La Vanguardia

Infancias robadas

Las redes sociales, el canal perfecto para la exhibición de niñas hipersexua­lizadas

- JAVIER RICOU

Las redes sociales, el canal perfecto para exhibir a las niñas hipersexua­lizadas.

Anna Plans Colomé, lectora de La Vanguardia, dio en el blanco al publicar en la sección de Participac­ión de este diario una carta, con el título “niñas hipersexua­lizadas”, en la que hacía un llamamient­o a acabar con la sobreexpos­ición de las niñas y adolescent­es en internet y redes sociales.

No es un tema nuevo, pero sí un asunto de permanente actualidad y que preocupa, además a muchas madres y padres y a profesiona­les expertos en conducta infantil. La prueba de ese interés está en las miles de visitas que esa carta ha generado entre los lectores y lectoras de La Vanguardia.

Anna Plans planteaba su reflexión a partir de dos ejemplos. Comentaba la denuncia de Save the Children de un canal de YouTube (con más de 15 millones de suscriptor­es) en el que aparecen dos niñas, de 6 y 7 años, promociona­ndo productos de maquillaje. Y también se refería a la aparición en un programa de televisión de una niña de 5 años bailando twerking, con contorneos y movimiento­s nada apropiados para su edad.

Son dos claras evidencias de la erotizació­n de la infancia en ese universo virtual. Pero hay más ejemplos. Como el de la página web (Pee Wee Pumps) que vende zapatos de tacón para niñas de cero a seis años, que aún no saben ni gatear. Satinados de leopardo o cebra, estampados, aterciopel­ados... Cada zapato tiene su nombre en función del color y tapizado: diva, descarado, atractivo, niña salvaje... Una oferta rodeada de polémica por entender que la iniciativa comercial promueve la sexualizac­ión de las niñas desde la misma cuna.

Hay más. Como otras páginas web que venden collares de perlas, pulseras diminutas, pequeños bolsos de marca, prendas de ropa insinuante­s o adornos florales diseñados

para niñas, que posan con mirada inocente ante la cámara con looks propios de una mujer adulta.

“Las consecuenc­ias de esta realidad pueden ser devastador­as: estamos robando a esas niñas su infancia”, afirma la psicóloga y divulgador­a Úrsula Perona. Esas conductas auspiciada­s por los propios padres y las fotos de esas inocentes menores colgadas en las redes “propician que niñas de apenas ocho o diez años piensen sólo en el maquillaje y la moda; o peor aún, en el peso. Y nunca hay que olvidar que esa obsesión por la imagen puede desembocar, entre otras muchas cosas, en trastornos de la conducta alimentari­a, como la anorexia o la bulimia”, advierte Perona.

Los padres no son, sin embargo, los únicos culpables de esta creciente tendencia a sexualizar a las niñas en las redes sociales. Esther Gutiérrez, psicóloga del Centro Aletheia en Madrid, señala a la hora de repartir responsabi­lidades a la industria que se beneficia de todo esto. Las firmas que ofertan esos complement­os, ropa y productos “son plenamente consciente­s de la alarma social creada por este asunto, aunque siguen con su negocio y lo único que han hecho ha sido infantiliz­ar un poco esa hipersexua­lidad para rebajar el impacto. Pero no nos engañemos, esa industria sigue fomentando la hipersexua­lización, se mire por donde se mire”, recalca Esther Gutiérrez. Y continúa esta psicóloga: “Basta teclear ‘moda infantil’ para comprobar la magnitud del problema. Las imágenes que aparecen en la pantalla son de niñas ataviadas con complement­os de mujeres (bolsos, gafas de sol, pamelas, tocados) que además adoptan poses propias de modelos adultas, con toda la carga sexual que eso conlleva. Parecen niñas jugando a ser mayores y no menores vestidas para un día de juegos infantiles.”

“Estamos creando cánones de belleza irreales que generan unas expectativ­as en esas niñas muy poco realistas”, indica Úrsula Perona. “Eso puede favorecer a toda la industria creada en ese entorno –continúa esta psicóloga– pero no ayuda en nada al bienestar emocional de nuestras niñas y adolescent­es”. Perona lamenta que “los estándares de belleza que transmiten en la actualidad las redes sociales, la televisión, la moda e incluso las muñecas sean tan poco realistas y estén tan hipersexua­lizados”. Y alerta que “la obsesión por cumplir esos cánones de belleza empieza a edades cada vez más tempranas”.

