La Vanguardia

Fouché y la primavera

- Antoni Puigverd

Se captan en el aire aromas de moderación. Quizás sólo sea un espejismo: sabido es que, en el desierto, los sedientos avistan lagos y palmeras que no son sino exasperaci­ones del deseo. Ciertament­e: predomina en el día a día la misma peste ácida y venenosa de los últimos años. Peleas institucio­nales; la repelente belicosida­d preelector­al; el juicio; la insensatez ideológica que infecta los partidos que en otro tiempo aspiraron a la centralida­d... Los extremismo­s siguen tensando el panorama. El espacio convergent­e persiste en la carrera rupturista y ha condenado al ostracismo a todos sus políticos dialogante­s. ERC, que siempre ha tenido predilecci­ón por las inflamacio­nes patriótica­s, no se atreve a romper la lógica de bloques (Catalunya es un tronco cada día más marcado por un hacha). En cuanto al PP, teme la presión de Vox y abandera un discurso en el que la insensatez extremista se alía con la extravagan­cia reaccionar­ia (las declaracio­nes de Casado sobre los niños de las migrantes). Lo mismo podríamos decir de Ciudadanos, partido que, en vez de moderarse para abrazar al votante centrista, se radicaliza expresando una mezcla de miedo y fascinació­n por Vox.

Sin embargo, en este clima extremista hay señales objetivas de cambio de ciclo. El independen­tismo está malherido porque con la falsa

DUI, el 155 y el juicio ha dejado de ser una verdad revelada para convertirs­e en una ideología falible como las otras. Algo parecido ocurre en la derecha española: su fragmentac­ión en tres es una condena que responde a la corrupción generaliza­da del PP. Tanto el bloque independen­tista como el tridente de la derecha mantienen la inercia en sus territorio­s respectivo­s. Las fuerzas vinculadas a estos dos bloques son muy potentes. Pero han perdido la infalibili­dad, han exhibido obscenamen­te errores colosales, pérdidas muy obvias. Tanto la derecha española como el independen­tismo han perdido la autoridad moral, fundamento de la hegemonía.

Esto explica el ascenso de la corriente socialdemó­crata, a pesar de que en el resto de Europa esté demostrand­o un claro agotamient­o. El PSOE comienza a encarnar una esperanza: la del reformismo dialogante. La derecha tripartita y el independen­tismo, perdida la infalibili­dad, exageran su radicalism­o. Y esto deja un enorme espacio abandonado en el centro en el que Pedro Sánchez se dispone a acampar. Le ayuda el hecho de que Pablo Iglesias, Podemos y las confluenci­as, a pesar de sus trifulcas internas, han abanderado desde la moción de censura una posición razonable y flexible muy alejada de los clichés venezolano­s con que se les había clasificad­o.

La izquierda española ha adoptado un perfil portugués. Propugna el diálogo y no echa más leña al fuego de la imprescind­ible (o inevitable) en etapa preelector­al. Podría producirse una gran sorpresa, dicen los expertos en demoscopia. Hay, en el fondo social, un deseo de orden, trabajo y distensión. Todavía la tensión vende, sí. De ahí el fuego con que la alimentan tantos medios de comunicaci­ón. Pero cuando las encuestas preguntan sobre los conflictos vigentes, los españoles apuestan por soluciones blandas. Es lástima que tantos líderes convergent­es se hayan dejado decapitar sin plantar cara, que los Ciudadanos moderados aún no osen cuestionar abiertamen­te a Rivera y que los moderados del PP callen mientras Casado exhibe sus límites como si fueran virtudes. Es una lástima. Porque ahora es precisamen­te el momento de los traidores; o, si la palabra ofende, el momento de los precursore­s.

Lo explica Stefan Zweig en la formidable biografía de Fouché (Debate). Todo el mundo sabe que este político de la Revolución Francesa es el ejemplo máximo del supervivie­nte político. Se educó en el seminario, se hizo revolucion­ario moderado y, después, jacobino hasta ordenar el ametrallam­iento de los realistas de Lyon porque la guillotina era demasiado lenta. Enseguida, captando que la gente estaba harta de sangre, dio un giro benigno, sobrevivió a Robespierr­e y se retiró por cautela. Retornó cuando los revolucion­arios, ya dulcemente instalados, favorecían la circulació­n del dinero. Laborando como corruptor, regresó a las alturas. Ministro de la policía, descubrió que el poder es, antes que nada, informació­n. Inmune a la vanidad, astuto, trabajador insomne, sobrevivió a Napoleón y finalmente entregó Francia a la monarquía restaurada. Napoleón decía de Fouché en el exilio de Santa Elena: “Sólo los traidores me han enseñado la verdad”.

Pero, más allá de la alevosía (aspecto repugnante de su personalid­ad), otra caracterís­tica de la personalid­ad de Fouché explica su éxito: se anticipa a los cambios cuando la mayoría no los ve. Y es valiente: cuando los suyos todavía no se resignan a la idea de haber perdido el tren, un buen profesiona­l de la política debe tener el coraje de llevarles la contraria.

El tiempo de la moderación llegará. Esta primavera o más tarde, pero llegará. España no puede soportar una tensión eterna; y una nación tan frágil como la catalana no puede sobrevivir a los hachazos de la división.

Ahora es el momento de los traidores; o, si la palabra ofende, el momento de los precursore­s

 ?? HERITAGE IMAGES / GETTY ?? Retrato del político francés Joseph Fouché
HERITAGE IMAGES / GETTY Retrato del político francés Joseph Fouché

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain