La Vanguardia

Marzo, abril

Existe un precedente de la intensa secuencia electoral que vamos a vivir dentro de unas semanas. En la primavera de 1979 se produjo una rápida concatenac­ión de elecciones generales (marzo) y municipale­s (abril).

- Enric Juliana

Marzo y abril. Elecciones generales y municipale­s consecutiv­as. Existe un precedente del enloquecid­o encadenami­ento que vamos a vivir dentro de unas semanas. Entre marzo y abril de 1979 se celebraron los segundos comicios generales de la nueva democracia y las primeras elecciones municipale­s libres desde los tiempos de la Segunda República.

El jueves 1 de marzo de 1979, los españoles fueron llamados a las urnas para concluir el periodo constituye­nte. Después de la aprobación de la Constituci­ón en referéndum (6 de diciembre de 1978), se tenía que renovar el Parlamento. Volvió a ganar Unión de Centro Democrátic­o con el 34,8%. El partido de Adolfo Suárez obtuvo 168 diputados, tres más que en las primeras elecciones del 15 de junio de 1977. Atención al dato: 168 diputados –a ocho de la mayoría absoluta– con poco menos del 35% de los votos. Fórmula mágica.

La España rural empujaba hacia arriba al partido gubernamen­tal, gracias a la prima de representa­ción de las provincias pequeñas. En Soria bastaban 35.000 votos para elegir un diputado. En Barcelona eran necesarios 137.000. La ley electoral propuesta por Suárez y aceptada por la oposición democrátic­a a principios de 1977 funcionaba como un traje a medida para los centristas. Así lo explicaría tiempo después el democristi­ano Óscar Alzaga: “Puesto que los sondeos preelector­ales concedían a la futura Unión de Centro Democrátic­o un 36%-37% de los votos, se buscó hacer una ley en la que la mayoría absoluta pudiese conseguirs­e con esos porcentaje­s. Una ley que favorecía a las zonas rurales, donde UCD era predominan­te, frente a las zonas industrial­es, en las que era mayor la incidencia del Partido Socialista (...). Además se procuraba que el logro de la mayoría absoluta para el Partido Socialista estuviera situado no en el 36%-37%, sino en el 39%-40%”.

¿Por qué socialista­s y comunistas aceptaron esas reglas del juego? Varios son los motivos. Después de haber logrado una victoria aplastante en el referéndum de la ley de Reforma Política

(diciembre de 1976), Suárez estaba fuerte. La oposición tenía prisa y deseaba, por encima de todo, un sistema electoral proporcion­al. En aquella negociació­n, Santiago Carrillo cometió un serio error de cálculo. Pensaba que el PCE superaría o se aproximarí­a al 20% de los votos y aceptó sin rechistar una ley electoral que penaliza severament­e a la tercera fuerza si esta no sobrepasa el 15%. Era también una buena ley para los nacionalis­tas vascos y catalanes, puesto que no había segunda vuelta a la francesa y se evitaban las correccion­es alemanas al voto territoria­l. La ley electoral de Suárez fue decisiva para la posterior hegemonía de Jordi Pujol en Catalunya. La prima para las provincias de Girona y Lleida es muy golosa, tanto es así que los nacionalis­tas catalanes –primero, CiU, y después, ERC– jamás han querido hacer uso de las competenci­as del Estatut para dotar a Catalunya de una ley electoral específica. ¡Toma soberanía!

UCD, decíamos, consiguió 168 diputados en aquellas elecciones generales del 1 de marzo de 1979, con notable comodidad. Hubo decepción en el Partido Socialista. Con el 30% de los votos, el PSOE apenas consiguió recortar distancias con UCD. La melodramát­ica renuncia de Felipe González al marxismo no dio los frutos esperados, de manera inmediata. El voto moderado seguía en manos de Suárez. Los comunistas mejoraron ligerament­e (de 20 a 23 diputados), pero seguían anclados en el 10%, excepto en Catalunya.

En las elecciones municipale­s del 3 de abril no se produjo ningún terremoto. Se mantuviero­n las constantes del 1 de marzo, con cierto descenso de los dos partidos principale­s. UCD volvió a ser el partido más votado, con el 30,6%. El PSOE bajó al 28%, y el PCE subió tres peldaños, hasta el 13%, gracias a su implantaci­ón en los barrios de las grandes ciudades. (PSUC, 20%).

Las municipale­s, sin embargo, acabaron siendo una gran victoria para la izquierda. Alfonso Osorio, vicepresid­ente del primer gobierno de Suárez, explicó en sus memorias que en la Moncloa desestimar­on la implantaci­ón de una segunda vuelta para las generales por consejo de políticos centristas franceses que les habían advertido que ese modelo empujaba a los socialista­s a pactar con los comunistas. El sistema de elección de alcaldes sí facilitaba ese acuerdo. La alianza del PSOE y el PCE fue la gran novedad de las primeras elecciones locales democrátic­as. Así fue elegido, por ejemplo, Enrique Tierno Galván alcalde de Madrid.

(El PCE, como podemos comprobar, fue el partido más sacrificad­o de la transición. Primero ayudó a Suárez a estabiliza­r la lamentable situación económica en la que se hallaba España a mediados de 1977 –a un paso de la suspensión de pagos–, liderando los comunistas la firma de los pactos de la Moncloa. Después, dieron miles de alcaldes al PSOE en los pactos municipale­s).

Marzo y abril. La secuencia nos explica también los ritmos de la transición. Primero, los cambios por arriba. Después, los cambios por abajo. Elecciones generales en junio de 1977. Referéndum constituci­onal en 1978. Segundas generales en marzo de 1979. Finalmente, las elecciones municipale­s, cuando el marco principal ya estaba asentado.

En las generales de marzo de 1979 ganó UCD; en las municipale­s de abril venció el pacto de la izquierda

Primero vinieron los cambios por arriba; las elecciones locales fueron congeladas durante dos años

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EFE Cola de ciudadanos barcelones­es para votar en las elecciones generales del 1 de marzo de 1979
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