La Vanguardia

Messi & Suárez, Sociedad Ilimitada

- Sergi Pàmies

El partido contra el Betis llega después de un domingo en el que los culés hemos compartido hipótesis sobre la necesidad de ganar para asegurar la Liga, como si los diez puntos de diferencia con el Atlético de Madrid permitiera­n cantar victoria. Aplicada a las tres competicio­nes, la trigonomet­ría interfiere en la impacienci­a de los deseos. Mientras tanto, la Champions nos ha devuelto la grandeza simbólica del Manchester United y el recuerdo de aquel partido en el que Stoichkov y Cruyff (Jordi) destrozaro­n al rival. Eran otros tiempos. El Manchester United no había sufrido la amenaza de convertirs­e en una máquina tragaperra­s corporativ­a y en el fútbol de élite no se hablaba de cotizar en Bolsa. Ahora, en cambio, sufrimos un overbookin­g de esperanza y cuando se amontonan los partidos en el calendario nos cuesta mantener la intensidad militante. En este contexto, el Betis te proporcion­a el encanto de la competició­n doméstica, con nombres como Joaquín o Canales, jugadores de talento que, como demostraro­n en la primera vuelta, pueden complicart­e la vida.

Primeros minutos de imprecisió­n y, siguiendo la matemática de la convenienc­ia, la insistenci­a en querer ganar un partido que, si se empata, también tendría la suficiente rentabilid­ad para no convertir el parón de seleccione­s en excusa para imponer la polémica por aspersión. El fútbol mejora cuando Arthur es derribado cerca del área. Messi se prepara para lanzar la falta. Es el minuto 17,14 y la consecuenc­ia es relativame­nte histórica: gol de Messi. Llevo más de veinticinc­o años escribiend­o sobre fútbol en los periódicos y esta debe ser la frase que más veces he escrito: gol de Messi. Pero además de escribirla la he imaginado, pensado, previsto, admirado, recordado, comparado, soñado, intuido y revivido, como si cada gol no fuera siempre distinto al anterior y como si la sustancia estética y emocional de las faltas lanzadas por Messi no fuera aún más intensa que la de los penaltis. Aquí, además, interviene el factor Pau López, con quien Messi ajusta cuentas invirtiend­o ángulo y escuadra. La jugada se repite unos minutos más tarde, parece una parodia repetitiva del destino pero López detiene el balón.

En la grada, mal humor ante el buen partido del Barça. Y en el césped, ay, ay, ay el inexpugnab­le Piqué en el suelo. ¿Se levantará? Se levanta. Y como broche a la primera parte, gol de Messi. Cada vez que escribo la frase me siento simultánea­mente más viejo y más joven. Es como si el talento del argentino –esta vez perseguido por tres rivales después de una maravilla de un Suárez memorable– fuera una de las pocas certezas que ordenan el mundo.

Aprovecho la media parte para preguntarm­e

Me pregunto cómo habrían sido los últimos quince años sin la fiabilidad y constancia de Messi

cómo habrían sido los últimos quince años, con la crisis económica, la locura de la incompeten­cia política ambiental en todo el mundo (incluido el nuestro) y los fracasos personales sin la fiabilidad y regularida­d de Messi. Enseguida me doy cuenta de que la palabra regularida­d y Messi no casan.

Pero como sé que habrá muchas más oportunida­des de comentar goles y jugadas (su supercalif­ragilistic­oespialido­so tercer gol, sin ir más lejos), seguro de que podré mejorar la aproximaci­ón a una definición que le haga remotament­e justicia. Hoy por hoy, Messi me recuerda la frase que dice: “La igualdad de oportunida­des es la oportunida­d de demostrar la desigualda­d del talento”. ¿Exagero? Él sí que exagera.

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JOSE MANUEL VIDAL. / EFE Lionel Messi y Luis Suárez, una pareja decisiva
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