La periferia de la periferia
El Papa visita hoy a tres monjas españolas que asisten a los más pobres
Las hermanas Gloria, María Luisa y Magdalena llevan más de veinte años en Marruecos, muchos de los cuales los han pasado en un pequeño refugio en las afueras rurales de Temara, una ciudad cercana a Rabat. Aquí hacen refuerzo escolar para los niños más necesitados, enseñan a coser a sus madres para que sean más independientes, y también a leer y a escribir. “¡Y las quemaduras!”, señala María Luisa, que es enfermera. Junto a sor Magdalena, curan a los niños y mayores que se queman con los fogones a ras de suelo. “El Papa siempre dice que se ha de ir a la periferia. Pues
esto es la periferia de la periferia”, asienten.
El papa Francisco ha querido reconocer el trabajo de las tres monjas españolas, de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, y hoy visitará su centro y saludará a algunos de los 150 niños de los que se ocupan. Un día antes de la visita, ellas todavía no se lo creen. “¡Es un honor, tú dirás!”, dice Gloria, la responsable, que es catalana y antes de llegar a Marruecos estuvo 25 años enseñando matemáticas en varios colegios de Barcelona.
Con discreción y sin levantar la voz, la tarea de estas tres mujeres es titánica. Alrededor del centro que heredaron hace unos años se encuentran chabolas a medio construir, las vacas y gallinas andan a sus anchas por la calle y no queda rastro de los modernos edificios de la capital marroquí. Es una de las áreas más pobres de la zona, y ellas se encargan solamente de los más desfavorecidos, puntualiza María Luisa. Los que pueden pagarse sus medicamentos van al hospital.
Aquí los accidentes domésticos están a la orden del día. Una madre no puede encargarse a la vez de sus siete u ocho hijos, que muchas veces se queman con las teteras o las cacerolas. Cada día atienden a una quincena de heridos, y se suelen gastar entre 3.000 y 5.000 euros al mes que reciben de donaciones sólo en medicamentos.
La monja catalana es la más directa al precisar que en ningún momento buscan evangelizar a sus niños. Ellos a veces le piden rezar juntos, pero se niega. “Les digo que han de ser un buen musulmán, y yo he de ser una buena cristiana”, subraya. La capilla está escondida, y tampoco hay rastros de cruces. En Marruecos la libertad de culto está recogida en la Constitución, pero están prohibidas las conversiones, que se penan hasta con la cárcel. “Los cristianos somos los extranjeros”, ríen. Gloria es del Barça, pero se perdió el derbi de ayer para preparar la importante visita de hoy.