La Vanguardia

Ciudad libre y abierta

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También hace algo más de una semana que, en un coloquio en el Cercle del Liceu en torno al libro Alerta Barcelona, de Miquel Molina, escuché a Anna Gener, la presidenta y directora ejecutiva de Savills Aguirre Newman, definir la ciudad como el lugar de la libertad, ese sitio en el que nadie se siente coaccionad­o por su pasado familiar, por las convencion­es, a lo Vetusta, de la vida rural. Tenía toda la razón, la ciudad es patria de las libertades y fuente de peligros desde que refundamos su imaginario en, precisamen­te, el siglo XIX. Ahí también necesitamo­s reescribir el ideario barcelonés, con una ciudad más libre pero más regulada, porque nos hace falta una ciudad abierta, pero no en el sentido militar, cuando se declara el paso franco al enemigo y se anuncia que no habrá resistenci­a (Franco declaró ciudad abierta a Tánger en 1945, ante el empuje aliado). Barcelona debe estar abierta con reglas claras y que se deben cumplir. En esa aparente paradoja también está en juego el futuro de esta ciudad que ahora aún es un faro en un tiempo que se nos anuncia será el de las ciudades, más que de los estados o las regiones. Y estamos a tiempo de no degradarno­s como Génova, como Marsella, como Nápoles, que tanto se habían mirado en nuestro espejo barcelonés.

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