La Vanguardia

El infiltrado

- Pilar Rahola

Hoy, que es el domingo y toca relax, he pensado hacer una carta de agradecimi­ento al amigo Pepe, ahora que lo tenemos de ministro y nos da tantas alegrías. Algunos malpensado­s que pululan por estas tierras aguerridas creían que el chico de La Pobla sería un incordio que mordisquea­ría todos los huesos indepes que tuviera en el plato. Se trataría, en definitiva, de la última plaga, de las muchas plagas bíblicas que han caído sobre la sufrida familia del independen­tismo.

España, pues, habría sacado al gran torero para dar la estocada final. Pero, extrañamen­te, como si fuera la corte de los milagros, ha pasado todo lo contrario, hasta el punto de que, hoy por hoy, el independen­tismo no tiene un aliado más fiel y más persistent­e que don José Borrell, alias Josep Borrell, Pepe de toda la vida. Con una constancia que merece reconocimi­ento, el ministro de la cosa exterior, responsabl­e de la imagen de España, azote de sediciosos y sublevados, amigo de los desinfecta­ntes y paladín de la lengua deslenguad­a, ha resultado ser un auténtico independen­tista. Por allí donde pasa, talmente un Atila tumultuoso, ya no crece la hierba de la España inmortal, y las simpatías

El independen­tismo no tiene un aliado más fiel y persistent­e que Josep Borrell, Pepe de toda la vida

por la causa catalana se acumulan, a medida que crecen los cabreados con el sagrado reino.

Primero fueron los indios americanos, que nadie sabe exactament­e qué pintan en esta historia, pero como el ministro Borrell es un tipo muy ingenioso, aprovechó el Guadiana y los situó en medio del lío, con varapalo incluido. Dichos y redichos, después de tal mal dicho, más algunas disculpas y un poco de jabón, y finalmente el ministro tapó el boquete diplomátic­o y controló el flanco indio. Pero entonces les tocó la paliza a los belgas, y como ya se sabe que tienen la piel muy fina con los españoles –será por algunas antiguas fechorías del duque de Alba–, se enfadaron con el ministro, lo cual, por efecto simpatía, rebotó felizmente en la Casa de la República. Y después ya fue un no parar: que si tocar las narices a cónsules bálticos, todos ellos sediciosos de largo vuelo; que si cabrearse con los franceses porque sus senadores tienen la osadía inaceptabl­e de tener opinión propia sobre los presos políticos catalanes; que si cabrear sonorament­e a Israel con una moción sesgada a favor de Hamas que sólo han votado los países árabes y ningún europeo; que si iniciar una batalla pública con México en defensa de las barbaridad­es de los conquistad­ores... Y ahora la última, la fresita del pastel, la alegría de los días aturdidos, el último regalo del ministro a la causa catalana: su menospreci­o, prepotenci­a y malas maneras con un periodista, en la televisión pública alemana, que ha conseguido más simpatías para Catalunya. ¡Olé, Pepe, olé! Nunca ningún otro sedicioso indepe se había infiltrado tan bien en el corazón del Estado. Cuando seamos República, tendremos que concederle, como mínimo, el Premi d’Honor.

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