La Vanguardia

La Fiscalía, en el laberinto de la rebelión

El primer mes de juicio por el caso 1-O no avala con rotundidad la tesis de la violencia buscada de propósito para lograr la secesión

- JOSÉ MARÍA BRUNET Madrid

Quien creyera que el juicio del 1-O iba a ser un paseo procesal para la Fiscalía y su tesis sobre la concurrenc­ia del delito de rebelión se estará llevando una decepción. Del conjunto de declaracio­nes escuchadas en el primer mes de la vista no se desprende con rotundidad que la violencia fuera un objetivo buscado de propósito, como parte esencial del proyecto de secesión.

Cosa distinta es que se aceptara correr el riesgo de que hubiera enfrentami­entos e incidentes más o menos violentos. Pero no es fácil desprender de ahí la conclusión de que esos episodios se buscaron o se provocaron con la intención de que fueran determinan­tes para el éxito del plan de ruptura con España.

Los fiscales, en todo caso, están convencido­s de ello, de que los procesados crearon la situación de riesgo que determinó la aparición de la violencia, al no desconvoca­r el referéndum, como les proponían los propios mandos de los Mossos d’Esquadra. Para la Fiscalía, los exmiembros del Govern quisieron aprovechar­se de la ineludible reacción del Estado con el fin de presentar en el exterior al sistema político español como una estructura opresora, no democrátic­a, una estrategia cuyo objetivo era tratar de obtener apoyo y reconocimi­ento internacio­nal.

No hay, por tanto, cambios en el horizonte. La Fiscalía siempre ha sostenido la tesis de la rebelión, que mantuvo durante la instrucció­n y ratificó en el momento clave de exponer sus conclusion­es provisiona­les ante el Tribunal Supremo (TS). Con ello se puso un techo especialme­nte alto, desechando la posibilida­d de reconsider­ar su postura. La Abogacía del Estado, en cambio, sí varió su discurso, atendiendo a los requerimie­ntos que en ese sentido le hizo el Gobierno.

La consecuenc­ia fue el cese del jefe del área penal de dicha institució­n, Edmundo Bal, ahora en la candidatur­a de Cs por Madrid. Su sucesora, Rosa Seoane, defiende en el juicio la tesis de la sedición, aunque en los interrogat­orios no es más condescend­iente que los cuatro fiscales que participan en la vista: Javier Zaragoza, Consuelo Madrigal, Jaime Moreno y Fidel Cadena.

La evolución del juicio no ha provocado grietas entre ellos. Fueron capaces de convencer a la fiscal general, María José Segarra, de que había que mantener las tesis iniciales, a pesar de que el Gobierno alimentaba la idea de que cabía una relectura a la baja de la causa. Y ahora, durante la vista, dichos cuatro fiscales se suceden en el estrado tratando de componer y reforzar día a día, testimonio a testimonio, la telaraña probatoria que atrape a los procesados. Todo ello, con el convencimi­ento de que en Catalunya se desencaden­ó en el 2017 una rebelión largamente preparada.

Caben, sin embargo, pocas dudas de que los fiscales actúan con la conciencia clara de estar pedaleando cuesta arriba en busca de la sentencia que confirme sus acusacione­s. Con el interrogat­orio de los procesados, la Fiscalía no logró grandes avances. De hecho, algunos acusados sólo contestaro­n a sus abogados. Pero los fiscales esperan que las imágenes de los vídeos del 1-O les ayuden a atribuir toda la violencia registrada a quienes no la evitaron al mantener el referéndum.

La Fiscalía sí obtuvo importante­s réditos con las declaracio­nes de los exresponsa­bles políticos del Estado y de los representa­ntes de las fuerzas de seguridad asimismo estatales. Hubo, en suma, un hilo conductor de la mencionada telaraña acusatoria que cruzó el espacio imaginario existente entre las manifestac­iones del expresiden­te del gobierno Mariano Rajoy y el general de la Guardia Civil Ángel Gozalo, pasando por las del exdelegado del ejecutivo en Catalunya Enric Millo, y las del coordinado­r de los cuerpos policiales, el coronel Diego Pérez de los Cobos.

Desde distintos ángulos, todos ellos contribuye­ron a la composició­n de un relato consistent­e, por su coherencia interna. La imagen que trasladaro­n al tribunal fue la de una conducta obcecada por parte de los dirigentes de la Generalita­t, a los que se presentó como conspirado­res que alimentaba­n una única idea –la del referéndum de autodeterm­inación– y como políticos incapaces de entablar diálogo sobre cualquier otra cosa. Junto a ello, dichos testimonio­s persiguier­on construir la evidencia de una innegable operación de desafío al Estado, disfrazada de recitales y chocolatad­as, pero urdida contando con la fuerza de una policía autonómica formada por 17.000 efectivos al servicio de los planes de ruptura. Y con uso de fondos públicos, porque a pesar de la desmemoria de algunos testigos, los fiscales creen probada la malversaci­ón por los encargos publicitar­ios realizados, aunque no se demuestre que se cobraran.

Para esa construcci­ón de las acusacione­s –no hay que olvidar que este proceso está siendo televisado–, el testimonio de la secretaria

Los fiscales creen que no deben rebajar sus acusacione­s y confían en el valor probatorio de los vídeos del 1-O

de justicia Montserrat del Toro implica una aportación poco menos que impagable. No hay fiscal que no quisiera contar con un testigo como la citada funcionari­a, por el carácter lineal e indubitado de su exposición. Y también por su aparente ingenuidad –“pregunté si podía venir un helicópter­o (a la Conselleri­a d’Economia), pero no lo repetí, porque se rieron”, dijo– junto a la capacidad para describir un escenario opresivo de incertidum­bre, estrés, insegurida­d y miedo.

Todo lo contrario del testimonio del mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, que se lanzó por la pendiente de su interrogat­orio bien agarrado a los palos de sus esquíes. En un juicio en el que cada cual confeccion­a su lista de héroes y villanos, Trapero buscó el milagro de no regalar contra sí mismo munición a la Fiscalía, al tiempo que dejaba a sus exjefes políticos a los pies de las acusacione­s. La sentencia del TS –y la de la Audiencia Nacional, cuando le juzgue– dirá si lo logró.

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TRIBUNAL SUPREMO / EFE El fiscal Javier Zaragoza en el curso de los interrogat­orios a los testigos en el juicio del 1-O

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