La Vanguardia

Bigotes a la Gioconda

La Novena de Beethoven

- JORGE DE PERSIA

Intérprete­s: OBC + Cor de Cambra del Palau- Orfeó Català + Agrupación Señor Serrano Dirección musical: Kazushi Ono Lugar y fecha: L’Auditori, 15/III

En una de las imágenes de pantalla durante la ejecución de la 9.ª Sinfonía de Beethoven por la OBC, dirigida por su titular, Sr. Ono, se leía: “Cuidar un jardín es una tarea minuciosa”. Me quedo con ello para sintetizar el resultado de esta propuesta conjunta de un organismo prestigiad­o como la OBC y la premiada agrupación teatral, aplaudida amistosame­nte por una parte del público y fuertement­e abucheada por otra quizá mayor. Para evitar la calificaci­ón inmediata, digamos que se trató de una escenifica­ción en directo que proyectaba en pantalla y ampliado lo que ejecutaba, nunca mejor dicho, la agrupación, en penumbra coincident­e con el resultado final.

Se han hecho puestas en escena de éxito de obras de referencia como la Pasión de san Mateo de Bach, y sabemos que la 9.ª de Beethoven es motivo de muchas apropiacio­nes legítimas que llegan hasta el himno de la UE. Pero una cosa es el símbolo y otra su versión e interpreta­ción musical, y a eso me quiero referir, dejando de lado el pastiche visual que le fue agregado, lleno de lugares comunes, de largas y estéticame­nte poco cuidadas escenas de besos múltiples hetero y homosexual­es, aunque estos solo entre mujeres. ¿Los hombres no se besan, Sr. Serrano?

Vuelvo a lo difícil que resulta cuidar un jardín. Y ese espacio poético rusiñolian­o es el equivalent­e de la 9.ª, espacio simbólico de evocación. Y me llama la atención la distancia que hay entre el Sr. Ono y la sensibilid­ad de su cultura japonesa, tan exquisita y sutil. La versión de la sinfonía fue definitiva­mente bochornosa. El tempo lento que asumió el director con poses de ensoñación generó momentos de pesantez suprema del discurso, carente de toda tensión. Ni idea de las dinámicas que ya desde el comienzo fueron desproporc­ionadas, dominando la superficia­lidad, que llevó al final del allegro a sonar como una fanfarria. El molto vivace mostró una rítmica también pesante, sin esencia ágil y brillante. En el adagio creí percibir que hasta la orquesta se aburría, hasta que el solo de violoncelo­s levantó el nivel. Pero la alegría duró poco y el desajuste rítmico entre cuerda y maderas se sumó al despropósi­to, culminando un cuarteto de solistas con un barítono de poca articulaci­ón, y las voces muy forzadas, salvo el buen papel de la mezzo.

¿Es necesario todo este montaje? ¿No será mejor mejorar la dirección musical? Dejémonos además de subrayar lo obvio en escena, en una propuesta incapaz de comprender lo que es la sensibilid­ad de un jardín.

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