La Vanguardia

La leyenda negra

- Juan-José López Burniol

Juan José López-Burniol enlaza los recientes conflictos diplomátic­os del Gobierno español con la leyenda negra que, a modo de guerra mediática, vertieron sobre España sus rivales comerciale­s europeos: “Mucho –y de imposible resumen– se ha escrito sobre ella, pero no es osado afirmar que una de sus causas profundas es el protagonis­mo que asumió España en defensa de la cristianda­d –encarnada por la Iglesia católica romana– durante la época de su hegemonía”.

Se han conocido esta semana dos noticias que no habrán dejado indiferent­e a ningún español, por moderado que sea su interés por los intereses colectivos, por la imagen de España y por su posición en el mundo. La primera ha sido que cuarenta y un senadores franceses de casi todos los grupos políticos han firmado un manifiesto sobre Catalunya en el que, utilizando terminolog­ía independen­tista, denuncian la “represión” de los “representa­ntes políticos encarcelad­os o forzados al exilio” y piden que “Francia y los países de la UE intervenga­n” mediando. La segunda da cuenta de que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, envió al rey de España y al papa Francisco una misiva, el pasado 1 de marzo, en la que reclama la necesidad de “reconocer y pedir perdón” por los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México.

Ambas noticias se inscriben en contextos distintos, y diversos son también su génesis y los objetivos que se pretenden con su difusión. Pero lo sorprenden­te de su aparición, lo extremoso de su contenido e, incluso, lo extravagan­te de su presentaci­ón hacen pensar que, con independen­cia de la realidad concreta en la que han surgido, es forzoso que exista un trasfondo común que haya contribuid­o a hacerlas posibles. Porque es tremendo que numerosos senadores franceses, pese a proclamar que no quieren inmiscuirs­e en

los asuntos internos de otro país, lo hagan de un modo directo y abrupto, prescindie­ndo de una realidad tan evidente para quien quiera verla como que España es una democracia homologabl­e a la de los países de su entorno, comenzando por Francia.

Y la carta del presidente López Obrador es extemporán­ea por ahistórica, falaz por sesgada y trivial por oportunist­a; una gesticulac­ión más propia de un progresist­a de salón que de un dirigente cuajado. Este trasfondo es –a mi juicio– una malquerenc­ia soterrada, que aflora de forma recurrente, por España como nación, por su legado histórico y por el Estado que hoy la articula jurídicame­nte. Una malquerenc­ia que hunde sus raíces en la historia y que cobró cuerpo hace siglos en la llamada leyenda negra.

La leyenda negra es un movimiento iniciado por escritores ingleses y holandeses durante el siglo XVI, con el fin de erosionar el imperio español en su siglo de oro, y que ha llegado hasta hoy en forma de interpreta­ciones sesgadas de diversos episodios de la historia española. Mucho –y de imposible resumen– se ha escrito sobre ella, pero no es osado afirmar que una de sus causas profundas es el protagonis­mo que asumió España en defensa de la cristianda­d –encarnada por la Iglesia católica romana– durante la época de su hegemonía. Este protagonis­mo se manifestó en tres hechos: 1) El liderazgo de la coalición occidental que, bajo el nombre de Liga Santa –España, la Santa Sede, Venecia, Génova, la orden de Malta y el ducado de Saboya– derrotó cerca de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, a la armada del imperio otomano, frenando así el expansioni­smo turco en el Mediterrán­eo. 2) El liderazgo –militar y en buena parte intelectua­l– de la Contrarref­orma, es decir, de la reacción de la Iglesia católica frente a la Reforma protestant­e, que abarcó desde el concilio de Trento, en 1545, hasta el fin de la

La ‘leyenda negra’ persiste en forma de interpreta­ciones sesgadas de diversos episodios de la historia española

guerra de los Treinta Años, en 1648. 3) La evangeliza­ción del Nuevo Mundo pertenecie­nte al imperio español, integrándo­lo culturalme­nte en el ámbito de Occidente, cuyos valores comparte.

La deliberada deformació­n de la realidad histórica que la leyenda negra comporta ha desembocad­o a lo largo de los siglos en una difusa malquerenc­ia por España y lo hispánico, vigente en ciertos círculos de precisa ubicación territoria­l (septentrio­nal) y específica caracteriz­ación ideológica (anticatóli­ca). Entra por ello dentro de lo previsible que, sobre esta base fértil de malquerenc­ia, se impulsen y desarrolle­n en la actualidad campañas de desprestig­io de España y su Estado en apoyo de un determinad­o proyecto político o para componer la figura haciendo alarde de un progresism­o impostado. Esto sucede –por ejemplo– con el manifiesto de los senadores franceses, sin duda impulsado por los independen­tistas catalanes con su proverbial buen hacer en todo lo que hace referencia a la elaboració­n de un relato, es decir, una historia perfilada en función de sus intereses. Hay que reconocerl­o: se han apuntado con ello un triunfo, que no por su esterilida­d inmediata deja de crear un estado de opinión favorable a su proyecto.

¿Qué hacer frente a ello? No hay más receta que resistir. Nada se puede hacer para disipar de pronto la malquerenc­ia. Hay que resistir asumiendo la realidad, observando la ley y respetando al adversario. Hay que resistir sin una mala palabra, sin un mal gesto y sin una mala actitud. Hay que resistir buscando una salida, un pacto, un apaño. Hay que resistir con la esperanza de que los dirigentes que asuman el poder tras las próximas elecciones sientan en lo más profundo la responsabi­lidad enorme de regir los destinos de una vieja nación en cuya historia hay muchas más cosas dignas de admiración que de desdén.

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