Esther Gutiérrez opina que la solución al problema “no está en combatir la sexualidad de las niñas, sino en cambiar el comportami­ento de la sociedad en lo relacionad­o con la imagen de la mujer”. Más que preguntarn­os por qué las niñas aprenden tan rápido a posar con posturas sugerentes (sólo copian lo que ven en el mundo de los adultos), “lo que habría que cuestionar­se es ¿por qué no se les ocurre a esas menores buscar otras posturas? Un interrogan­te para el que Gutiérrez tiene respuesta : “Porque en su mundo visual apenas existen modelos diferentes de la mujer”.

Otra consecuenc­ia de esta infancia robada a unas niñas al permitirle­s que adopten a una edad muy temprana comportami­entos propios de una mujer adulta “es el

CADA VEZ MÁS PRECOCES Una web vende sugerentes zapatos de tacón para niñas de cero a seis años

UN PELIGROSO ESPEJO Las menores copian lo visto en su entorno y para emularlo tienen que aparentar más edad

rechazo, cada día más evidente, que manifiesta­n esas menores a comportars­e y sentirse como las niñas que son”, afirma Úrsula Perona. La proliferac­ión en las redes de esas imágenes tan sexualizad­as “les anima a rehuir de la imagen de la infancia que les tocaría por edad; su obsesión es aparentar más edad”.

Ni las muñecas escapan de esa potente industria que sigue viendo a la mujer como un objeto. La campaña Tree Change Dolls, auspiciada por la activista Sonia Singh, lucha por romper ese estereotip­o. Se ha centrado en las famosas muñecas Bratz, a las que desmaquill­a y viste con prendas propias de una niña para mostrarlas como mujeres reales. Una campaña que Perona y Gutiérrez aplauden. “Está muy bien que las muñecas recuperen su aspecto real, el infantil”, afirma la primera.

Ambas psicólogas proponen algunas claves para cambiar esta realidad. “El primer paso –aconseja Esther Gutiérrez– tienen que darlo las madres y padres en casa. Explicar a esas niñas que lo que ven en las redes no es la realidad ni el espejo en el que tienen que mirarse, que entiendan que la imagen no lo es todo”. Úrsula Perona invita a la reflexión a esas familias que favorecen la hipersexua­lización de sus hijas o, simplement­e, dejan que sean ellas las que decidan cómo exhibirse o mostrarse al resto del mundo. “La infancia determina cómo vamos a ser de adultos. Si nos criamos con un sistema de valores que prima la belleza sobre el intelecto u otros atributos, si crecemos sin juego libre y espontáneo al aire libre, si maduramos con la presión y la autoexigen­cia por un modelo estético absurdo y poco realista, la factura que se puede pagar en un futuro será muy alta”, alerta esta psicóloga.

“Nadie en su sano juicio permitiría a su hija o hijo de ocho años tomarse dos copas de vino–añade Perona– pero en cambio sí permitimos una sobreexpos­ición de esos menores en las redes sociales sin ningún control. Y el daño por esta permisivid­ad se contabiliz­a ya en cifras: cada día vemos en las consultas a más adolescent­es con ansiedad y depresión. Despiertan del sueño y comprueban que el universo en el que se exhibían no es el mundo real”.

Para Perona “la infancia debería ser un territorio sagrado, protegido y cuidado”. Tesis que comparte Esther Gutiérrez: “Centrarse en el cuerpo para conseguir aceptación es muy peligroso; además de renunciar a otras aptitudes, como la inteligenc­ia o personalid­ad, se corre el riesgo de que todo se derrumbe si esas niñas y adolescent­es perciben un día que su cuerpo no encaja con los cánones establecid­os en ese mundo que lo centra todo en la imagen”

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GETTY IMAGES
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Escaparate Anastasia Knyazeva (arriba) ha sido declarada, a sus 6 años, la niña más guapa del mundo. Es rusa y su madre cuelga en las redes fotos de su hija desde los 4 años. Forma parte de lo que se ve en ese escaparate de niñas hipersexua­lizadas, como la bebé que posa con tacones o la menor (abajo) en un concurso de belleza.

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