfurece la alcaldesa de la capital, Anne Hidalgo
Jean, un jubilado de 69 años, simpatizante de los chalecos amarillos, despotricaba contra Macron. “En Mayo del 68, en el Elíseo estaba De Gaulle, alguien con un pasado glorioso –dijo–. Aunque discrepásemos, lo respetábamos. Ahora tenemos a uno que ha dejado pudrir el conflicto durante cuatro meses. De Gaulle era un hombre grande; Macron es un hombre pequeño, demasiado pequeño”.
Al otro lado de la calle, el puesto de alquiler de Ferraris y Lamborghinis –a 150 euros la media hora– volvía a funcionar. Los Campos Elíseos, aunque heridos, recuperaban poco a poco su pulso.