Veinte sábados después

HOY se cumplen veinte sábados de protestas en Francia de los chalecos amarillos, que han tenido su epicentro en París. Lo que empezó siendo una protesta contra el incremento de un impuesto sobre los carburantes y la pérdida del poder adquisitivo se convirtió en poco tiempo en una revuelta espontánea, transversal y sin liderazgos, que tuvo en las redes sociales la herramienta para las movilizaciones. Las protestas hicieron reaccionar al Gobierno de Emmanuel Macron, que acabó retirando la propuesta de subir la tasa, pero que comportó también toda una serie de medidas sociales para calmar a los indignados, que llegaron a tener medio país detrás según las encuestas. El presidente de la República desplegó a todo su equipo para abrir un gran debate nacional, lo que hizo bajar el apoyo a los manifestantes, cuyas concentraciones pasaron a ser lideradas por grupos de ultraderecha y de la izquierda más radical. La brutalidad de los asaltos, robos y destrozos fue impresionante. Los Campos Elíseos se acabaron

convirtiendo en un campo de batalla y el icónico restaurante Fouquet’s resultó muy dañado. Paris Match dedicó uno de sus últimos números a mostrar espectaculares imágenes del centro de París que parecía la capital de un país en guerra.

La pasada semana, el impacto de las concentraciones fue menor, aunque se había previsto cambiar los protocolos de la policía y desplegar el ejército. El balance de estas veinte semanas es una pérdida del 0,2% del PIB y una caída del número de turistas del 10%. Y más de 2.000 manifestantes han sido condenados con juicios rápidos, un 40% de los cuales han sido sentenciados a penas de cárcel. Además, 22 personas han perdido un ojo en los enfrentamientos con la policía y cinco, una mano. A la vista de todo ello cobra vigencia la frase del escritor francés André Billy:

“Cuando llego a París tengo la impresión de estar en un manicomio, donde hasta los guardias han perdido la cabeza”.