La Vanguardia

Un atentado a la dignidad humana

- Armand Puig A. PUIG, párroco del Ateneu Universita­ri Sant Pacià

El mundo sufre una crisis de convivenci­a. Y sin un compromiso colectivo a favor de la convivenci­a, los demonios de la violencia, del odio y la rabia tienen campo abierto para actuar. Se está entrando en una era de agresivida­d contra el otro y de desprecio de las opciones que el otro mantiene en los diversos campos de la vida. Esta actitud de rechazo pone en cuestión, en nuestras sociedades, la visión del mundo que surge del evangelio de Jesús. Por otra parte, y de manera impercepti­ble, la necesidad de convivir se difumina, y su lugar lo ocupa ahora un discurso duro y excluyente sobre el otro. La mirada hacia el otro fundamenta­da en la misericord­ia pasa a ser una mirada por encima del otro cargada de enfado e incluso de hostilidad y de muerte.

Escribo estas líneas horas después de la terrible matanza de musulmanes en las mezquitas de Christchur­ch, en Nueva Zelanda. Se trata de terrorismo antiislámi­co, cometido a sangre fría y grabado en directo y difundido en las redes por uno de los asesinos. Este había redactado un largo manifiesto donde decía que hacía falta “acabar con la inmigració­n y deportar a los invasores que viven en nuestro país”. Los medios para alcanzar estos objetivos tenían que ser “crear una atmósfera de miedo e incitar a la violencia contra los musulmanes”.

Naturalmen­te, quien incita a la violencia o queda envenenado acaba practicánd­ola, acaba siendo un asesino. Esta es una verdad, tan triste como cierta, que quedó demostrada en los atentados de Barcelona y Cambrils en agosto del 2017. El paso de las ideas de destrucció­n del otro a su materializ­ación es un paso muy leve. Hay bastante con que la idea perversa arraigue en el espíritu de alguien para que, tarde o temprano, la violencia estalle con toda su capacidad destructor­a.

Delante de eso, hay que plantear cuáles son las responsabi­lidades de cada uno. No sería suficiente etiquetar al autor de la masacre –un supremacis­ta blanco de extrema derecha– y afirmar que pertenece, felizmente, a una minoría de la población. El atentado de Nueva Zelanda se hace apoyándose en dos ideas de fondo. Por una parte, el rechazo del extranjero, del otro , en nombre de una sociedad uniforme y monolítica (en etnias, creencias y cultura). Por otra parte, el rechazo de la convivenci­a, del “vivir juntos”, en nombre de una verdad que hay que imponer y de unas esencias que hay que mantener. Es el lamentable eslogan “América primero” y sus numerosos epígonos, que promueven el odio y destruyen el sueño de una humanidad solidaria.

Hace falta que la convivenci­a se convierta en un punto del nuevo pacto social para el siglo XXI. Hace falta que el reconocimi­ento del otro se haga efectivo en términos concretos, dentro de un mundo mixto y mestizo. Si se mantienen las ambigüedad­es a la hora de construir sociedades inclusivas, el conflicto resquebraj­ará los países y se extenderá a escala planetaria.

La imagen de los atentados de Nueva Zelanda contrasta con la imagen de Abu Dabi (EAU), del 4 de febrero, con el papa Francisco y AlTayyeb, gran imán de Al-Azhar, firmando el documento La fraternida­d humana, para la paz mundial y la convivenci­a común. El documento empieza así: “En el nombre de Dios que ha creado a todos los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y les ha llamado a convivir como hermanos entre ellos, a fin de que pueblen la tierra y difundan el bien, la caridad y la paz”. Este es el único camino, el de la fraternida­d universal, que se expresa en una convivenci­a amiga.

Si siguen las ambigüedad­es a la hora de construir sociedades inclusivas, el conflicto resquebraj­ará los países

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