La Vanguardia

“Nadie sabe más de ti que tu cuerpo: aprende a escucharlo”

- ANA JIMÉNEZ LLUÍS AMIGUET

Tengo 65 años: cada vez más felices, porque sé más, ayudo más y me siento más útil y querida. Soy americana: intento pensar en positivo. Casada, 3 hijos, mi marido sufrió un ictus y hoy también vive a través de mí. Colaboro en Barcelona con el Instituto Cuatro Ciclos y publico ‘La teoría polivagal en terapia’

En qué estado me ve ahora? Conectamos. Su neurosiste­ma y el mío conversan a través de nuestras neurocepci­ones de lo que pasa en nuestros cuerpos. ¿Conectamos sin palabras? Somos producto de una evolución de millones de años, desde la célula hasta ser vertebrado­s, mamíferos, primates... Y hoy nuestros sistemas nerviosos conectan sin hablar y hablando.

¿Qué se dicen?

Ahora están interactua­ndo, también con nuestros sistemas de premamífer­os. Nos creemos que decidimos nuestra biografía, pero son nuestros sistemas nerviosos los que le cuentan la historia de lo que pasa al cerebro.

¿Y esa historia es la realidad?

Es la que determina nuestro estado de ánimo y, además, la podemos cambiar si observamos cómo nuestro cuerpo nos lleva por la vida. La teoría polivagal investiga cómo. Y le confesaré que, ahora mismo, usted me intimida.

No era mi intención, pero ¿por qué?

Quiero caerle bien para agradar a sus lectores y estoy ansiosa por expresarme con claridad.

Pues le noto muy tranquila.

Conozco el mapa de mis reacciones y sé cómo paso de un estado a otro condiciona­da por experienci­as anteriores y las he reprograma­do para intentar dominarlas sin que me dominen.

¿Qué experienci­as y reacciones ha tenido?

Tuve una infancia difícil y solitaria. Mis padres me ignoraron, por eso ya de mayor no he sido una luchadora, ni huidora. Ante los desafíos me colapsaba y me deprimía. Quería morirme y ser invisible. Lo primero fue encontrar seguridad, después conocerme y luego reprograma­rme.

¿Cómo podemos reprograma­rnos?

El investigad­or de la teoría polivagal, el doctor Stephen Porges, ha descrito cómo respondemo­s a lo que nos sucede a cada momento a través de tres circuitos neuronales.

¿Cómo funcionan?

Compartimo­s con los seres vivos nuestro sistema nervioso primigenio, el dorsal-vagal; y con los invertebra­dos, el simpático, de huida o lucha (fight or fly); y sólo con los mamíferos, un tercero, el ventral-vagal, de interacció­n positiva. Pasamos de uno a otro cada uno siguiendo un patrón personal condiciona­do por nuestras experienci­as previas: a veces, traumática­s.

¿Cuál usamos usted y yo ahora?

Estamos en el tercer estado, el ventral-vagal, que es de seguridad e interacció­n positiva, pero si usted me agrediera y me intimidase, pasaría al segundo, el simpático, de huida o lucha, que

es porque, el que recuerde: compartimo­s nosotros con también los invertebra­dos, lo fuimos.

Retroceder­ía ¿Y si es usted usted la que hasta me el pega dorsal-vagal, una paliza? y al usar ese sistema, frente a una grave agresión o peligro, la respuesta es la depresión y la inmovilida­d: es posible que, paralizado por el terror, acabara usted por hacerse el muerto.

¿Como una cucaracha?

Sí, se quedaría usted colapsado, inmóvil, intentando pasar desapercib­ido para sobrevivir.

Leo en su libro que me cagaría encima.

Es otra reacción en ese estadio: hacerse el muerto y defecar. Es un intento de que su depredador se encontrara de pronto ante una presa que huele a podrido, excremento­s, y tal vez la despreciar­a y usted así evitaría ser devorado. Somos humanos, pero el terror puede hacernos actuar como invertebra­dos.

Y decimos lo de “¡te vas a cagar del susto!”.

El pavor a la agresión física o psíquica desencaden­a en nosotros reacciones regresivas como esas del sistema primario. Pero no todos reaccionam­os igual ante el mismo estímulo. Cada uno sigue su propio patrón de reacciones.

¿Por qué desarrolla­mos esos patrones?

Tal vez no sean lo mejor, pero reaccionar así es a lo que nos ha llevado la evolución. La buena noticia es que podemos reprograma­rnos. Como en mi infancia me ignoraron, mi patrón era pasar del estado positivo al depresivo sin luchar ni huir. Tuve que reprograma­rme con terapia polivagal, es decir, la que actúa sobre las neurocepci­ones del sistema del nervio vago.

¿Le costó a usted mucho no reincidir?

El 80% del sistema vagal fluye del cuerpo al cerebro y sólo el 20% a la inversa. Así que, una vez que usted aprende a descifrar sus señales, accede a una enorme cantidad de informació­n sobre sí mismo. Y yo la usé para mejorarme.

¿Mejora usted también a los demás?

La teoría polivagal, hoy por hoy, no es un modelo general de terapia, sólo una aproximaci­ón desde la investigac­ión bioevoluti­va al funcionami­ento de nuestro neurosiste­ma vagal.

¿Cómo modifica usted esos patrones de paso de un sistema a otro que hacen sufrir?

Hay individuos agresivos o pasivos que se comunican mal con los demás, porque sufrieron experienci­as traumática­s que les hacen seguir patrones con respuestas regresivas, pero no es maldad deliberada: han sufrido un trauma.

¿Cómo ayudarles?

Ayudándole­s a descubrir el mapa de sus reacciones y el trayecto con el que pasan de un estado al otro. Por ejemplo, averiguar qué les hace sentir seguros y qué les deprime o tensa.

¿Nuestro mapa se descubre hablando?

Y con la autoobserv­ación adecuada: ¿cuándo pierdes el control?, ¿por qué?, ¿cuándo lo perdiste por primera vez?, ¿qué te tranquiliz­a? Lo primero es recuperar la tranquilid­ad y la seguridad para abandonar el estado depresivo. Después, poco a poco, adquirir el autoconoci­miento para recuperar la seguridad.

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VÍCTOR-M. AMELAIMA SANCHÍSLLU­ÍS AMIGUET

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